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Confesiones de un prooflistener o de la dicha de vivir de escuchar palabras

     La literatura se expande. Como todo arte, los creadores y distribuidores buscan nuevas formas de acercar las letras al gran público. Una de las formas que más aceptación ha tenido en los últimos años han sido los audiolibros.

     Aunque el formato no es nuevo, las nuevas tecnologías, especialmente los dispositivos móviles, le ha dado un nuevo impulso gracias a su flexibilidad y simplicidad que permite escuchar un libro en cualquier momento y lugar.

     La demanda de audiolibros ha permitido que muchas personas encuentren una nueva actividad laboral. Este es mi caso, pues desde hace dos años tengo la oportunidad de desempeñarme como revisor de audiolibros o como se dice en esa simplicidad anglosajona, prooflistener.

     Leer es un hábito que conservo desde los doce años. Leo todos los días, así sea un párrafo antes de dormir. Es una pasión y, en los tiempos difíciles, toda una necesidad. En la lectura encuentro la paz que a veces me niega el mundo real.

     La lectura me llevó a dedicarme a la escritura, algo que parece inevitable, pues si algo regalan los libros es el amor a las palabras. Por esos crearlas y recrearme en ellas se convierte en todo un placer.

     Todos los empleos por los que he pasado han estado ligados a la escritura, aunque no necesariamente a la escritura literaria o periodística. En los tiempos que corren, donde la tecnología campa a sus anchas gracias a la dictadura de Google, la solicitud de redactores y editores es muy amplia, pero comúnmente alejada de la literatura y más cercana al lucro.

     Sin embargo, siempre existen excepciones que dan a la vida una oportunidad de no trabajar cada día, sino de vivir de un trabajo que, aunque la jornada sea agotadora o incluso aburrida, siempre es placentera.

     Así fue como en el año 2021, mientras remitía la pandemia, recibí la oportunidad de comenzar a colaborar como prooflistener en MIUTbooks, una de las principales productoras de audiolibros de Iberoamérica.

     ¿En qué consiste esta actividad?

     Muy sencillo: escuchar y leer; leer y escuchar.

     El objetivo fundamental es que la narración del actor sea fiel al texto, tanto en la forma como en el fondo. Es decir, cada palabra escrita tiene que estar reflejada fielmente en el audio. A su vez, el revisor debe atender a las expresiones, entonaciones y emociones expresadas en el texto. Ya que un actor en un audiolibro no sólo lee: interpreta.

     Esta actividad se lleva a cabo gracias a una plataforma que te permite escuchar y leer el texto al mismo tiempo. Además de marcar los errores (o retakes como se dice en el argot) para que sean nuevamente grabados y posteriormente insertados por un editor de sonido.

     Para quienes amamos los libros y la lectura, es sin duda una actividad gratificante. Pero, ante todo, debo confesar que, si algo me ha proporcionado este trabajo, que no lo es en absoluto, es la posibilidad de acceder a libros que seguramente jamás habría leído por voluntad propia.

     Todos los lectores tenemos un gusto propio que vamos refinando con el paso de los años. Cada vez nos volvemos más selectivos. Elegimos con más cuidado el tipo de obra que queremos leer, tenemos un reducido grupo de autores que seguimos y, de vez en cuando, nos arriesgamos a algo nuevo o, tal vez, nos dejamos llevar por alguna novedad.

     Un revisor de audiolibros no tiene elección. Las editoriales mandan y la productora, eso sí, elige quién será el revisor conociendo en parte sus gustos, su preparación previa e incluso las lenguas que domina, pues las pronunciaciones son muy importantes (pero esto ya lo contaré en otra ocasión). Pero al final, en la mayoría de los casos, toca algún libro que jamás imaginaste leer.

     En mi caso, tuve la suerte de inaugurarme con los paisajes tan desolados como poéticos de Khaled Hosseini. Conocer la historia de Afganistán de la mano del autor de Cometas en el cielo fue toda una suerte y una revelación. Había encontrado el trabajo perfecto.

     Luego vino el primer ensayo, un género que había incluido en mis lecturas en los últimos años, pero el tema no tenía nada que ver con mis gustos: la botánica. Fue increíble y a la vez sorprendente darme cuenta lo mucho que me había gustado, comprender lo mucho que todavía me quedaba por descubrir en el mundo de los libros.

     Así, gracias a esta actividad he podido conocer historias a las que, de otro modo, jamás me habría acercado, como la de Los gatos guerreros de Erin Hunter o conocer lo que es el amor del revés según Luisgé Martín o introducirme de lleno en la historia de Rusia de la mano de Edward Rutherfurd o de la premio nobel bielorrusa Svetlana Alexiévich.

     Uno de los mayores placeres lectores lo viví desvelando las profundidades de las almas de Alekséi, Iván y Dmitri Karamázov en más de mil páginas (más de 40 horas de audio), gracias al genio que fue Fiódor Dostoievski.

     También he conocido las mentiras científicas sobre las mujeres (que son sobre todo omisiones y ninguneos) o he tenido la oportunidad de saber de primera mano qué es eso de la selección natural a través de la obra cumbre de Charles Darwin. O incluso he llegado a comprender como nunca la dinámica geopolítica gracias a los dos últimos libros del nonagenario Henry Kissinger.

     Al mismo tiempo me he colado en el mundo del circo y el espiritismo recorriendo el callejón de las almas perdidas de William Lindsay Gresham o he buscado al culpable de los crímenes de la academia de Louis Bayard o viajado hasta la antigua Roma para participar en las carreras de aurigas o recorrido Londres con la perrita Molly en busca de gatos perdidos.

     Dos años de lecturas y escuchas han sido suficientes para entender que esa infinidad de discursos, voces o estilos no tienen que ser comparados, ni mucho menos jerarquizados. Todos tienen un valor propio, además de aquel que cada lector-oyente le da según sus gustos o preferencias. La lectura de libros o la escucha de audiolibros siempre será una actividad que ofrece un beneficio al lector-oyente, sin importar el género, estilo o discurso del libro.

     Por supuesto, también yo tengo una opinión y gustos. No voy a negar que a veces es cansado, a veces tedioso e incluso esta labor ha llegado a provocarme algunas crisis de pensamiento al confrontar ciertos discursos. Pero lo cierto es que tener acceso a tantos libros y poder expandir mi realidad a través de ellos es, sencillamente, un privilegio.

 

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