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MATAVIEJAS

Que la situación del true crime, del policíaco de no ficción es anómala en las letras hispanas, pese a ser en esa la lengua en la que se fundó el género, se demuestra con el caso de la Mataviejas, Juana Barraza Sampiero (Hidalgo, 1957), la asesina en serie luchadora de pancracio que se llevó por delante a 16 ancianas. De ahí su apelativo en el México que transita del siglo XX al XXI.

El personaje, la asesina, se imbricó por completo en la cultura popular de México y del resto del mundo desde el momento de su detención. Era una mujer, cuando la policía pensó que era un travesti por las declaraciones de testigos que afirmaban haber visto a una hembra de complexión fuerte, casi masculina. Era una luchadora de pancracio, de por sí un elemento de la cultura popular mexicana que la dotaba de una aureola diferente, matizada. Y mataba a sus víctimas con estetoscopio haciéndose pasar por trabajadora social.

El personaje conmocionó a la sociedad. Las pruebas están ahí. La Mataviejas fue protagonista de series como Central de abastos de la mexicana Televisa; protagonizó un capítulo de Criminal Minds en EE. UU. de la serie Capadocia de HBO, que a través de la ficción narra la historia de distintas mujeres encarceladas en México. Y, a partir de ahí, su figura ha inspirado varios perfiles de ficción, desde el que le dedicó Mujeres asesinas titulado “Maggie pensionada” en 2010, hasta un episodio de Law & Order basado parcialmente en Barraza, pasando por varias producciones documentales del canal Discovery.

En cambio, la versión escrita de los acontecimientos, Ruda de corazón: el blues de la Mataviejas, la biografía documental escrita por Víctor Ronquillo en 2006, es muy difícil de encontrar. No está en Amazon. No está en Iberlibro. Suerte de las librerías mexicanas y el servicio postal. Pero no se entiende por qué un libro de true crime bien documentado, escrito por un narrador solvente como Ronquillo —que se ha significado escribiendo otros policíacos de no ficción, como el dedicado a los feminicidios de Ciudad Juárez—, editado por un sello conocido como es Ediciones B resulta tan difícil de encontrar que ni siquiera de segunda mano se puede adquirir. O lo que es lo mismo ¿pasa algo con el true crime en castellano, de manera que un libro no pueda competir con las producciones televisivas? Y esta pregunta se hace pertinente, necesaria, cuando el texto es sólido como sucede con el escrito de Ronquillo y cuando ilumina aspectos, elementos clave de la biografía de la Mataviejas.

Tal vez se deba a lo que menciona Susana Vargas Cervantes en el libro The Little Old Lady Killer (NYU Press, 2019), un ensayo cultural y académico sobre los asesinatos de Juana Barraza escrito en inglés. En él, la autora expone, argumenta, que crímenes como los perpetrados por la Mataviejas superan el marco criminal de la cultura mexicana, a su parecer porque se están perdiendo los valores, los hábitos de esta cultura, para sustituirlos por otros exportados del vecino del Norte, como el individualismo. Es un argumento recurrente, que he oído o leído más veces, sin ir más lejos cuando se habla de la escalada de asesinos en serie que asoló la Península Ibérica durante la primera década del siglo XXI. Pero uno consulta la lista de psicópatas, de asesinos en serie mexicanos y se espanta. Y no se puede aseverar, no se puede afirmar que todos sean exportados, que sean consecuencia de cambios de hábitos de la sociedad mexicana, porque hay criminales en la década de los 50,  y porque algunas de las lacras sangrientas, de los crímenes seriales, tienen una pauta, una secuencia difícil de explicar, ni siquiera desde una perspectiva anglosajona, como muy bien refleja, como muestra Roberto Bolaño en 2666 cuando hace aparecer al sheriff gringo en la acción, en la cuarta parte donde se narran de modo libre a manera de crónica, de crónica criminal, los feminicidios ocurridos en Ciudad Juárez. El sheriff, el extranjero curtido en los casos de perfil estadounidense, en los asesinos en serie y otros perfiles criminales, se ve superado, rebasado por los feminicidios, por esa forma de matar, de agredir a la mujer que observa y que es incapaz de comprender. Es un tipo de crimen distinto al que está acostumbrado. Tal vez sea hora de mirar de frente a nuestras sociedades de habla hispana. Tal vez sea el momento de aceptarnos tal como somos, sin idealizaciones, sin la idealización de nuestras costumbres y de aceptar también nuestro pasado criminal —y también nuestro presente—. Ahí el policíaco de no ficción escrito en castellano tiene mucho que decir.

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