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La violenta fotografía del mariachi

 Algunos diálogos de la película El Mariachi:

«Mandaré algunos amigos para sacarte», le dice Moco a su ex socio, quien ejerce el narco desde una cárcel, de la que luego escapa.

«Qué detalle tan dulce, culo», le responde el ex socio.

Más adelante:

«Ese día al amanecer era un día como cualquier otro: Sin amor y sin suerte». Así se presenta el protagonista.

«Desde que era pequeño siempre quise ser un mariachi, como mi padre, mi abuelo, y mi bisabuelo», continúa.

«Si quieres ganar una vida real, consíguete un instrumento que valga la pena, cabrón», le dice el cantinero negándose a darle un trabajo al Mariachi.

Posteriormente, el instrumento que “vale la pena”, será un estuche de guitarra lleno de ametralladoras.

En el film de Robert Rodríguez se podía leer lo que pasaría algunos años después. Y vemos la fuga del Chapo Guzmán, antes del Chapo Guzmán. Las tramas principales de películas como El Infierno o La ley de Herodes. Y las (sin) razones de la desaparición de los 43 de Ayotzinapa, 25 años antes de esos 43.

¿Cómo y por qué nace la violencia?

Aquellas imágenes delirantes, agudas, siempre en plano picado, que parecían decir que quien miraba la escena estaba loco, desahuciado, alguien que simplemente miraba la realidad en forma poco convencional; las líneas largas que siempre formaban ángulos agudos, esquinas filosas –además del implacable calor como telón de fondo– ya hacían suponer que la primera película de Robert Rodríguez iniciaba un largo camino, y que el tiempo le daría un lugar en el cine latinoamericano.

Roberto Bolaño le hizo un homenaje en uno de los mejores libros que conforman 2666: “La Parte de los Crímenes”, en donde se menciona cómo alguien observa El Mariachi en un DVD –la película fue originalmente filmada para abastecer a los fletadores de VHS– y durante casi toda “La Parte de los Crímenes” se hace una recreación de la atmósfera, la violencia, la crudeza y la insensibilidad que reina en dos poblados: la ficcional Santa Teresa en la obra del poeta chileno, y Ciudad Acuña en el film de Rodríguez.

El Mariachi fue grabada con un presupuesto de siete mil dólares. El 2011 se la incluyó en la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos, por su «valor histórico y cultural y también por ser estéticamente significativa como un reflejo de la comunidad mexicana», y podríamos añadir: latinoamericana.

Aquí la fotografía de la violencia:

Antes de que el protagonista llegue a Ciudad Acuña, se observa a un hombre descuartizando a un inmenso, brillante e indefenso cubo de hielo. No utiliza un picahielo tradicional sino un arma desproporcionada, un cuchillo sacado del almacén de algún carnicero que a la vez le sirve para su defensa.

Si tuviéramos que resumir la estética de la película en una sola escena –en una sola fotografía–, este hombre abrasado bajo el sol del desierto, sudando y sin embargo ofreciendo agua de coco helada gratis, repitiendo un eterno movimiento mecánico con el brazo, como si estuviera siguiendo una de las escenas de Alfred Hitchcock –generoso pero violento, aburrido pero activo–, resumiría muy bien las delirantes secuencias que arman una de las mejores películas independientes de fin de siglo pasado.

Se dice que Rodríguez escribió el guion mientras servía de ratón de experimentos en un laboratorio que remuneraba bien a sus conejillos, y que con la paga financió El Mariachi.  Aunque algunos años después, sus producciones más comerciales, como Spy Kids, recaudarían millones.

Sin embargo, ninguna de sus obras posteriores alcanzaría el grado de poesía visual, metáfora del desamparo, vestimenta de la violencia convertida en imagen, que consiguió en El Mariachi.

Mucho antes de que el inocente Mariachi se convirtiera en Antonio Banderas y la hermosa Dominó fuera interpretada por Salma Hayek, El Mariachi era simplemente una osada alegoría del futuro, de lo que vendría, pero no en gigantes estudios de Hollywood, sino en las afueras de Ciudad Juárez y otros rincones de América Latina.

No puedo evitar comparar a libros recientes, como la excelente novela Trabajos del reino de Yuri Herrera, o las películas ya mencionadas (en especial El Infierno, de Luis Estrada) y sentir que ambas entre muchas otras le deben por lo menos un pie de página a El Mariachi, porque encontró la forma adecuada para representar, sin juicios morales ni de valor, el tono adecuado, las imágenes precisas, los diálogos contundentes y una fotografía impecable –cual bisturí afilado– la actual problemática del narcotráfico, sus implicancias, devenires, abismos y consecuencias, tal vez  mejor que ninguna otra.

Aquí de nuevo la imagen:

Luego de ingresar al fin en la cárcel en donde está recluido el ex socio, varios hombres armados le entregan un fajo de billetes a la mujer encargada de vigilar las celdas.

Pero alguien se ha dado cuenta de que no vienen para planificar su fuga, sino a matarlo, así que les responde con más armas.

Antes de disparar, marca el número de Moco, y le dice:

«Tus amigos tienen algo que decirte, escúchalo bien, porque tú dirás lo mismo, cuando yo te visite». –luego se escuchan las ráfagas de varias ametralladoras y los gritos de los asesinados. Al mejor estilo de las ejecuciones de Duro de matar, Rambo o Terminator, lo que ya anunciaba ese tenso conflicto entre México con los héroes cinematográficos del norte.

Mientras tanto, afuera, en medio del infernal desierto, un hombre sigue picando el hielo con una rabia inusitada, hasta el final de los tiempos.

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