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Verano salvaje

Hay un momento en el que la niñez se diluye y las sombras del mundo adulto, sus incongruencias, sinsabores y conflictos, están a la vuelta de la esquina. Un instante frágil en el que se derrumban mitos y creencias y no sabemos con qué remplazarlos.

Sleeping giant, la primera película del director canadiense Andrew Cividino, que participó la Semana internacional de la crítica en Cannes el año pasado, pertenece sin duda a la categoría de filmes que exploran esta temática.  Seguramente por eso y porque se centra en un grupo de jóvenes que pasan unos días decisivos del verano juntos, no han dudado en emparentarla con la exitosa película Stand by me, de 1986.  Y aunque no es difícil  encontrar vasos comunicantes entre las dos, lo cierto es que a Cividino poco le importa explorar el tejido de los lazos de amistad, punto neurálgico de la película norteamericana, ni recurre al humor para darle ligereza a la trama, por el contrario, se centra en la atracción por lo prohibido, los coqueteos con la oscuridad y la pasmosa facilidad con la que podemos destruirlo todo.

El nombre de la película lo da el entorno en el que sucede la acción. Sleeping giant es un parque natural en el que un enorme lago azul se encuentra rodeado por mesetas e impactantes acantilados. Este “gigante dormido”, que no es otra cosa que una manera poética de nombrar el conjunto que forma esta naturaleza impactante, es el lugar donde Adam, un joven de 15 años,  suele pasar sus veranos junto a su familia.

Este, el de sus 15 años,  habría sido  transcurrido como otras típicas vacaciones en familia, viendo a algunos amigos en tardes calurosas y realizando paseos por el lago con su papá si en su camino no se hubieran cruzado Tyler y Nate.  Ellos, dos primos de dieciséis,  se encuentran disfrutando del verano a su manera bajo el supuesto cuidado de una abuela que poco puede hacer para controlar a estos dos jóvenes  que fuman, se drogan, hablan de sexo y, sobre todo, poseen una pulsión violenta, agresiva y autodestructiva.

No es de extrañar  que a Adam, hijo único de una familia acomodada,  lo atraigan estos primos tan aparentemente distintos a él pero ¿qué tanto lo son realmente? Adam los frecuenta, se les acerca, mira con curiosidad esa manera de estar en el mundo  que no tarda en revelarle las fracturas y mentiras que existen en el suyo.

Cividino consigue retratar con solvencia un contexto de aparente tranquilidad, que solo es una superficie bajo la cual se debaten tensiones sexuales, cuestionamientos sobre la hombría, la familia, el amor y el incierto futuro. La naturalidad de los jóvenes actores nos hace olvidar que estamos ante una película y nos convierte en una especie de intrusos en este universo juvenil, testigos privilegiados de ese particular momento de sus vidas que atraviesan los protagonistas y en el que ninguno, tras  esos intensos días de verano, volverá a ser el que era.

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