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Vengo del miedo, de Miguel Ángel Oeste

RELATAR EL MIEDO

¿Es siempre el testimonio el mejor camino para narrar una experiencia traumática? ¿Y cómo debe tratarse en ese caso? La novela Vengo de ese miedo (Tusquets, 2022), que se ha convertido en la sensación de las letras peninsulares desde su aparición a finales del año pasado, es un buen barómetro para responder a estas preguntas.

     Finalista de la Bienal Vargas Llosa de 2023, el libro estuvo en todas las listas de destacados del año. Se presenta como un interesante y valiente acercamiento a los aspectos profundos de la sociedad contemporánea. La relación de un niño, que luego es un joven, que luego es un adulto que es el narrador que reconstruye su historia con un padre abusivo, violento, maltratador.

     Desde sus primeras páginas, Vengo de ese miedo nos sumerge en una narrativa que entrelaza las vidas de personajes diversos: el narrador, su hermano, la madre, las tías, la abuela materna, los amigos (de los progenitores, de los hijos) y, por supuesto, el padre. Todos ellos enfrentando realidades personales y sociales complejas. Son los testimonios o los protagonistas de los recuerdos del narrador que construyen la trama. A partir de ellos, Miguel Ángel Oeste (Málaga, 1973), escritor, director, guionista y crítico de cine, logra integrar con destreza los principios de la teoría feminista en la trama, otorgándole una capa de profundidad y análisis crítico a la vez que visibiliza las desigualdades y luchas de género en nuestra sociedad. Teniendo en cuenta que se habla de un maltratador de manual, el uso de la teoría feminista como lente a través de la cual se examinan las interacciones y dinámicas entre los personajes y su entorno es un logro destacable de la novela.

     Los personajes femeninos, en particular, están trazados con sensibilidad y complejidad, rompiendo con estereotipos y presentando una gama de experiencias y emociones que reflejan la diversidad del mundo real. La madre, que es una víctima, no se presenta para nada como una santa, sino como un personaje mucho más complejo, con un pasado, unas carencias y una serie de elementos de su entramado sensible que hacen difícil una valoración a bote pronto de ella. En este sentido, el autor aborda cuestiones como la autonomía, la sororidad y el empoderamiento de manera reflexiva. A través de las voces de la novela, se exploran temas como la violencia de género, el patriarcado y la búsqueda de identidad en un contexto que aún arrastra desafíos ancestrales.

     En otra dimensión, y teniendo en cuenta los años por los que transita la historia, la novela es un documento de la transformación de la costa del Sol, desde una España deprimida, como la franquista de los años 60, hasta una España del despilfarro, el turismo, la cocaína y el hedonismo. Y en la elección de secuencias que permiten comprender ese tránsito el autor vuelve a acertar.

     La novela, por tanto, no carece de méritos, sino que los tiene y muy destacables. Sin embargo, también padece de ciertas fluctuaciones en su estilo literario que merecen ser destacadas, sobre todo al principio. Uno de esos aspectos es la irregularidad en el estilo literario. Si bien en ciertos pasajes la prosa alcanza momentos de elegancia, profundidad y, sobre todo, reflexión, y la reconstrucción de los contenidos de los testimonios está muy bien elaborada, en otros se perciben errores de bulto que pueden resultar desconcertantes para el lector. Algunos fragmentos parecen caer en la simplicidad formal, contrastando con la temática profunda y las ideas complejas que la novela busca abordar. Por ejemplo, no se entiende que, en el caso del personaje de la madre, tan bien trabado en buena parte del libro, como ya se comentó, sea el narrador quien decida lo que pasa por su cabeza sin un testimonio de por medio o, cuando menos, la duda que se abre entre el testigo y el sujeto, como sucede en la página 38: «es duro que yo diga esto: a mi madre le gustaba arder».

     Esta falta de consistencia en el estilo literario, que es menor, y que se concentra al inicio de la novela, contrastar con pasajes tan elegantes como el de la página 99: «La memoria reformula el dolor. Lo vuelve maleable, lo justifica, lo hace respirable incluso, si lo que se cuenta es terrible. Sin ser sincera del todo, la memoria es la única herramienta que tenemos». La cohesión entre la narrativa y la teoría feminista a veces se ve comprometida por estas fluctuaciones, porque parece convertir al narrador en un dios, que es lo único que Oeste parece no querer ser, lo que disminuye el impacto. Es una lástima, ya que la propuesta de este libro es valiosa y potente. Y la obra merece ser leída y debatida, ya que invita a una reflexión crítica sobre las estructuras de poder y la búsqueda de igualdad en nuestra sociedad. El testimonio debería tener siempre en cuenta la forma.

 

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