“A twilight – like, shimmering stream, a cascade of dreams … ¿Cuál será la traducción de esa palabra al castellano?” pensé… “twilight…”
El ventanal se ensangrentaba de lluvia. Dejé la máscara colgando del cuello y probé el café. Soplé los puntitos de azúcar, dispersándolos entre las grietas de la madera. Ya en la última página… y el final me pareció tan triste. Dejé el libro a un lado, coloqué la taza encima, y revisé de nuevo la calle desde el cristal. Hace meses atrás, no cabría en este diluvio un solo paraguas. Traslúcidos ante el atardecer, entre los callejones, y el neón de las vitrinas iluminando una corriente de rostros desnudos. Hoy, sólo el horror del silencio humano, y la serenidad del agua cayendo.
La luz… esa luz de ‘twilight’ filtrándose sobre el vidrio, iluminando las mesas vacías. Arriba de la ciudad, una pasta de nubes se amontonaban por kilómetros, como fabricadas con algodón quemado; revelando en intervalos un rojo celeste que se anaranjeaba detrás de su oscuridad. Prismas goteando de los postes, labrados de un aguacero que se partía a pedazos desde un cielo contaminado. Que tarde tan alucinante.
Un chasquido al borde de la barra. El algoritmo de la rocola acierta con la próxima canción. Quienes venimos a este sitiopara olvidar el rocío homicida de afuera, los gustos se conocen desde la entrada.
Ella abrió la puerta y se sentó al frente. Le sirvieron dos dulces, y una copa que salpicó sus dedos. Ojos grisáceos, cabelloliso azul; la línea del flequillo debajo de sus cejas. Me miró dejando su máscara a un lado. Sonreímos… y podría jurar que toda ella fluctuaba entre suaves colores con cada una de sus sonrisas.
Sentí amarla. Debe ser porque recuerdo que en cualquier instante, puedo morir.
Lleva una chaqueta transparente, morada, empapada. Debajo, una camisa pastel con letras chinas bordadas. Falda negra, medias hasta las rodillas. Sus muslos eran de crema, como porcelana. Zapatillas con figuritas pintadas a pincel, como dibujadas por un niño.
De su bolso sacó un cilindro. Del cilindro, dos varas cromadas y un sedal cristalino miniatura.
“¿Son tus herramientas?”
Me examina y estira sus labios a los lados. “Soy diseñadora de juguetes” exclamó. Y sonrió de nuevo.
“Sigue sonriendo” pensé, “y harás del Apocalipsis un poema de amor.”
“Es el momento comprendido entre la claridad y la oscuridad,” me explicó, tomando un sorbo de su copa. “Un brillo de luz emitido desde el cielo cuando el sol está por debajo del horizonte… twilight.”
“Me tienes la barriga llena de brincos, y el pecho lleno de gritos, carricita” murmuré.
Muero por besarla. “¿Diseñadora de juguetes?” pregunté.
“Si, diseño juguetes… como esos juguetes mecánicos chinos… ¿sabes?”
“Si… si se…” Ella comenzó a cambiar, recorriendo distintas formas, distintos momentos. Como una película que se proyecta en el cine en esa última hora cuando empezamos a morir. Ella se convertía, a una forma más hermosa que la anterior.
“¿Que haces ?”… continué.
“Te miro… me gusta verte”. Del sedal tejió un pequeño artilugio mecánico, y al atornillarle la espalda, lo encendió. “En este juguete te guardaré cuando la máquina que te mantiene vivo se apague. La usarán en otro como tú… pero tú estarás a salvo en mi bolsillo”.
Sentí el lugar liviano. Afuera los paraguas se elevarían, separando cientos de pies del pavimento. Pero afuera no había nadie.
El resplandor llegó de golpe. La revistió con un fulgor colorante. Nos abrumó a ambos. Como si el oleaje de una gran bomba a la distancia hiciera de nosotros dos bengalas del mismo candelabro. Sus ojos ya no eran grises. Eran soles. Y la rocola fulminaba temas unos encima de otros. Me concentré en uno, el que luchaba por dejarse escuchar. Ese que prometía el fin de todos los horrores posibles.
Sus cabellos se movían como se mueven cuando el agua nos pasa por encima. Quiero ser especial para ella… pero creo, que me he quedado sin tiempo para preguntarle como se llama. Vino a estar conmigo, a pesar que a mi lado no hay nadie.
“Niña preciosa prendida por todas partes, arquitecta de juguetes … me estoy … perdiendo en tus ojos.” dije con el último aliento que se disipa al final del sueño … cuando no queda ya nada por respirar…
Y nada más existe afuera. Ni yo. Ni nada.
Solo ella … aún sonriendo … y cambiando el curso del universo.”