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En mi familia no existe la memoria

Voy a cumplir cincuenta años en noviembre y cuando escribo esta columna me entero de que los rusos han bombardeado Kiev. Recuerdo la guerra en Kuwait, el derrumbe de las Torres Gemelas, Afganistán, los eternos conflictos entre Israel y los palestinos, Siria, Beirut. Entonces ¿por qué me duele tanto la guerra entre Rusia y Ucrania? ¿Por qué no puedo ver las imágenes y escuchar los testimonios de las familias que están huyendo? Soy chilena, nací aquí y no he ido nunca para allá.

          Pero hay un dato trascendental: soy segunda generación en Chile.

          Ojalá supiera los detalles de mi historia familiar, pero al igual que millones de judíos que sobrevivieron a la Segunda Guerra Mundial, mis abuelos no hablaron. El silencio fue el lenguaje con el que se comunicaron. Eso mismo le sucedió a María Stepanova —poeta, novelista y periodista rusa, editora de Colta.ru, medio digital censurado por Putin al estallar la guerra con Ucrania— autora de uno de los libros más extraordinarios que he leído en los últimos meses: “In Memory of Memory”.  Fue nominado al Booker Prize y de acuerdo al diario DW:

          “La crítica literaria internacional elogió la diversidad del ensayo lírico de Stepanova sobre su propia historia familiar y la naturaleza de la memoria: historias de amor, diarios de viajes, reflexiones y reseñas. La obra es un reflejo de la familia ruso-judía-europea de la autora y su vida a lo largo de un siglo. Es una historia que no está en los libros escolares, tampoco en los rusos”.

          Sin embargo, a diferencia de María Stepanova, yo ni siquiera poseo fotografías o registros escritos: en mi familia no existe la memoria. El vacío es de tal magnitud que ignoro cómo suplirlo. ¿Deberé ficcionar? O quizás tenga que ocupar la estrategia de la poeta y escritora norteamericana con raíces taiwanesas, Victoria Chang. En su libro “Dear Memory” rellena el silencio con suposiciones. A Chang la descubrí en “Between The Covers”, un podcast sobre literatura.  Pocas veces me he sentido tan identificada con la negación total al pasado y la desesperación que se produce cuando es imposible conocer los orígenes.  Otra gran lectura.

          “What if my mother never told me stories about the war or about her childhood? Does that mean none of it happened?”

          Victoria Chang transmite la desesperación frente al silencio y la ignorancia sobre el pasado. ¿Cómo va a existir en mí y luego en mis hijos lo que ignoramos?

          Mis abuelos paternos emigraron en 1939 y la familia de ellos no quiso escapar. Mi abuelo Marcos —a él no lo conocí— nació en Besarabia y cuando se casó con mi abuela Sara (le decíamos Babi), de acuerdo con terceras fuentes, se instalaron en Sokyryany, una pequeña ciudad de Ucrania, en el norte de Besarabia.  Stalin en su momento cedió este territorio a los ucranianos.

          Mi abuela materna nació en Rumania.

          Rumania tuvo que ceder Besarabia a los soviéticos. Hoy Besarabia es aliado de Putin.

          Mi abuela paterna hablaba ruso. Escribía ruso.

          Mi abuela paterna hablaba español con acento.

          Mi abuela materna hablaba yidish.

          Mi abuela materna hablaba español con acento.

          Mi abuela materna llegó muy chica a Chile. Su familia escapó de los pogromos que hubo alrededor de 1915.

          ¿En qué idioma soñaban?

Tumba de mi abuela Sara Chijner (Z.L) en el Cementerio Israelita de Santiago.

Tumba de mi abuelo Marcos Codner (Z.L) en el cementerio israelita de Santiago.

             Hace menos de una semana solo sabía que:

          Mis abuelos paternos se casaron en 1939 y escaparon de la guerra aventurándose a Latinoamérica.  Los que quedaron en el pueblo murieron a manos de los nazis. De los diez hijos, es decir, de los nueve hermanos de mi abuela, solo sobrevivieron ella y otro más, Moisés. Él terminó viviendo en Siberia. Jamás se volvieron a ver.

          Cuando aún no existía Zoom logré contactarme por Skype con él. Moisés no sabía inglés, solo ruso por lo tanto no pudimos conversar.  Nos mirábamos a través de la pantalla hablando en silencio. No he vuelto a saber de él. Frente al vacío del tamaño de un cráter que se iba haciendo, decidí hace poco que no podía dejar pasar más tiempo y comencé a trabajar más seriamente en la investigación.

           La madre de mi papá, Sara, vivía en un pueblo: ¿cuál? Tenían caballos y un poco de tierra. Algo extraordinario para una familia judía; por ende, no eran tan, tan pobres. Mi abuela fue al colegio en Balti, una ciudad bastante grande y Moisés a una escuela rumana; además un rabino le enseñaba Torá. Esto me hace suponer que la familia de mi abuela era observante. Según mi padre, a la familia de Sara la asesinó un pelotón de fusilamiento de los nazis. Pero esto no coincide con lo que yo misma escribí en séptimo básico cuando mi abuelita me contó sobre la historia de su familia. Ella me dijo que sus padres, David y Paulina (¿Pesa?) fueron asesinados en Auschwitz. Hoy, cuando llevó más de diez años trabajando en una organización que registra y preserva los testimonios de los sobrevivientes de la Shoá en Chile (www.mviva.org) sé que existió el “Holocausto en balas”. Seguramente mi abuela creía que Auschwitz y el asesinato por balas eran sinónimos. El “Holocausto en balas” fue otra forma de aniquilación que idearon los nazis. Mataron a miles de judíos que vivían en el frente oriental al no poder trasladarlos a los campos de exterminio.

          “Historia familiar” se llama la carpeta donde he ido guardando la información. En un certificado que encontré dice: “Sara Chijner (puede ser Kirchner) nació en Dondeshem, Besarabia (Moldavia) y mi abuelo paterno, Marcos Codner (puede ser con K) en Beltz, Besarabia. La primogénita, Sabina nació en Rumania” (pero su fecha de nacimiento es imprecisa).

          Comparto la afición de la historia familiar con un sobrino.  Él fue quien fotografió las lápidas en el Cementerio judío de Santiago de Chile. Mi sobrino cree que la madre de mi abuela fue Pesa. Al parecer trabajaba en un hogar de ancianos. Del yidish al español se lee más o menos lo siguiente:

          “Una mujer respetable y de buen corazón atendía y ayudaba a los ancianos de un hogar de ancianos”.

          Pesa es una variación de Pessy, un nombre común de los judíos de Europa del Este. Se vincula con el nombre bíblico de “Batya” que en hebreo significa “hija de D-s”.

          Mi sobrino también concluyó, gracias a sus averiguaciones, que Codner no corresponde al original que fue KADENER. Se escribe ???? y fácilmente pudo haber mutado a Codner porque ambos se escriben igual en hebreo.

          Cuando los judíos llegaban a Latinoamérica era muy común que les cambiaran el apellido, pues los oficiales de aduana no le daban mucha importancia a ello. No sabían español: ¿cómo podrían haber comprobado que escribían correctamente el apellido?  Quizá esto explica los años infructuosos de mi investigación.

          Mi padre y mi tía están vivos, pero ellos tampoco saben mucho. Lo más probable es que tendré que seguir los pasos de Stepanova y de Chang; volcarme a los supuestos y a la investigación sin fuentes directas.

           Un doctor de los Estados Unidos —no lo conozco y solo compartimos el apellido Codner— con el que he intercambiado un par de correos electrónicos, me dijo que podría acceder a los archivos desclasificados de los ucranianos. Una conocida de un amigo trabajaba allí. Parece es demasiado tarde. Dudo que hoy pueda contactarla con mis necesidades superfluas.

           Ella debe de estar intentando sobrevivir.

          Mi memoria es el silencio.

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