El legado de paz y justicia social del Papa Francisco

El Papa Francisco partió de este mundo justo al finalizar la Semana Santa.

     No estuvo presente en los ritos de la semana, pero el Domingo de Pascua, sorpresivamente, apareció en público, en el balcón de la logia central de la Basílica de San Pedro, para la bendición Urbi et Orbi, ante las 50.000 personas que llenaban la plaza.

     El Pontífice les deseó Buena Pascua. Después, para sorpresa de los miles de fieles reunidos en el Vaticano, recorrió la plaza de San Pedro en el papamóvil y hasta bendijo a varios niños.

     En su mensaje pascual, leído por Monseñor Diego Ravelli, maestro de las ceremonias litúrgicas pontificias, Francisco rechazó el rearme e instó a los gobiernos a usar sus recursos para ayudar a los necesitados, combatir el hambre y promover el desarrollo.

     Lamentó los numerosos conflictos del mundo de hoy; la violencia contra mujeres y niños; el desprecio hacia los más débiles, los marginados y los migrantes. Y expresó su anhelo de que tengamos esperanza y confiemos en los demás, “incluso en quien no nos es cercano o proviene de tierras lejanas, con costumbres, estilos de vida, ideas y hábitos diferentes… pues todos somos hijos de Dios”.

     Francisco hizo de la paz y de la ayuda a los necesitados un mensaje fundamental de su pontificado. Siempre enfatizó que la justicia social y económica era esencial para lograr la paz, para construir un mundo más pacífico.

     En su mensaje del Domingo de Resurrección en la plaza de San Pedro, Francisco afirmó: “La paz tampoco es posible sin un verdadero desarme. La exigencia que cada pueblo tiene de proveer a su propia defensa no puede transformarse en una carrera general al rearme”.

     El Papa se manifestó preocupado por el antisemitismo que se propaga por muchos países, y también por la comunidad cristiana de Gaza, donde el conflicto “sigue llevando muerte y destrucción, y provocando una dramática e indigna crisis humanitaria”. El Sumo Pontífice pidió que cese el fuego, que se deje en libertad a los rehenes y se ayude a la gente, que sufre las secuelas del hambre y que desea paz.

      Condenó los ataques a hospitales y a los trabajadores de organizaciones humanitarias.

     El Papa también pidió que llegue la paz a otros lugares azotados por la guerra y la crisis humanitaria, como el Líbano, Siria, Yemen, Ucrania, Myanmar, el Congo y Sudán, entre otros. Y dijo que la Pascua era una ocasión propicia para liberar a los prisioneros de guerra y a los presos políticos.

     La paz no es solamente la ausencia de guerra, sino que está estrechamente vinculada a la justicia, expresaba el primer papa latinoamericano. Y recomendó adoptar acciones concretas en esa dirección: condonar la deuda externa, abolir la pena de muerte, crear un Fondo Mundial para erradicar el hambre en el planeta, y establecer un sistema internacional basado en la solidaridad, un sistema que evite las injusticias y la explotación de los países pobres.

     Francisco ha partido, pero su trascendental mensaje de fe y optimismo perdurará. Sus palabras conmueven e inspiran tanto a creyentes como a no creyentes, porque reflejan la esencia misma de la humanidad, nuestra disposición a la concordia porque somos seres gregarios, y el amor al prójimo que Jesucristo proclamó y por el cual aceptó su sacrificio.

     El Pontífice enfatizó que la paz comienza en el hogar y en las relaciones personales. Nos exhortó a construir puentes, a cultivar la fraternidad, a rechazar la guerra y a tener fe en que es posible construir un futuro de paz para el mundo. El Papa Francisco nos ha dejado un poderoso legado de fe invencible y de profunda humanidad.

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