La infancia respresenta ese lugar de seguridad al que inconscientemente nos gustaría volver cada vez que el mundo se vuelve inhóspito. El vientre materno. La cama de los padres durante una tormenta. El quinto sueño en los brazos de papá. Nos convertimos en adultos y, aunque nos toque representar eso para nuestros hijos, en el fondo (en el remoto inconsciente) anhelamos ese lugar donde todo va a estar bien.
Ese es el mundo que se derrumba en las primeras páginas de la novela de Gisela Heffes, cuando se entera de la muerte del padre mientras padece unas vacaciones en Disneylandia. Comienza entonces un raconto de los meses de esa desintegración de las certezas al ritmo de la agonía de un cuerpo invadido por cables y sondas, desde que la protagonista vuelve a Buenos Aires para acompañar a su padre que afrontará una cirugía para combatir el cáncer de páncreas. La sola idea de la pérdida resulta tan intolerable que al principio la pregunta con la que la familia pelotea al cirujano es “¿Volverá a jugar al tenis?”.
La autora (o el personaje de la autora) genera tres artilugios para enfrentar el dolor. El primero es la disociación de su yo en un alter ego, Vera, que se convertirá en la protagonista de la historia (o en la cara visible). Pero Gisela-personaje no se marcha por completo. La Gisela-autora se pregunta todo el tiempo si la que pone el cuerpo a la “espesura del tormento” no es en realidad Gisela-personaje. Es-Vera-o-es-Gisela transita este duelo anticipado con la certeza de que la ausencia no podrá recuperarse.
El segundo artilugio es el cuaderno de notas de la Vera-escritora (¿o de Gisela-personaje-escritora o de Gisela-Autora?) cuya estructura fragmentada salpica la historia y permite una racionalización de lo que le sucede. Un intento de brindar sentido al sufrimiento.
El último —y tal vez el de los únicos momentos donde la novela nos brinda un falso respiro— remite al reencuentro siempre traumático de Vera con Buenos Aires, la ciudad en la que creció*. Traumático porque dialoga desde el exilio y falso respiro porque no hay nada en esta historia que no sea atravesada por las contingencias de la enfermedad. Entre las muchas miradas en espejo que se encuentran en la novela, Buenos Aires replica el cuerpo del padre. El olor a mierda de las heces de los perros que nadie recoge, el pis de gato, las palomas muertas o la basura que se acumula por los feriados de diciembre. El cuerpo evacúa, vomita, segrega a través de las sondas. Los paseos por Buenos Aires que deberían distraerla, desatan la frustración. Al igual que con el padre, las imágenes del presente se anclan en una convicción que amenaza borrar las de tiempos más cálidos y amigables.
Buenos Aires es diferente.
Otra ciudad borra la ciudad de mi infancia.
Necesito una imagen que borre la de mi papá amarillo. Necesito buscar una imagen de él, riendo. Ya tengo una: estoy contenta.
La primera parte de la novela, Del lado de allá, transcurre en el Sanatorio y sus alrededores. En la segunda, Del lado de acá, Vera vuelve a su vida diaria en Houston, a su maternidad y al trabajo docente. La angustia se muda al Whatsapp, va y viene de ahí al Cuaderno de notas. El mundo ignora la infinita tragedia que la invade, y ella se ve obligada a ponerse del lado del mundo. No quiere que sus hijos la vean llorar. Tiene exámenes que corregir. Una de sus obsesiones, escribir desde el exilio, de pronto se vuelve mucho más real cuando le toca el postoperatorio desde el exilio de un chat en el celular.
Cocodrilos en la noche es una novela de padre e hija y un coming of age. De asumir que ya no habrá una red de contención (que tal vez nunca la hubo) y que estamos solos en el mundo para un abordaje del sufrimiento. Por eso Gisela-personaje tiene que inventar a Vera, un otro yo. Porque no puede transferir el dolor a su hermano o a Lisa (la mujer del padre), mucho menos a su madre. Es una historia sobre la escritura, sobre cómo aborda las circustancias que la rodean. Una indagación sobre la muerte y su relación con la medicina, la arrogancia de la ciencia cuando cosifica los cuerpos, cuando alarga la agonía y, en ese juego de cambio de imágenes, reemplaza una muerte digna por otra atravesada por cables, y agujas, y exámenes, y una multitud anónima que manosea la salud del paciente.
La historia empieza y termina en Disneylandia. Y si bien esto puede parecer un spoiler, me atrevo a recomendar esta novela oscura y visceral especialmente por esas páginas donde la protagonista se entera de la peor noticia en el espacio construido para la felicidad plena. Junto a la promesa de un Tomorrowland infalible, Vera y Gisela-personaje y Gisela-autora se miran, se saben acompañadas pero no pueden evitar la sensación del peloteo monótono en un frontón de tenis que les recuerda a cada golpe que el duelo, todo duelo es intransferible.
Cocodrilos en la noche de Gisela Heffes. Lagüey | RIL Editores, Santiago de Chile, 2020.
* «Volver», de G Heffes, texto incluido en la antología “Don’t cry for me, America”, https://suburbano.net/volver-2/