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Las chicas son el demonio, Els.

La señorita Hicks no era, como a menudo temía sospechar Denver, cualquier cosa viscosa con tornillos y tentáculos. La señorita Hicks, la más eficiente de todas las secretarias que Denver había tenido jamás, era una chica de un lugar llamado Edward Henry, también conocido como Denry, que podría haber pasado por una chica humana cualquiera de no ser por los dos pequeños armarios que tenía por orejas. Eran dos pequeños armarios encantadores, de algo parecido al roble que no era, evidentemente, roble, sino algún tipo de carne no humana, y piel. Dentro de esos dos pequeños armarios, la señorita Hicks guardaba todo tipo de cosas. Cosas pequeñas que a veces se cansaba de llevar encima o que simplemente creía que sus orejas podían soportar. Cosas como anillos, diminutos pintalabios y cajitas, minúsculas, de cerillas.

A veces, cuando salía con algún chico, se tapaba aquel par de armarios con una de sus encantadoras orejeras.

La señorita Hicks tenía una, también pequeña, colección de orejeras. No eran demasiadas pero sí las suficientes como para ser consideradas parte de una pequeña colección. Sus favoritas eran las de color azul, que hacían juego, decía, con sus ojos, que eran azules y un poco amarillos.

Precisamente en aquel momento su par de orejeras favoritas estaban sobre la mesa de su cubículo-despacho. La señorita Hicks ocupaba un cubículo-despacho en el Área de Secretarias y Secretarios de World War 24 Enterprises. No podía decirse que le entusiasmara su trabajo, pero tampoco podía decirse que lo aborreciera. Podría decirse que lo que entusiasmaba a la señorita Hicks era ser eficiente y que disfrutaba de cualquier trabajo en el que pudiera ser tan eficiente como le viniera en gana.

–¿Dorothy?

–¿Elsie?

–Oh, Rothy, ahí estás.

–¿Dónde iba a estar si no, Elsie?

–Por un momento he pensado que podías estar almorzando – dijo la señorita Hicks – Últimamente te pasas el día almorzando.

–¡Yo no me paso el día almorzando!

–¿Ah, no? ¿Y qué me dices de ese tal Harrisburg?

–¿Freddie?

–¿Está llevando las llamadas de Jackie Gleason?

A menudo, la señorita Hicks, Elsie Hicks, y sus compañeras, y también sus compañeros, pues cada vez eran más, tantos que empezaban a ser mayoría, los chicos que ocupaban cubículos-despacho como el suyo, se referían a su trabajo así, decían que (LLEVABAN LAS LLAMADAS) de alguien, como si las llamadas de ese alguien pudiesen llevarse a alguna parte.

–Es un buen chico.

–Claro que lo es, Roth.

–No crees que lo sea.

–Lo que creo es que siempre acabas precipitándote.

–No me precipito.

–¿Ah, no? Por lo que tengo entendido, Roth, sales a almorzarhasta dos veces al día con él, algunos días.

–¿Que yo salgo…? ¡Oh, no puedo creérmelo! ¿Ha sido Blackwell? El maldito Blackwell me la tiene jurada, Elsie. No creas nada de lo que te diga.

–Rothy, yo sólo te creo a ti, pero las chicas, ya sabes, hablan.

–Las chicas son el demonio, Els.

A veces, cuando llamaba a Rothy para preguntarle cualquier cosa ocurría que acababan hablando de cualquier otra cosa y Elsie olvidaba cuál había sido el motivo de su llamada. Aquella estuvo a punto de ser una de aquellas veces.

–¿Rothy?

–¿Sí, Els?

–En realidad no te llamaba por eso.

–Oh, por supuesto que no.

–Te llamaba por, ya sabes, esa Jirafa Muy Famosa.

–¿Sigue atascado?

–Sí, aunque ahora ese no es el problema.

–¿Ese no es el problema? ¡Ese debería ser el único problema!

A menudo, Rothy Tyler se mostraba iracundamente impetuosa. En su otra vida, Rothy había dado clases en un instituto. Un día, en el solar que había frente al instituto se había instalado un circo. Durante el día, desde las clases, podía oír cómo rugían, allá abajo, en sus jaulas, los leones. En más de una ocasión, la por entonces aún maestra Rothy Tyler, se había interrumpido, en mitad de una frase, para llamar la atención de su alumnos sobre aquel hecho milagroso, el que una pareja de leones estuviese rugiendo para ellos.

–¿No es maravilloso? – decía entonces.

Y los chicos, todos aquellos desagradecidos chicos que se habían acostumbrado a ver a los leones en papel satinado, como si en vez de habitantes de su mismo planeta fuesen seres mitológicos de los que se hablaba en pasado, se encogían de hombros.

En cualquier caso, Rothy siguió dando clases en el instituto hasta que el circo se fue, y entonces, un día, decidió que ella también se iría. Y eso fue lo que hizo. Empaquetó sus cosas y se fue. Antes de abandonar la ciudad pasó por la redacción del periódico local con el ejemplar del mismo en el que había leído la entrevista que uno de sus redactores le había hecho al domador de leones.

–¿Qué es lo que necesita exactamente? – le preguntó el redactor jefe.

–Necesito que me diga dónde está.

–¿El redactor?

–No, Francis Bella Lynn.

–¿El domador?

–Y los leones.

–Oh, discúlpeme un segundo, ¿quiere?

El redactor jefe había hablado con el redactor que había entrevistado a Francis Bella Lynn y Dorothy Tyler había salido de allí con el nombre de la ciudad en la que pensaba instalarse el circo a continuación.

Así era como Rothy Tyler se había convertido en aprendiz de domador de leones y como había acabado devorada por uno de esos leones.

–¿Roth?

–Qué quieres que te diga, Elsie, yo no movería un dedo.

–Pero quizá sea bueno para el chico.

–¿El chico? ¿Qué chico?

–El escritor.

–¿La Jirafa Muy Famosa?

–Oh, Roth, ¿de veras me has estado escuchando?

–La verdad es que sí he estado almorzando con Freddie bastante a menudo. Qué quieres que te diga, Elsie. Es un buen chico.

–¡Roth!

–¿Qué?

–¡No me has estado escuchando!

–Oh, Els, tengo demasiadas cosas en la cabeza ahora mismo.

–No puedo creérmelo.

–Pero supongo que no tiene nada de malo echar una mano a ese chico. Seguro que es un buen chico. Escribe cosas.

–Claro, Roth, le daré recuerdos de tuparte si consigo salir de aquí algún día y consigo dejar de UNA MALDITA VEZ de escucharte hablar de todos esos estúpidos secretarios que intentas FOLLARTE.

–¡Elsie!

Elsie colgó. Roth podía llegar a sacarla de quicio. Era condenadamente engreída. A menudo ocurría que había sido Elsie quien había descolgado el teléfono y quien había marcado su número, pero de lo único que hablaban era de lo que le ocurría a ella, por lo que la señorita Hicks se encontraba, de repente, atrapada en una especie de cueva en la que reinaba la oscuridad, y en la que lo único que ocurría era que Rothy Tyler hablaba sin parar de todos aquellos secretarios a los que pensaba follarse o a los que ya se había follado sin que pareciese importarle lo más mínimo que Hicks o quien quiera que estuviera al otro lado del teléfono, tuviese algo importante que decirle.

La señorita Hicks sabía que no podía contar con ella, pero todas formas la llamaba. Todas y cada una de las veces que había dudado respecto a qué debía hacer a continuación, lo primero que había hecho era descolgar el teléfono y llamar a la ex aprendiz de domador de leones, sabiendo de antemano que no serviría de nada, tal vez limitándose a retrasar el momento de tomar la decisión, o a obligarse a sí misma a pensar en ello, o a no pensar, mientras la otra parloteaba sobre tal o cual secretario.

Antes de volver a descolgar el teléfono, la señorita Hicks se preguntó qué habría visto Freddie Harrisburg en ella. Qué veían, en realidad, todos aquellos jovencísimos secretarios en ella. ¿Era el asunto de los leones? ¿Acaso no eran más que niños? ¿Todos ellos, niños? ¿Niños fascinados con una mujer que es capaz de domar leones? ¿No saben que en realidad nunca llegó a domarlos? ¿Que no pasó de aprendiz? ¿Que se la, EJEM, comieron?

La señorita Hicks sacudió la cabeza y se fijó en la transcripción de lo que que estaba ocurriendo Allí Abajo con aquella Jirafa Muy Famosa que parecía no estar entendiendo nada. El tipo no hacía más que dirigirse a Denver. Elemental, iba a decirle Denver cuando descolgara (¿POR QUÉ DEMONIOS NO DESCOLGABA DE UNA VEZ?), si es que lo hacía, puesto que a eso se limitaban las Jirafas Muy Famosas. Las Jirafas Muy Famosas esperaban, o, mejor, exigían, que alguien solucionase todo aquello, que el tipo de Ahí Arriba arreglase su propia muerte, y les devolviese, sanos y salvos, si no al lugar del que habían sido expulsados, a uno en el que su categoría, una categoría importante, la categoría de cualquier Jirafa Muy Famosa que se preciara, no se hubiese visto afectada por el hecho de que ya no existían.

–¿SEÑOR D.?

Denver acababa de descolgar al fin.

–¿SEÑORITA HICKS?

–SIENTO MOLESTARLE, SEÑOR.

–USTED NUNCA ES UNA MOLESTIA, SEÑORITA HICKS.

A la señorita Hicks le constaba que el tipo al que ella llamaba Señor D. era un tipo importante, uno de los tipos más importantes de World War 24 Enterprises, por eso nunca se había tomado demasiado en serio lo a que todas luces parecía un flirteo masivo porque, se decía, un tipo como aquel, tan importante, jamás podría salir, de la forma en que Rothy Tyler salía con todos aquellos niños secretarios, con ella, y, después de todo, ¿acaso creía que un tipo como aquel, un tipo importante, iba a salir con alguien que, en vez de orejas, tenía pequeños armarios que podían abrirse y cerrarse, y en los que podía guardarse todo tipo de cosas, siempre que fuesen cosas diminutas?

–NO EMPIECE CON ESO OTRA VEZ, SEÑOR.

–OH, ¿SABE QUÉ? ES USTED MARAVILLOSA, SEÑORITA HICKS.

–SÓLO HAGO MI TRABAJO, SEÑOR.

–PUES LO HACE ESTUPENDAMENTE.

Una de aquellas veces en las que la señorita Hicks llamaba a Rothy Tyler, debería dejar caer que Denver no hacía otra cosa que flirtear con ella.

–Oh, querida, apuesto a que son imaginaciones tuyas – le diría Rothy.

–¿Sí? ¿Por qué no les echas un vistazo a las transcripciones? – le dejaría caer entonces Elsie, la sonrisa, su sonrisa de brillantes y puntiagudos dientes de chica de armarios por orejas, ensanchándose por momentos en aquella cara que, por otro lado, no era nada del otro mundo – ¿Harías eso por mí, Roth?

–Oh, por supuesto, querida – se vería obligada a decir Rothy Tyler – Pásamelas y les echaré un vistazo pero déjame decirte que nunca antes Uno de los Grandes se ha interesado por alguien de este departamento.

–¿Y qué me dices de Jody Balducci, Rothy?

–Oh, Jody Balducci no cuenta, querida.

–Ya.

Elsie llegó a la conclusión de que una conversación como aquella era perfectamente plausible y también, que a una conversación así, sólo podía seguirle otra relacionada, obviamente, con la última conquista de Rothy Tyler. Para cuando esa otra conversación hubiese acabado, Rothy habría olvidado por completo las transcripciones de Elsie, habría vuelto a su lugar de trabajo y sólo volvería a pensar en ellas cuando se topase con la propia Elsie en los pasillos del Área de Secretarias y Secretarios o bien cuando la propia Elsie volviese a descolgar el teléfono para llamarla y fuese ella misma quien le recordase el asunto de las transcripciones, a lo que seguiría otra conversación en la que la única protagonista sería la encantadora Rothy Tyler.

En definitiva, Rothy jamás tomaría en serio aquello que, al parecer, estaba ocurriendo entre Denver y ella, si es que estaba ocurriendo algo, así que no tenía ningún sentido mencionárselo.

Iba a traerle sin cuidado.

Conoce a Laura Fernández en nuestra sección Detrás de Página

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