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Arreola en el faro

Juan José Arreola (1918-2001) fue un escritor mexicano. Sus conocimientos los debe a su calidad de autodidacta, tanto así que, quienes lo conocieron, decían que había aprendido a leer de oídas. Su vida literaria fue bastante intensa. Fundó talleres literarios y dirigió importantes publicaciones. Al referirse al sentido de la oralidad, el mismo Arreola decía que “las palabras bien acomodadas crean nuevas obligaciones y producen una significación mayor que la que tienen aisladamente”. Su importancia como escritor se hizo más grande cuando gana una serie de premios. Entre esas distinciones, Arreola recibió el Premio Xavier Villaurrutia (1963), Premio Nacional de Lingüística y Literatura (1976), Premio Nacional de las Letras (1979), Premio Juan Rulfo (1992) y el Premio Alfonso Reyes (1997).

El cuento “El faro” de Arreola trata sobre un matrimonio, Amelia y Genaro, que viven en un faro junto a otro hombre. Resulta que Amelia le es infiel a su esposo con este hombre, pero a Genaro parece no importarle. Es más, parece saber la historia entre ambos y, de alguna manera, le gusta ser, desde la otra óptica, “el amante”. Esto incomoda a Amelia y al otro hombre, pues, incluso, Genaro está convencido que, si ellos desean abandonar el faro alguna vez, él iría con ellos.

La historia está narrada en primera persona por el amante de Amelia. Se trata de un narrador-personaje que participa directamente de la historia, en este caso, un narrador autodiegético. Se caracterizan estos narradores porque cuentan su propia historia. En el otro extremo del análisis, en cuanto al narratario, se considera que existe un narratario cero, es decir, que la historia no está dirigida hacia alguien determinado, sino que tiene rasgos más cercanos a una reflexión del personaje.

En cuanto a la perspectiva narrativa, se desarrolla una perspectiva literal, es decir, la percepción de alguien dentro de la diégesis, desde dos puntos: en primer lugar, desde el narrador personaje y Amelia, en contra de las actitudes de Genaro; y, en segundo lugar, desde Genaro, con la burla de la situación en la que se encuentran Amelia y el narrador (amante).

Existe, además, una focalización interna, de carácter múltiple. Se trata de un mismo acontecimiento focalizado por diversos personajes: primero, el narrador que cuenta la historia, opina, recuerda, se proyecta. Segundo, Amelia quien, al parecer, está de acuerdo con el narrador, pero no tiene presencia de focalización. Tercero, Genaro, quien se contrapone a los actos del narrador y Amelia.

Con respecto al tiempo, se pueden encontrar alteraciones temporales, que no son constantes. Junto a ello, en lo que se refiere al orden, el cuento presenta un retorno al pasado, una analepsis. En realidad, la única frase en presente es la primera, en el primer párrafo: “Lo que hace Genaro es horrible. Se sirve de armas imprevistas. Nuestra situación se vuelve asquerosa”. Las demás construcciones resultan ser analepsis o saltos al pasado. Se tratan de analepsis internas de carácter homodiegético.

En cuanto a la duración, el cuento presenta breves pausas. Se detiene el tiempo de la historia y avanza el tiempo del discurso, generalmente para ir hacia atrás, donde aparecen pequeñas disgresiones narrativas. Ahí se incluyen, dentro de la narración, comentarios u opiniones. Del mismo modo, con respecto a la frecuencia, se puede afirmar que el cuento posee una frecuencia iterativa, en el sentido que se cuenta una vez lo que ha sucedido varias veces. Aunque también podría llamarse frecuencia repetitiva porque nos cuenta el mismo tema, la diferencia radica en que las narraciones son diferentes.

Finalmente, el espacio o escenario que se configura es un espacio utilitario, es decir, de elementos básicos para dar verosimlitud al relato. El nombre del cuento da origen al espacio. Aunque en sí, resulte irrelevante, pues no se toma en cuenta hasta el final, cuando recién se lo menciona.

ANEXO

El faro (Juan José Arreola)

Lo que hace Genaro es horrible. Se sirve de armas imprevistas. Nuestra situación se vuelve asquerosa.

Ayer, en la mesa, nos contó una historia de cornudo. Era en realidad graciosa, pero como si Amelia y yo pudiéramos reírnos, Genaro la estropeó con sus grandes carcajadas falsas. Decía: “¿Es que hay algo más chistoso?” Y se pasaba la mano por la frente, encogiendo los dedos, como buscándose algo. Volvía a reír: “¿Cómo se sentirá llevar cuernos?” No tomaba en cuenta para nada nuestra confusión.

Amelia estaba desesperada. Yo tenía ganas de insultar a Genaro, de decirle toda la verdad a gritos, de salirme corriendo y no volver nunca. Pero como siempre, algo me detenía. Amelia tal vez, aniquilada en la situación intolerable.

Hace ya algún tiempo que la actitud de Genaro nos sorprendía. Se iba volviendo cada vez más tonto. Aceptaba explicaciones increíbles, daba lugar y tiempo para nuestras más descabelladas entrevistas. Hizo diez veces la comedia del viaje, pero siempre volvió el día previsto. Nos absteníamos inútilmente en su ausencia. De regreso, traía pequeños regalos y nos estrechaba de modo inmoral, besándonos casi el cuello, teniéndonos excesivamente contra su pecho. Amelia llegó a desfallecer de repugnancia entre semejantes abrazos.

Al principio hacíamos las cosas con temor, creyendo correr un gran riesgo. La impresión de que Genaro iba a descubrirnos en cualquier momento, teñía nuestro amor de miedo y de vergüenza. La cosa era clara y limpia en este sentido. El drama flotaba realmente sobre nosotros, dando dignidad a la culpa. Genaro lo ha echado a perder. Ahora estamos envueltos en algo turbio, denso y pesado. Nos amamos con desgana, hastiados, como esposos. Hemos adquirido poco a poco la costumbre insípida de tolerar a Genaro. Su presencia es insoportable porque no nos estorba; más bien facilita la rutina y provoca el cansancio.

A veces, el mensajero que nos trae las provisiones dice que la supresión de este faro es un hecho. Nos alegramos Amelia y yo, en secreto. Genaro se aflige visiblemente: “¿A dónde iremos?”, nos dice. “¡Somos aquí tan felices!” Suspira. Luego, buscando mis ojos: “Tú vendrás con nosotros, a dondequiera que vayamos”. Y se queda mirando el mar con melancolía.

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