Uniendo la acción a la palabra, el presidente Donald Trump revocó el 8 de enero la protección migratoria temporal (TPS por sus siglas en inglés) a los salvadoreños en los Estados Unidos. Anteriormente, en noviembre, había cancelado el TPS a los nicaragüenses y a los haitianos. Se teme que haga lo mismo en julio con los inmigrantes hondureños.
Trump dice desde la campaña electoral que quiere limitar la inmigración. Sigue empeñado en levantar un muro en la frontera con México para que no entre más gente del sur. Expulsa a centroamericanos y haitianos. Y a pesar del apoyo electoral que recibió de los cubanos, no ha restaurado los privilegios migratorios que tenía ese grupo y que el presidente Barack Obama canceló.
Poco después, el 11 de enero, Trump provocó una tormenta internacional en una reunión sobre inmigración con varios legisladores en la Casa Blanca.
Según el senador demócrata Richard Durbin, de Illinois, y otras personas presentes en la Oficina Oval, cuando los congresistas propusieron devolver la protección del TPS a personas de El Salvador, Haití y varias naciones africanas a cambio de suspender la lotería de visas en otros países, el presidente respondió: “¿Por qué la gente de esos países de mierda tiene que venir aquí?” La palabra en inglés que empleó para referirse a esos países fue shithole.
Después, Trump sugirió que los Estados Unidos deberían atraer a inmigrantes de países como Noruega.
En otras palabras, Trump abre los brazos a europeos del norte pero cierra las puertas a latinoamericanos y africanos. Y eso, aunque él lo niegue, suena a racismo.
La tempestad se desató inmediatamente. Líderes y ciudadanos de los países que Trump llamó shitholes protestaron enérgicamente. Trump negó en su medio de comunicación favorito, Twitter, que hubiera empleado ese lenguaje soez en la reunión, pero varios presentes afirman que sí usó esas palabras ofensivas. Además, el daño ya estaba hecho. El Departamento de Estado va a tener que esforzarse para reparar el desastre diplomático causado por el presidente.
De su propio partido le llovieron críticas. Ileana Ros-Lehtinen, congresista republicana por la Florida, dijo que la decisión del presidente de despojar de la protección del TPS a los salvadoreños era “una vergüenza”. Y sobre el comentario ofensivo de Trump contra El Salvador y otros países, expresó que un lenguaje como ese “no debería escucharse en la Casa Blanca”. El presidente de la Cámara de Representantes, Paul Ryan, republicano de Wisconsin, dijo que el comentario de Trump era “muy desafortunado”. La senadora republicana Susan Collins, de Maine, manifestó que las palabras del mandatario eran “muy inapropiadas y fuera de límite”. Y el también republicano Mike Simpson, de Idaho, señaló que los comentarios de Trump eran “estúpidos, irresponsables y pueriles”. Simpson agregó que Trump estaba destruyendo el liderazgo de los Estados Unidos en el mundo.
Trump olvida que su país se hizo grande precisamente sobre los hombros de trabajadores de los países a los que hoy rechaza. Muchos de esos trabajadores vinieron como esclavos, o laboraron en condiciones de explotación en un intento heroico por salir adelante y, de paso, echaron las bases de una nación grandiosa. Los de hoy también dan un aporte valioso a la economía nacional y enriquecen su cultura.
Chelsea Clinton, la hija del ex presidente Bill Clinton y de la ex secretaria de Estado Hillary Clinton, expresó en Twitter que inmigrantes de El Salvador, Haití y países africanos probablemente ayudaron a construir los edificios de Trump. “Ciertamente ayudaron a construir nuestro país”, dijo Chelsea.
Al mismo tiempo, la injerencia de los Estados Unidos en países como El Salvador –que fue un campo de batalla durante la Guerra Fría contra la Unión Soviética y pagó un alto precio en vidas humanas y trastornos sociales– no está exenta de responsabilidad. El imperio no puede pretender que sus acciones no tengan un efecto; en este caso, la inmigración en busca de oportunidades que en los países devastados por los conflictos son muy escasas. Muchos norteamericanos lo saben y por eso desean tender una mano generosa de ayuda a la gente afectada. La acogida a los inmigrantes está entre las tradiciones más admirables de la sociedad estadounidense; es en realidad el fundamento de la nación.
Pero Trump parece ignorarlo, y al rechazar a unos inmigrantes por su origen nacional –tal vez para preservar en los Estados Unidos una pureza racial que se diluye en el mestizaje del cambio demográfico– ha causado un escándalo ante el cual su propia gente le da la espalda. Trump es un elefante en la cristalería diplomática. Y sus palabras y sus acciones son una peligrosa y detestable invitación al racismo.