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Tortuosas y literarias historias de amor

antoinesaint-exupery-y-consuelo-suncinUn amigo me contó que el día que puso el punto final a su novela, se dio cuenta de que era un mentiroso. No por la fantasía descrita en más de trescientas páginas, sino porque no quería ser escritor, sólo quería parecerlo.

Lo admiré por su inmensa honestidad, pero no me pude resistir a preguntarle ¿por qué querías parecerlo? Él me contestó: entre otras cosas, para conquistar a muchas mujeres.

Los escritores siempre han tenido la fama de gigolós y mujeriegos. Si revisamos un poco las historias de algunos de ellos podríamos afirmar que esta teoría es cierta, sin embargo, hay algunos que vivieron verdaderas historias de amor (y desamor) y en su obra ha quedado plasmado.

Tres ejemplos.

El primero es el poeta Rubén Darío. Un joven periodista nicaragüense que viaja como corresponsal del diario La Nación a la España de finales del Siglo XIX. Ahí conoció a Francisca Gervasia Sánchez del Pozo.

Puede decirse que fue un flechazo. Darío se enamoró de ella y fue a pedir su mano a un pequeño pueblo de la provincia de Ávila. Aunque nunca lograron casarse, pues él jamás pudo divorciarse de su esposa Rosario Murillo, perteneciente a la alta sociedad nicaragüense. En cambio, Francisa era campesina, pobre y analfabeta. Pero eso no le importó al poeta y ambos partieron al París de las luces donde le enseñó a leer y escribir.

Los años pasaron con su rutina, sus agobios, separaciones y alguna que otra infidelidad. Pero Darío siempre encontró en Francisca el aliento que necesitaba para escribir a pesar de su alcoholismo. Al final, se separaron en Barcelona. Algunos dicen que él la abandonó, aunque nunca dejaron de escribirse hasta la muerte del escritor.

Años más tarde, en la misma España, Marga Gil Roësset, dibujante y escultora, se suicidaba por amor con tan sólo veinticuatro años. ¿El causante de su corazón roto? Juan Ramón Jiménez.

El amor de la artista fue incontrolable. Porque ella conoció al escritor ya casado con Zenobia Camprubí, e incluso a ella la consideraba una amiga. Era una asidua a la casa del matrimonio. Hizo un busto de Zenobia y preparaba uno para Juan Ramón pero no lo terminó. Se la llevó el mal amor.

La mañana de su suicidio, le llevó su diario a Juan Ramón Jiménez pero le pidió que no lo leyera en ese momento. Aparte él se encontraba muy ocupado en su trabajo. Cuando se enteraron del suicidio, el matrimonio encontró en las últimas líneas palabra para ambos: a él le decía que no podía vivir sin amarlo a Zenobia le pedía perdón.

Para el matrimonio aquel suicidio los dejó profundamente afectados y ambos guardaron el diario que ahora en 2015 ha salido publicado íntegro, tal y como los dos lo habían decidido.

Pero si hubo un amor tormentoso ese fue el de Antoine de Saint-Exupéry y la pintora y escultora salvadoreña Consuelo Suncín. Para muchos fue considerada en su momento una caza fortunas. Cuando se conocieron ella se había divorciado de un militar mexicano y había quedado viuda de un diplomático argentino. Ella se fue a Buenos Aires para vivir de la pensión de su marido muerto, pero conoció al piloto Saint-Exupéry y todo cambió.

Durante los trece años que duró el matrimonio, Consuelo sufrió el rechazo de la familia del escritor y el repudio de la sociedad francesa. Además de las constantes ausencias e infidelidades de su marido. Sin embargo, ahora muchos atribuyen la figura de la Rosa de El Principito a Consuelo. Ella padecía asma y la rosa tose y la mantiene bajo una campana de cristal (protegida de todo mal), mientras él se va y se da cuenta de que existen muchas rosas y que todas le gustan, pero ninguna como la Rosa de su planeta.

Esto no significa que El Principito pierda esa magia que lo hace un libro único. Al contrario, nos muestra su lado más humano, el de un hombre que, de alguna manera, le pide perdón a la mujer que ama a través de lo que mejor sabía hacer: escribir.

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