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Trump, un año después de su elección

El presidente Donald Trump disfrutaba de una luna de miel con sus electores por estas fechas hace un año.

Su elección como presidente el 8 de noviembre de 2016, desmintiendo los pronósticos y derrotando a la candidata demócrata Hillary Clinton, causó una ola de júbilo entre sus numerosos seguidores que barrió el país de costa a costa.

Hay que recordar que Trump ganó la presidencia pero la mayoría de los electores no votaron por él. Ganó gracias al sistema de colegios electorales que rige las elecciones desde los inicios de la república, a finales del siglo XVIII. Por el voto popular, habría perdido, aunque por un margen estrecho. De todas formas, por el ruido que hicieron sus seguidores en noviembre pasado cualquiera habría pensado que Trump ganó por mayoría abrumadora, cuando en realidad no fue así.

Hoy, un año después, el índice de aprobación de Trump es el más bajo de cualquier presidente en las últimas siete décadas.

Según una encuesta del Washington Post y ABC News, divulgada el 5 de noviembre, menos de 4 de cada 10 norteamericanos, el 37 por ciento, aprueba la gestión del presidente.

El 59 por ciento desaprueba su trabajo, y el 50 por ciento lo desaprueba enérgicamente.

Es el peor índice para Trump en el tiempo que lleva en la presidencia. Y el peor de cualquier presidente en los últimos 70 años en el mismo período del mandato.

La mayoría da al presidente una nota negativa en aspectos sumamente importantes como: la economía, el sistema de salud, la amenaza terrorista, la seguridad nacional y las relaciones raciales.

En la economía, el 53 por ciento no aprueba su gestión. En salud, solamente el 26 por ciento piensa que está haciendo bien las cosas. En el manejo de la amenaza del terrorismo, el 43 por ciento lo aprueba. El 51 por ciento no confía en él “en absoluto” en el terreno de la seguridad nacional.

Y en relaciones raciales, menos de 3 de cada 10 dice que ha hecho un buen trabajo. La mitad de los norteamericanos opina que Trump discrimina a los afroamericanos, y el 55 por ciento piensa que tiene prejuicios contra las mujeres.

Por último, el 66 por ciento dice que Trump no tiene la personalidad ni el temperamento para ser presidente.

Trump ha llevado a cabo hasta ahora un estilo de gobierno errático que mantiene en ascuas no solo a sus opositores, sino a los miembros de su propio partido y a los líderes republicanos del Congreso. Y muchos electores que votaron por él ahora piensan que eligieron mal.

El mandatario está haciendo cosas que no son propias del trabajo ni de la majestad presidencial, como pedir en Twitter la pena de muerte de un terrorista, insultar a los medios de prensa y acusarlos de difundir noticias falsas, cuestionar la labor de su secretario de Estado, Rex Tillerson. En el escenario nacional, divide al país con actitudes como no condenar a los neonazis; perseguir a los inmigrantes hispanos; insistir en la construcción de un muro en la frontera con México para que no entren trabajadores indocumentados, mientras por Miami y otras ciudades entran los lavadores de dinero viajando en primera clase. En vez de dar una ayuda cuantiosa a Puerto Rico, devastado por un huracán demoledor, les dice a los puertorriqueños que están afectando el presupuesto nacional y los humilla lanzándoles rollos de papel toalla en su visita a San Juan.

En la arena internacional, comete torpezas como retirar a los Estados Unidos del Acuerdo de París contra el cambio climático, rechazar a los refugiados del Oriente Medio, desdeñar a la Unión Europea, dar marcha atrás al deshielo en las relaciones con Cuba, avanzar hacia el peligro de la guerra al manejar mal el diferendo con Corea del Norte.

Es posible que no sea reelecto; incluso que su mandato termine prematuramente si la investigación dirigida por Robert Mueller encuentra vínculos de su campaña electoral con Rusia.

Pero siempre hay que tomar en cuenta a la América que ganó en las elecciones pasadas: los conservadores racistas y reaccionarios, que son poco menos que la mitad del electorado, es decir, una cantidad considerable y de gran peso electoral. Esa masa retrógrada sabe muy bien que cuando Trump dice que quiere hacer a “América grande de nuevo”, lo que en realidad está diciendo es hacer a América blanca de nuevo.

Un año después de su elección, la aprobación de Trump está por el suelo. En los próximos comicios se sabrá si la América progresista, liberal, diversa y moderna, encarnada en figuras como Elizabeth Warren, Bernie Sanders y Barack Obama, se impone a la América reaccionaria y racista de Trump.

 

 

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