A New York le sienta mal el calor, no está preparada. Eso lo comprobé en mi primer verano. Viniendo de Miami, donde el aire acondicionado es parte del color local, es fácil olvidarse que en otras ciudades de Estados Unidos lo usan moderadamente.
En la pizzería el calor se hacía insoportable, sólo entrábamos para atender el teléfono o algún cliente. El resto del día la pasábamos en la vereda, esperando la brisa de la tarde que se hacía esperar en Brooklyn y recién en la noche la sentíamos más dulce. Con esos detalles simples, nos sentíamos ricos.
Durante aquel verano neoyorquino un incidente quebró nuestra rutina de trabajo. En Borough Park, barrio donde vive una de las comunidades más grandes de judíos ortodoxos fuera de Israel, un niño de 8 años había desaparecido.
Tras insistentes pedidos a sus padres, aquel lunes Leiby Kletzky tenía permitido regresar solo desde su escuela, la Yeshiva Boyan Tiferes Mordechai Shlomo, hasta su hogar. Eran apenas 7 cuadras, y su madre lo estaría esperando en la vereda. El día anterior ella y su hijo habían practicado el camino de regreso. Sin embargo para el lunes a la tarde el niño no aparecía. Era extraño: Borough Park es una de las zonas más seguras de New York.
A las pocas horas, la policía comenzó un rastrillaje con perros, policía montada y helicópteros. Al día siguiente se sumaron voluntarios de los barrios de Heights, Brooklyn, Flatbush y Williamsburg. Un grupo de inmigrantes de Bangladesh, residentes en Kensington, también se unió a la búsqueda. Los comerciantes reunieron 5 mil dólares de recompensa para quien diera alguna pista sobre el paradero del niño. En menos de 24 horas, la suma era de 100 mil.
Todos los esfuerzos parecían en vano, nadie sabía qué había sucedido con Leiby Kletzky. La policía recién tuvo algún indicio cuando investigaron las cámaras de vigilancia de la zona. En una aparecía un niño caminando por la calle 44. Vestía una camisa blanca y llevaba una bolsa sobre el hombro y otra más pequeña colgando de la cintura. Eran las 5 de la tarde.
La grabación apenas duraba unos segundos. Recién en la Avenida 14 el chico volvía aparecer, aunque esta vez la imagen era más nítida. Enseguida los padres reconocieron a Leiby. El niño deambulaba por las calles perdido.
Otra cámara lo mostraba durante siete minutos. En ese lapso Kletzky entraba en el consultorio de un dentista. Al rato salía tomado de la mano de un señor gordo, con barba, vestido de negro. Se subían a un Honda Accord y desaparecían.
A las 3 de la madrugada la policía golpeó la puerta del dentista que vivía en New Jersey. Los registros llevaron al departamento de Levi Aron, de 35 años, un empleado en un almacén de ramos generales y ex guarda de seguridad, quien vivía a menos de dos millas de la casa de los Kletzkys.
Aron recibió a la policía en silencio y sin sorprenderse, como quien espera una visita desde hace mucho tiempo. En la cocina encontraron tres cuchillos y toallas con sangre. Al abrir el congelador descubrieron los pies del niño envueltos en bolsas de plástico. El resto del cuerpo, confesó Aron, estaba en una maleta que había arrojado en un cubo de la basura, en Brooklyn.