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Torta cubana

     Hay que preguntarse con cierto cuidado de dónde se han sacado los mexicanos esa experiencia extraña, surrealista, que compone estar frente a una mesa (en mi caso, de un amarillo chillón) para que te traigan una torta cubana.

     Mi hermana Paty, que estudió gastronomía, la llamó “aberración culinaria” por la sorpresa que da al verla y probarla: se le echan todas las carnes que se encuentran en la cocina, y frijoles, aguacate, jitomate, a veces un poco de lechuga y mucha, pero mucha grasa. Todo metido entre dos mitades de bolillos.

     Mi pecado: ser una persona que le gusta todo en exceso. Entre más, mejor. ¿Le puede poner otro piso? Mejor. ¿Puede sonar más fuerte algo? Mejor. Todo sea por complacer esas emociones desbordadas que siempre me cargo. Y dentro de ese mar de experiencias intensas, la torta cubana tiene un lugar privilegiado.

     Por eso, por su exceso.

     Poco antes de cumplir los 30, el platillo empezó a derrotarme. No la culpo, no me culpo. Antes, cuando tenía 15 años, podía fácilmente tragar tortas de ese tamaño sin retroceder. Hoy una torta de esas proporciones, cuando la llego a comprar, cuando llego a aceptar el reto, me derrota con facilidad en los primeros asaltos. Si la compro en la tarde, la tengo que retomar en la cena y a veces, alguien me ayuda. A mis labradoras les doy pedazos de salchicha y a veces, de manera quirúrgica, saco la milanesa para comerla a parte.

     Los excesos siguen igual de fuertes, pero yo me vuelvo más débil.

     Mi hermana lleva la razón: la torta cubana es un monstruo, que hay que enfrentar de vez en cuando. Cada vez existen menos textos épicos, como los de Samuel Ramos, como los de Alfonso Reyes, que se aventuren a hablar del estudio de lo mexicano. Será porque la luz nos cegó y descubrimos que como diversos somos, somos dispersos. Estoy seguro de que en nuevas páginas de gloria (obviamente no las mías) se hablará en profundidad (y desde las profundidades) de la torta cubana.

     Será parte del relato su tamaño, muchas veces afortunado, parecido al de una tortuga mediana. Levantas el plato de la mesa y pesa. Abres la mandíbula y apenas logras dar la mordida. Es irremediable, tiene autoridad. Por algo será.

 

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