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Valor de lengua

A Barcelona, mi casa.

A Barcelona, la meva casa.

Pensaba dedicar este artículo a la situación que se vive en estos momentos en Catalunya. Pensaba decir que lo que sucede en estos momentos no es nada más que un teatro de las derechas española y catalana para perpetuarse en el poder a través de un discurso (ultra) nacionalista, apelando más a las vísceras que a la razón y a lo peor de la propaganda político-ideológica. Donde se pretende cambiarlo todo para que todo siga igual. Y la única perjudicada será la sociedad de ambas orillas del Ebro. Cada vez más enardecida y polarizada.

Pero no, no lo haré.

De por sí ya se ha derramado demasiada tinta (y espero que sólo se eso) por este tema. Pero sí me gustaría dedicar unas líneas a uno de los puntos que más discusiones causa, y que debería tomarse como algo tan natural como el hecho de respirar. Hablo del uso de cualquier lengua.

Durante los días posteriores a los atentados del 17 de agosto en Barcelona, volvió la polémica por el uso del catalán, en especial por parte de la policía autonómica local, los Mossos d’Esquadra. Incluso un periodista holandés criticó que no se hiciera todo en castellano para que todos los medios internacionales pudieran enterarse.

A partir de esta situación, me encontré, nuevamente, con un discurso pragmático de la lengua. Quienes lo defienden, aseguran que el valor de una lengua se basa en la cantidad de personas que la hablan y la entienden. Por ejemplo, cuando digo que he vivido muchos años en Catalunya y he aprendido catalán, siempre me miran con una sonrisa burlona y me preguntan: ¿Y eso de qué te sirve?

Quizá no se han puesto a pensar que lo mismo podría decirnos cualquier angloparlante. A quienes, por cierto, respetamos de una manera que casi llega a la idolatría. Nos matamos por aprender inglés, mientras ellos, no digo todos, apenas si se preocupan por aprender otro idioma, conscientes de que el suyo es el predominante, esa que se ha convertido en una lengua común a nivel mundial. Y eso es poder.

Sin embargo, no por ello consideramos nuestro castellano como una lengua menor. No, no, no. Nos escudamos bajo el manto de los miles de millones de hispanohablantes, de la riqueza que le hemos dado desde América Latina a la lengua de Castilla. Nos sentimos grandes ante los demás, pero menos ante el inglés, lengua recurrente en las redes sociales:

Weekend!!!

In Love!!!

Beach Time!!!

Dreaming!!!

Y muchos ejemplos más utilizados de un lado y otro del Atlántico. Eso sí, cuando llegan los días nacionales somos más papistas que el Papa. O cuando un catalán usa su lengua, se le puede llegar a reprochar, cuando no hace otra cosa que utilizar el idioma que aprendió desde la cuna, así como lo hacemos tú y yo.

Porque una lengua vale por sí misma. No importa que la hablen una o millones de personas. Porque una lengua es una forma de decir el mundo, de describirlo, de narrarlo. Dicen los que saben que cuando aprendes una lengua que no es la tuya, tu cerebro se modifica, lo que te lleva a pensar de una forma distinta, es decir, encontrar nuevas vías, nuevos caminos de pensamiento, obtener nuevas conclusiones.

Recuerdo que una vez el profesor de geografía Raúl Sánchez Basurto, uno de los maestros que más marcaron mi pensamiento adolescente, dijo una vez en clase. ¿Saben cuál es la diferencia entre los angloparlantes y los hispanohablantes? Que nosotros somos y estamos, mientras que los que hablan inglés no conocen esa diferencia. No era un juicio, para él era una evidencia.

Y si eso pasa sólo en esas dos lenguas, qué más podríamos encontrar en todas las que existen a lo largo y ancho del planeta. A veces he llegado a pensar que en un lugar remoto hay un idioma, es decir, una forma de pensar, que nos permitiría arreglar los problemas que aquejan a nuestro mundo y que, tal vez, ya sólo la habla una pequeña comunidad, incluso sólo una familia. Una persona. Pero si la descubriéramos, le daríamos un valor como si la hablara el mundo entero.

Dejemos de lado esa absurda idea pragmática de la lengua, que no es otra cosa que un discurso de poder, de avasallamiento. Como igualmente no debemos despreciarlas, sólo por el hecho de que la habla tu “enemigo” o “rival”.

Todas las lenguas valen porque tienen mucho que decir.

 

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