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Traiciones en pandemia

El 27 de enero, un maestro del periodismo peruano partió inesperadamente: Erlo Cortez Calle. Lo conocí en 2018 cuando ingresé a la revista Caretas. En principio, no había tanta confianza y amabilidad entre ambos. Él laboraba hace más de 35 años en esa redacción, mientras que yo llegaba después de mi experiencia en tres diarios. Con el transcurrir de los meses, don Erlo -porque lo trataba con mucho respeto- fue convirtiéndose en un personaje ameno en los cierres de edición.

Contaba cómo desarrollaba su trabajo: era el gestor para que la revista salga con un diseño atrayente para el lector. Pero la pandemia cambió todo. La última vez que lo vi fue en agosto del 2020. Estaba muy protegido porque era población vulnerable al virus. A inicios de este año, me felicitó por mi onomástico vía redes sociales. Y después supe de su partida.

Relato esta historia de un compañero del periodismo porque si estuviera vivo, podría haber conocido la noticia de que la vacuna contra la Covid-19 llegaría en febrero a Perú. Si los plazos se acortaban, probablemente, don Erlo se hubiese inmunizado y, hasta ahora, seguiría con nosotros. Sin embargo, también habría presenciado cómo toda la corriente de esperanza se empañaba por un escándalo por la adquisición de las vacunas.

Empezó con la revelación de que el expresidente Martín Vizcarra se vacunó en secreto. Pero él solo era la punta del iceberg: ministros, funcionarios, empresarios y hasta un cura también se inmunizaron. Primero entre setiembre y octubre de 2020; y después entre enero y febrero de este año. Es decir, mientras miles de personas luchaban adentro y fuera de los hospitales contra la Covid-19; y otras como don Erlo que lamentablemente estaban expuestos al virus, un grupo de individuos ya estaba protegido.

En la historia del Perú siempre se recuerda uno de los actos más grandes de traición a la patria:  cuando el expresidente Mariano Ignacio Prado nos abandonó en pleno inicio de la guerra con Chile en 1879. Se fue a Europa, mientas la dignidad de un país terminó dinamitada. Pero si aterrizamos en un contexto actual, podemos mencionar el caso Lava Jato. Aunque tiene la diferencia de estar relacionado más a la corrupción, existe un componente de deslealtad de los expresidentes Alejandro Toledo, Alan García, Ollanta Humala y Pedro Pablo Kuczynski, quienes rindieron pleitesía a la constructora brasileña Odebrecht a cambio de migajas de dinero y dejar de lado la soberanía de una nación.

En medio de este contexto, el expresidente Martín Vizcarra parecía un caso excepcional. Se enfrentó al fujimorismo, cerró el Congreso ante los intentos de vacarlo, consolidó una aceptación popular porque lideró una cruzada contra la corrupción. Sin embargo, nada era cierto. Vizcarra también pertenecía al Establishment tradicional: corrupto y mentiroso. Las pruebas saltan a la vista: entrega de coimas, encubrimiento a personajes oscuros y el secretismo de su vacunación. Ciertamente, nadie ha sido detenido ni cuenta con una orden de restricción por el escándalo. Todo sigue igual como si nada hubiera pasado.

Pero el drama peruano también se repite más allá en las fronteras. En Argentina y Chile también se conoció del mismo modus operandi: aprovechamiento del cargo de turno para salvarse del virus. En Argentina, el exministro de Salud, Ginés González García, montó un vacunatorio exclusivo donde al menos 3000 dosis de Sputnik V fueron reservadas a distintas figuras políticas e incluso su sobrino. En este caso, la declaración del periodista Horacio Verbitsky, quien recibió la vacuna, desmontó este esquema secreto que pareciera que el presidente Alberto Fernández no sabía nada. Y en Chile, 37.306 personas recibieron la vacuna contra el coronavirus antes que otros grupos definidos por el Gobierno de Sebastián Piñera como prioritarios en el proceso, entre ellos, adultos mayores y personas con enfermedades crónicas.

Estos sucesos en Sudamérica fueron catalogados como el Vacunagate. Un termino relacionado al Watergate, donde vimos cómo el expresidente de Estados Unidos, Richard Nixon, armó una estrategia para espiar al Partido Demócrata y así tener las armas necesarias para reelegirse en la Casa Blanca, cuestión que logró. Pero el escándalo que desnudó su falta de moral terminó sepultándolo y renunció. Quedó como protagonista de uno de los episodios más siniestros de la historia. Eso debería ocurrir ahora con los involucrados en el Vacunagate sudamericano.

El filósofo Thomas Hobbes tuvo mucha razón cuando dijo que el ser humano es naturalmente egoísta. Sería la única explicación para entender cómo personajes con poder priorizaron salvarse antes que ciudadanos de poblaciones vulnerables como don Erlo, con quien, seguramente, coincidiríamos que es una traición en una pandemia, que puede quitarte la vida en un minuto, lo hecho por estas personas.

 

 

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