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El mito de la conquista de México

A la mayor parte de las personas no les gusta mi respuesta cuando me preguntan a qué equipo de Europa le voy (refiriéndose principalmente a los dos archirrivales de la Liga Española), y es que es la misma que cuando me preguntan a quién le voy de la Liga Mexicana. Sería interesante hacer el ejercicio de preguntarle a algunos españoles a qué equipo le van, e incluso preguntarles directamente a qué equipo de México le van, sólo para corroborar que ni siquiera les pasa por la cabeza apoyar a otro equipo que no sea de su país.

Estas líneas no pretenden ser un ardid nacionalista, pero sí buscan dejar constancia de uno de los más grandes lastres que arrastramos como nación.

Cierto es que los mitos sobre los que reposa la historia de México son muchos; pero el de la conquista me parece uno de los más acuciantes por sus implicaciones en la vida diaria. El mito de la conquista está presente por todos lados: en la escuela se estudia en más de un grado ese periodo de tiempo mal conocido como “Conquista de México”, y cuando lo hacemos algunos se enojan al saber que “los tlaxcaltecas nos traicionaron”; usamos la palabras “indio” y “totonaca” despectivamente, como si tener esas raíces tuviera algo de vergonzoso; nos sentimos orgullosos de tener ascendencia española directa (si la tenemos); y hasta creamos centros deportivos donde sólo pueden ser socios aquellos que demuestren —vaya cosa— ser descendientes directos de algún nacido en la península ibérica. Aún recuerdo que el mayor sueño de mi abuelo era conocer España. Así de fuerte ha sido el impacto de la mala educación.

Juan Miguel Zunzunegui lo apunta en su libro Del mito del azteca al mito de la conquista: “México nunca fue conquistado”. Aunque nos duela. Veámoslo de una forma muy sencilla: antes de la llegada de los españoles —y esto se mantuvo cuando llegaron— no existía una identidad nacional que nos permita hablar del territorio que hoy es México como un país en aquella época. Los pueblos nómadas que ocupaban lo que actualmente es el norte del país, así como los mexicas —o aztecas—, los mayas, los totonacas y los tlaxcaltecas eran pueblos aparte: tenían una organización política completamente independiente, no hablaban la misma lengua, diferían en costumbres y tradiciones y practicaban el comercio como grupos independientes. En términos asequibles, podríamos decir que cada pueblo era un “país” distinto con diferentes intereses. En consecuencia, creer que los tlaxcaltecas nos traicionaron es un grave error, tanto como creer que el Imperio Romano traicionó a Cartago al invadirlo para anexionarlo. Los tlaxcaltecas tenían deseos expansionistas que se veían beneficiados por los planes de los españoles, y es muy probable que cualquier otro pueblo —los mexicas por ejemplo— hubiera pactado con los recién llegados siempre que viera la posibilidad de sacar provecho de la alianza.

De igual forma es un gravísimo error seguir creyendo que “los españoles nos conquistaron”. Si —como ya explique antes— no existía un país llamado México, sino “varios” más pequeños con intereses diversos, los españoles no conquistaron México, sino el territorio que hoy ocupa y mucho más (la colonización española se expandió a Centroamérica), es decir, Mesoamérica. Esto significa que deberíamos hablar de la Conquista de Mesoamérica, eso sería lo correcto. De esta colonización surgió la Nueva España, que tampoco es México, pero sí su antecedente más próximo. Lamentablemente, debido al poco tiempo que se le dedica en la escuela, pasamos 300 años de historia en unas cuantas sesiones de clase y no logramos entender que somos mestizos, no descendientes directos de mexicas, ni mayas, ni totonacas, y tampoco de españoles, sino el producto de la unión de ambos —pueblos mesoamericanos y españoles—, lo que significa que el mexicano es una mezcla, nunca menos valiosa.

Oficialmente, México se formó en 1821, con la firma del Acta de Independencia del Imperio Mexicano, y aunque la identidad nacional se gestó lentamente durante el tiempo que duró la Nueva España, la conciencia de una nación independiente no se consolidó hasta pocos años antes de la firma del acta. Una última cosa es importante, el término “Méjico” —como lo escribiera Bernal Díaz del Castillo— ya se utilizaba cuando los españoles llegaron, pero era el nombre con el que designaban a Tenochtitlán, no a todo el territorio, como lo demuestra el siguiente fragmento de la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España:

Ya habrán oído decir en España algunos curiosos lectores y otras personas que han estado en la Nueva España, cómo Méjico es tan gran ciudad y poblada en el agua como Venecia.
Hace algunos días le expuse estos argumentos a una persona muy cercana, después de que mencionara la errada frase. Alegó que sabía muy bien que los mexicanos no habían sido conquistados, pero que “era un decir” y no tenía mayor relevancia. Quizá sí; quizá salida de su boca no fuera grave porque conoce bien la historia, pero quizá así surgió el problema: alguien sabía lo que había pasado pero decidió decir que México había sido conquistado por los españoles, sus escuchas lo comunicaron así a otras personas y henos aquí, creyéndonos conquistados.

Bibliografía

Díaz del Castillo, B. (2007). Historia verdadera de la conquista de la Nueva España. México, D.F.: Grupo Editorial Éxodo.

Zunzunegui, J. M. (2010). Del mito del azteca al mito de la Conquista. El indescifrable origen del mexicano. México D.F.: Editores Mexicanos Unidos, S.A.

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