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Volver al mall

Miércoles 20 de mayo de 2020: Este miércoles paseaba en auto alrededor del International Mall, en los suburbios del oeste de Miami, cuando mi hija observó que el centro comercial estaba abierto.

Era el día en que las autoridades del condado de Miami-Dade, en el Sur de la Florida, anunciaron que muchas tiendas y restaurantes abrirían de nuevo al público.

Los estacionamientos del mall, muy visitado antes de que la epidemia del coronavirus llegara a estas costas, estaban casi vacíos. No se veían muchos vehículos más que los de la agencia de alquiler de autos Avis, varados en el espacio entre las tiendas JC Penney y Kohl’s.

Pero cerca de la entrada del mall a la sección de los comedores, había automóviles, la puerta de cristales estaba abierta y vimos a personas que entraban y salían. Estacionamos, nos pusimos las mascarillas para protegernos del virus y nos dirigimos hacia la entrada.

Una empleada en la puerta, también con mascarilla, nos dio la bienvenida. En el vasto salón donde están las cafeterías, había unas pocas personas sentadas en mesas más separadas de lo habitual, observando las regulaciones de lo que los medios llaman –a veces me parece que con cierto regodeo– la “nueva normalidad”.

Menos de la tercera parte de los restaurantes estaban abiertos, al igual que muy pocas tiendas. La cafetería Starbucks ubicada en el centro del mall estaba cerrada, y las mesitas contiguas, donde la gente suele sentarse a paladear un latte o un white chocolate mocha mientras revisan sus laptops o sus teléfonos móviles, estaban desiertas.

La tienda Forever 21 –una de las favoritas de la gente joven– era una de las pocas abiertas. No había muchos clientes. Una empleada, después de saludarnos con amabilidad, nos indicó que la ropa no se podía probar. Pero todo estaba allí: los jeans, los shorts, las blusas de moda, los accesorios, la ropa y los artículos que ahora las personas, encerradas en sus casas para evitar contagios, compran online, disparando las ganancias de Amazon, el gigante de las ventas a domicilio.

El mall estaba casi vacío, pero fue muy agradable entrar por primera vez en más de dos meses. La pandemia nos ha enseñado a valorar muchas cosas a las que antes no dábamos la importancia debida: sentarse al aire libre en un balcón, en una terraza o en un patio; andar a pie por el barrio; descubrir en la zona donde uno vive rincones inesperados y hermosos en los que antes ni nos fijábamos; compartir más tiempo con la familia. Y también visitar los malls, esas ciudades artificiales de los vastos suburbios norteamericanos, vitrinas de nuestra civilización consumista que poco a poco nos vuelven a abrir sus puertas y a los que, bajo el asedio del coronavirus, hemos extrañado como nunca sospechamos que extrañaríamos y a los que volvemos, enmascarados pero felices, durante la “nueva normalidad”.

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