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Diario de algún hombre común

En algún momento joven de mi vida se estableció en mi mente la idea de que yo era especial, que inventaría algo que cambiaría el mundo o que mis ideas y aprehensión de la realidad haría que los vericuetos más intrincados del conocimientos parecieran vastas llanuras soleadas donde el límite de la vista es ilimitado.

En algún momento se me hizo claro que todo eso era una mentira.

Más allá de una habilidad para la ternura y alguna que otra frase semi-inteligente, el mundo es ignoto para mí. Pensé que era un buen observador pero casi nunca logro descifrar las verdaderas intenciones de las personas, soy incapaz de detectar patrones y llegar a conclusiones basadas en las acciones de otros, sobre todo en los casos en que alguien hace algo aparentemente inocente para lograr algo indecente por carambola; cosas de ese tipo, que no llevan una mente brillante pero sí astuta.

También pensé que era un amante envidiable cuando en realidad soy egoísta y poco profundo; no es que la tenga corta, al contrario, pero mi persona no acompaña muy bien, o no está a la altura de mi miembro, cosa que entre los hombres no es importante, pero sí entre las mujeres que valen la pena.

Como profesional soy muy poco profesional con una apariencia poco profesional que da a entender que debajo de ella hay un profesional increíble pero modesto. Esto me ha llevado al éxito.

Como hijo soy lo peor.

Como padre, me engaño a mí mismo diciéndome que hago lo mejor posible, pero en realidad ese padre que soñé y pensé ser es una persona muchísimo más paciente, justa, inteligente y honesta que yo. Muchas veces pienso que si hubiera tenido un padre como yo hubiera terminado en un instituto mental o en la silla eléctrica. Odio al padre que soy y mi hijo es lo que más amo en este mundo.

Para mí mi hijo es un héroe. Me sobrevive y todavía tiene ternura suficiente para abrazarme con sinceridad y para quererme sin condiciones. A veces lo miro y veo a un ángel besando a un ogro. Es extremadamente inteligente y se olvida muy rápido de los coscorrones que le doy. Aunque a veces pienso que se los está guardando en la memoria para cuando sea adulto y yo un viejo senil, para devolvérmelos. En fin, no me preocupa, porque si así es, me lo merezco.

Otra cosa que me molesta sobremanera es que en lo que se supone que soy bueno soy mediocre. Que no tengo un interés significativo por la justicia o por las vidas de los narvales o los lugares que no conozco.

También me pasa algo que me deja vacío y con ganas de darme patadas en el culo. Es mi total falta de emoción ante los monumentos, las obras de arte y los paisajes. He tenido la suerte de ir a lugares increíbles del mundo y de ver las siete maravillas de la arquitectura, de ver vangoghoes y Miguel Ángeles a dos pasos, y cuando llega el momento en que estoy frente a ellas, de abrir lo ojos y dejar que la grandeza te invada y te emocione y te nutra y te hagan más pletórico y más sabio, me siento igual que cuando observo el dibujo de las lozas que caen frente a mi vista cuando me siento a cagar en el baño de mi apartamento.

Con respecto a la valentía no tengo una opinión clara de si soy valiente o cobarde. Como mi vida carece de eventos significativos, no he tenido la ocasión de comprobar este aspecto de mi personalidad. En mi interior me creo un león, una fiera, pero pudiera ser que ante la más mínima amenaza me ponga a llorar o a comportarme como un pendejo. Esta ignorancia no me perturba porque no me gusta pensar en las cosas que no puedo controlar. Lo único que sí sé al respecto es que por mi hijo daría mi vida. El resto no está claro. Una vez, cuando tenía como 18… no, ahora que lo pienso bien, no se vale, porque yo no era consciente del peligro.

Con respecto a los amigos creo que soy pasable. Soy fiel, aunque nunca he tenido la oportunidad de comprobar hasta qué punto lo sería, lo cual es bueno, porque a nadie le gusta tener que afrontar algo malo o aceptar algo malo en lugar de otra persona. Nunca he traicionado a un amigo, pero un amigo sí me han traicionado y es ese tipo de herida que nunca se cura. Así que, si está en mis manos, no quisiera causarle lo mismo a otra persona.

Soy un megalómano de campeonato, pero no con el afán de engañar a otros. Me invento premios, habilidades y aventuras en la historia de mi vida para impresionarme a mí mismo. Por el breve espacio de tiempo en que las digo, me las creo, y eso me llena de júbilo y de orgullo hacia esa otra persona que soy yo.

Las otras mentiras que digo son blancas, casi siempre destinadas a hacer sentir bien a los demás o a quitarme problemas o criticismo de parte de otros.

Las verdades que digo son bastante obvias, y a veces digo alguna buena. No suelo ir repitiendo lo que dicen otros, no soy portavoz ni emisario. Ese tipo de cosas no me interesan. Tampoco me gusta formar problemas ni soy chanchullero.

Pero mis odios son profundos. No odio casi nada o casi a nadie. Si me pongo a pensar solo odio dos cosas: que un poder mayor no le permita a alguien luchar por sus sueños en la vida y a mí mismo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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