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¿El fin de la ciudad?

A Alejandro Kelly, por el brindis y la caminata nocturna

    Nos encontramos con Alejandro Kelly en un pub irlandés ubicado en una esquina de Banks Av. El bar está lleno y el bullicio es desbordante. Alejandro es argentino, es profesor de Tulane University y vive en Nueva Orleans hace varios años. Cuando le cuento que no tomo alcohol se disculpa y le pregunta a la mujer que sirve las copas si venden bebidas sin alcohol. Ni bien nos ubicamos en la mesita alta, dice que la gente de la ciudad no toma café porque los bares cierran temprano. La sociabilidad empieza más tarde y está dirigida por el alcohol. «Aquí la gente engorda pronto. La música, la exhibición del cuerpo, los besos en la vía pública dirigen los comportamientos. Nueva Orleans es la ciudad de la performatividad callejera, la gente actúa el placer. Nueva Orleans es como Las Vegas, pero católica», dice y se ríe. En pocas frases ha definido a la ciudad de una forma original y certera.

   Alejandro me cuenta varias historias. Una tarde viaja en el tranvía número 12. El conductor detiene la máquina y se baja. Los viajeros ven que hay un gran piano sobre la vía. Una mujer tiene un papel en sus manos. El conductor le pregunta a la mujer si vende el piano y ella responde que sí. Le pide el precio. Ella tira un número. El conductor se muestra indeciso, le promete volver. Regresa a su lugar en el tranvía como si nada extraño hubiera ocurrido.

   El bar se llena de gente. El ruido aumenta. En medio de las risas y los brindis me cuenta que el rey del carnaval es una persona que viene de una familia tradicional. «Aquí», dice, «las familias ricas cultivan el arte del legado. Viven como en la década del 50, siguen las pautas de la tradición». En ese sentido, pienso, la ciudad vive anclada en un tiempo imposible.

   Alejandro ha elaborado varias hipótesis sobre la ciudad y su gente. Entre ellas hay una impactante. Nueva Orleans va a desaparecer dentro de cincuenta o sesenta años. «Una ciudad montada sobre pantanos no puede subsistir», me dice mientras caminamos por Banks Av hacia mi casa. Antes de llegar vemos una estatua ubicada entre las hojas secas de un caminito interno en Norman C. Francis Parkway. Alejandro se apresura y mira el pie de la escultura. Confirma que se trata de José Martí.

   La multiplicación de nombres, monumentos y recordatorios asociados al mundo de Latinoamérica es una señal de la influencia de los países del Caribe. Una brisa nítida y fresca mejora la noche. La oscuridad es total pero la vida nocturna recién está empezando; sin embargo, para mí ya es tarde. Busco mi casa con la intención de acostarme.

   Cuando subo los escalones que me conectan con la puerta de entrada imagino la destrucción de la ciudad. El agua voraz entra a los barrios, arranca las casas, los puentes, el cemento desigual de las calles. El mar y el río se comen la ciudad. El lago rebalsa y atraviesa los pantanos, la autopista, las casitas elevadas en las rutas estrechas. Todo queda sepultado bajo el agua infinita.

   Ningún humano sobrevive. La paz natural vuelve a la región.

 

 

 

 

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