Las primeras series que vi en mi vida tienen que haber sido para niños. Recuerdo El auto fantástico, Sheriff Lobo, BJ, El lobo del aire, Brigada A, Los “Duques” de Hazzard… Cuando me mudé a Miami, hablé del tema con un amigo gringo que se reía y no podía creer cómo nos habían vendido el “trash” de la industria de las series norteamericanas. Fútbol, televisión, cero verduras. Típico niño de los 70s. Recuerdo también una fascinación inesperada por el storytelling de La Señora Ordónez, una telenovela de la tarde que veía mi madre basada en un libro de Martha Lynch. La trama recorría la vida de una mujer desde su infancia pero sobre todo durante sus tres relaciones importantes con hombres. Destaco que paralelamente a las historias amorosas, se hacía referencia a la historia del país que la impactaba: ella y su primer marido militaban en el peronismo. Se trata de lo más parecido a mi primer binge watching.
Soy escritor, guionista y me desempeño también en el área de desarrollo de contenido. Mi primera nouvelle, Maldito Lasticön, fue concebida como un folletín, una novela por entregas en la que tomé muchas herramientas de las series. Cuidado por el arco de los personajes, cliffhangers, episodios seriados pero con una línea argumental autoconclusiva (para que cada entrada pudiera ser comprendida más allá de la historia de la que eran parte), etc.
Este miércoles comienzo una columna donde repaso los pilotos de las series más relevantes del momento, de la historia o de mi vida. Las que me provoque desmenuzar. Analizaré los comienzos de los arcos dramáticos, por dónde arrancan a contar el cuento, cómo presentan a los personajes, qué lineas argumentales priorizan, los temas que asoman. Reviste particular interés retomar una serie exitosa y recrear los inicios, en el sentido de indagar cómo crece un producto audiovisual. Muchas veces el éxito llega de forma inmediata pero en otras exige evolución, ajustes y cierto feedback de la audiencia. Personajes secundarios que toman relevancia, actores que aceitan su relación con el paso de los episodios, guionistas que redescubren capas de un personaje cuando lo ven en carne y hueso.
Me voy a centrar en el formato de una hora, género drama, TV de aire, cable o streaming. Dedicaré algunos episodios (¿Season 2?) a las series de Miami. La lista puede incluir a Dexter, Burn Notice, Miami Vice, CSI: Miami, Ballers, Magic City, Nip/Tuck, Versace…
Decidí que el piloto de Temporada de Pilotos fuese Twin Peaks, una serie de culto creada por David Lynch y Mark Frost que llegaba a la pantalla chica los domingos por la noche. Fueron 30 episodios entre 1990 y 1991 que cambiaron la tv. Muy pocos ejecutivos de ABC le tenían fe y la cocina de cómo obtuvo su greenlight tiene algo de milagroso. Lo considero un buen desafío porque Lynch no suele valerse de lo más ortodoxo de la industria. Para empezar (utilizaré la versión que hoy tiene Netflix) se trata de un episodio de 94 minutos de duración, lo que sugiere un capítulo doble de TV abierta. Y con varias rarezas más.
Soy un practicante feroz del binge watching. No hay nada más estimulante que engancharse con una serie, con una historia. Repetir una y otra vez “¿Y ahora qué?” Me sucede con frecuencia que no corto mi sesión con los créditos finales del episodio sino que suelo mirar el teaser y a veces hasta el primer acto del episodio siguiente antes de presionar el pause. Eso significa que han dado con un buen cliffhanger donde uno no puede más que preguntarse ese “¿Y ahora qué? Un buen piloto no es otra cosa que una danza de seducción, donde los personajes y el argumento se desnudan para lograr ese difícil compromiso de enganchar a una historia hasta el final. O por lo menos una promesa de play para el episodio siguiente.