Fugas (Editorial Furtivas, 2023), esta nueva entrega de talismanes verbalescentes de Lourdes Vázquez constituye, al correr de al menos una de sus vetas, la pregunta multiforme por la natura, si no del todo perdida, sofocada por tanto implante u órgano fantasma de la cultura. Lourdes alude a la sintáxica propia, un aguzado desconcierto del alma, verificado por la imagen deslenguajeada: Tus desgarros, tus nostalgias es el cordel del alambrista. Se constata en rareza ligera el dolor tras la violencia estructural, a manera de gesto que rehabita la palabra, planta otros afectos al ras del fraseo, al mismo tiempo que encara, sin embargo, la fuente quizá inagotable de belleza, recóndita según la imperante antropocentria, ya no correspondida: Un aroma que nos guíe, un secreto de familia que se abra. Pues el olfato, ahí, en pos de la pista redestinal del sin origen, en tanto sentido sinestésico por excelencia que se alcanza, se deja alcanzar, precisamente, por y en la imagen verbal, por ende hasta aquí inaudita (Un roto en el tiempo que apunte…). Belleza, también, en la propia lengua poética, que en Lourdes trasunta ciertos entres de la voz escrita que amorosa pero implacable increpa: Te advierto: no te acerques demasiado, no quiero tener que acostumbrarme nuevamente a tus visiones y olores. La afinación del instrumento poético hace a la materia misma de la experiencia: ahí el conjuro en crudo busca el deshechizamiento y en su propio seno revuelto y centrípeto lo consigue, abarcándose la contradicción: fascinación, miedo. Así la sed de atravesada, la claroscura verdad deviene fuente del poema orgánico y en tal retorno, natura sustenta los fugaces ritmos percatantes. Justo cuando en el vecindario se escucha el zumbido de abejas furiosas creado por las señoras cuando se reúnen, y justamente el sonido de la yagua en los techos crip, crip, uh uh uh uh. Enjambre de percepciones —flores de medianoche del saguaro— que el poema asimila, mientras en acto de devenir ilumina la experiencia.
