Search
Close this search box.

Bogdánov y el exorcismo

¿Cuál es el hombre sensato

que no ha tenido nunca

una idea monstruosa?

Atilio Chiappori

 

   Mi amigo se llama Carlos Ostrovsky. Estudió física en el Instituto Balseiro y hace años que vive en California, Estados Unidos. Cada vez que vuelve a la provincia se lleva una sorpresa, pero esta vez el asombro fue más grande. Con el grupito de amigos de la secundaria (Rocío, la ex novia, y Angelita), fuimos a la misa del domingo con el obispo. El cura dijo la frase que después fue noticia nacional: “el demonio se mete en el cuerpo por la sangre y las palabras”. Más tarde, ya en el hall del hotel, Carlos me cuenta que él conoce un caso arquetípico de muerte por transfusión de sangre. Es el caso de Bogdánov, el escritor, médico y economista ruso que murió después de una operación solidaria. Mi amigo Carlos, físico cuántico, no puede creer que un miembro de la iglesia católica diga lo que dijo Domínguez en la misa. Está equivocado el obispo, dice Carlos, iracundo.

   Según Carlos, Bogdánov estuvo prohibido en la época de Stalin y sus libros no fueron traducidos al inglés hasta no hace mucho. Formuló una teoría revolucionaria sobre las relaciones entre física y biología –la tectología, que es un antecedente de la teoría de sistemas– que impactó en físicos posteriores y que hoy tiene plena vigencia en el mundo de la física cuántica. Carlo Rovelli, por ejemplo, la cita en su libro sobre Heisenberg y la isla de Helgoland. ¿Lo leíste?, me encara, con su soberbia habitual. Carlos está fanatizado con Bogdánov así que esa noche nos quedamos hasta tarde en el hotel. Primero pedimos una botella de whisky de los caros y después otra que la terminamos cerca del amanecer. Yo suponía que me dolería la cabeza al día siguiente pero en ese momento no me importa porque estoy con Carlos, y hace mucho que no lo veo. Bogdanov fue un colectivista solidario y pensó que las cosas y las personas existen en función de un estándar de organización. Nada existe por fuera de las relaciones, y menos en el caso de los humanos. Fiel a su ideal  humanitarista, Bogdánov difunde el experimento de transfusión de sangre –de forma innovadora– y pone el cuerpo para probar su hipótesis. Se podría decir que en el experimento se le va la vida. En la versión de Carlos, Bogdánov emprende una transfusión de sangre a un enfermo de tuberculosis y malaria porque quiere suicidarse. La transfusión es para el filósofo un hecho comunista, colectivista. Él creía que el paso de sangre de un cuerpo a otro transmitía las ideas revolucionarias de una generación a otra. Pensaba que producía el rejuvenecimiento y la vida eterna. Él mismo comprobó que su pelo creció gracias a los accesos de sangre y un colega  le dijo en una carta a su mujer que lo veía más joven después de los experimentos. Sin embargo, el ensayo con el enfermo de malaria y tuberculosis no resulta bien. El paciente no se cura y Bogdánov se contagia. Pasan unos días y Bogdánov cae en un proceso de decadencia imparable. Su enfermedad no tiene remedio. A los pocos días muere en un hospital público de Moscú.

   Carlos enseña Física teórica en el departamento de Física de la Universidad de California (con sede en Los Ángeles) y suele toparse con los popes de su disciplina. Vive solo, yo sé por qué, y viaja por el mundo a los congresos más importantes. Cada vez que viene a la provincia evocamos a los viejos fantasmas y su relación con Rocío reaparece como un trapo demasiado ajetreado. Sé que no quiere verla y al mismo tiempo sí quiere porque ella lo conecta con un pasado que vuelve. Carlos relaciona a Bogdánov con un chico que ha muerto de una enfermedad venérea en la sala del Hospital de Irvine, cerca de Los Ángeles. Ese chico fue colega mío en la Universidad, dice, lo vi crecer y avanzar en su carrera. Alguna vez tuvimos un encuentro cercano del tercer tipo, dice, irónico y sonríe. Yo entiendo muy bien qué quiere decir. Lo que sucede es que él no puede expresarse de manera tan abierta aquí porque las personas comparten con el obispo su mirada sobre ciertas cosas. Como dice la canción, es mejor no hablar de ciertas cosas.

   En la misa, el cura dijo que el demonio se mete en el cuerpo a través de la palabra y de la sangre. Para quitar al demonio del cuerpo se debe dejar de hablar de asuntos prohibidos. “Expulsemos de la boca las palabras diversidad, género, homosexualidad. Esas palabras son el demonio o atraen al demonio. El diablo está en todas partes”, dijo el obispo Domínguez, titular de la iglesia provincial, y todos aplaudieron. Carlos me cuenta que se hizo una transfusión de sangre. Dice que con eso ha crecido en él una sensación de estar habitado por otro ímpetu. Es como si otro estuviera en él. Un halo o una capa de la otra personalidad se ha instalado en todo su ser. “Yo soy yo y también soy otro”, dice Carlos. No te preocupes. No soy el Dr. Jekill y Mr. Hyde. No, nada de eso. Pero siento que un río nuevo fluye en mis decisiones y eso es fantástico”.

   Unos días después, antes de que Carlos se volviera a California, nos vemos con Angelita y Rocío, su ex novia, en la confitería El amor cortés. Rocío está preciosa con su largo vestidito rosa y Angelita lleva un crucifijo más grande que sus tetas. Ella siempre fue un poco exagerada con los amuletos, los adornos, y todo lo que se relaciona con la religión. Sin preámbulos, Angelita recuerda las palabras pensantes del cura, así lo dice, y cuenta una historia de amor entre el primo de una amiga y un chico gay. Como una continuación de las creencias de Angelita, Rocío dice que nadie es gay –y mientras habla mira a Carlos– sino que eso surge como una imposición de estos tiempos. Las cosas, sigue Rocío, ufana, se imponen porque todo el mundo habla en la televisión de ser gay y fomentan esas cosas en las redes y los medios. Entonces eso se termina contagiando.

   Las palabras hirientes de Rocío tienen un efecto inmediato en Carlos. Sus pómulos enrojecen, su boca se contorsiona y las piernas tiemblan, apenas: la cara se transfigura. Él siente –eso creo en ese instante– que Rocío le está hablando a él directamente. Carlos piensa que Rocío no ha podido superar que él se haya ido a California y que la haya dejado por un muchacho que después se terminó muriendo –así lo quiso el azar, ha dicho Carlos alguna vez– en medio de los ataques a las Torres Gemelas de Nueva York.

   Carlos se levanta de la silla y camina, con cierta torpeza que se expresa como brusquedad, hacia el baño. Rocío me mira y no dice nada pero sus ojos hablan más que sus manos y que la transpiración de su cuello.

   Carlos regresa y se sienta. Angelita mueve con los dedos finos de sus manos blancas el crucifijo grueso y el ruido interrumpe, apenas, el silencio neblinoso. Estoy  pensando ya en el regreso, dice Carlos, forzando el cambio de tema.

   Rocío insiste y recuerda que el obispo dijo que el otro gran inconveniente son las transfusiones de sangre. A través de la sangre se transmite el mal. Y creo que tiene razón, agrega Rocío.

   Carlos comenta que Bogdánov –ya escuché la historia en el hotel—ha muerto por una transfusión de sangre y que eso ha posibilitado que se salven muchas  vidas. Rocío lo interrumpe y repite algunas frases del obispo en la misa. Dice, además, que los rusos no han producido ninguna revolución científica. Carlos sabe que ella sólo quiere fastidiarlo y no la refuta.

   Angelita se levanta y busca al mozo en el centro del salón. Las luces de la plaza se proyectan, tenues, en la vereda de piedras. Al rato, reaparece el mozo y sirve unas tazas de té.

   Es hora de otro té, dice Rocío, fingiendo que está todo bien.

   Carlos vuelve sobre el sabio ruso Bogdánov y pienso que la insistencia no está puesta tanto en el saber sino en algo más profundo, en su historia de vida, en su periplo personal.

   Rocío comenta que gracias al obispo se ha creado en la provincia un Ministerio del Exorcismo, algo muy útil ya que el demonio ronda los cuerpos y los espíritus, sobre todo los espíritus. Carlos la mira, contrariado, y ella sigue y comenta que hace poco se ha descubierto que un pobre albañil tenía el diablo adentro y que gracias a la sabiduría de un cura y a la denuncia de los vecinos se lo pudieron sacar pero que fue más obra del azar que del estudio sistemático de la maldad en la sociedad. En cambio, ahora, que ya hay dos curas con cargo oficial las cosas van a ser más fáciles, más eficientes. Ella usa el vocablo eficientes y se ríe. Pero no se ríe porque ironice sino porque mira a Carlos con una intención clara y él le quita la mirada cada vez que ella dice espíritu, demonio o cuerpo poseído. Según Rocío, el albañil estaba tirado en una silla enclenque en medio del rancho. El cura del barrio fue con un ayudante y le empezó a hablar. Como el albañil parecía dormido, la esposa le explicó que había tomado mucho y que estaba borracho pero que todo era obra del diablo, el demonio lo lleva por mal camino. El hijo, un muchacho de unos quince años, dijo que el padre estaba poseído por el demonio y que nadie podía cambiar nada si no recibían la ayuda de Dios y de la iglesia. Todo el proceso empezó con la denuncia elevada por un vecino. La mujer miró al esposo tirado en la silla y se apartó, asustada, y se pegó al cuerpo del cura y le pidió que le haga el exorcismo. El cura empezó a leer una parte de la Biblia mientras un gallo caminaba por el patio de tierra y movió las manos y dijo unas frases en latín. El albañil empezó a moverse de forma convulsa y en un momento pareció que se estaba elevando de la silla. El cura lo empujó con fuerza y logró estabilizarlo, le tocó el pecho, le rozó la cara y le mojó los labios y la frente con agua bendita.

   Rocío dice que el cura le salvó la vida y que el Ministerio del Exorcismo es el mayor invento de la humanidad. Carlos gira su cara y chasquea con su lengua y me mira. Yo apenas sonrío –sé lo que está pensando– y luego me levanto. Los dejo solos. Todo esto no tiene fin. Carlos volverá a su ciudad de residencia, vivirá con los favores de la cultura estadounidense y Rocío seguirá feliz con los exorcismos.

 

 

Relacionadas

Suburbano Ediciones Contacto

Facebook
Twitter
LinkedIn
Pinterest
WhatsApp
Reddit