Les voy a contar sobre el cuarto libro que terminé este año. Uno de Jack Kerouac, aviso desde el principio que no es On the road, pero sí di con él en el camino. Un libro que trata también sobre viajes y la itinerancia. Me lo encontré en la librería Nelligan, y si no fue ahí, a lo mejor en Laforce, están cerquita. En todo caso, ambas en la Rue Saint-Jean, en el Viejo Quebec, donde hay una buena ruta de librerías, tiendas de vinilos, ropa, cafés, depaneurs, chocolaterías, bares, restaurantes, música y espectáculos. Me costó 1,25 CAD, o sea los dólares de Canadá, unos 436 CRC, que es decir los colones ticos, más o menos 0,87 USD, aventurando conversiones en esta era de desplomes. Precio amigo de librería de viejo, como debe ser, para el estudiante en que volví a convertirme.
Se trata de una traducción del texto original (The Vanishing American Hobo) al francés (Le vagabond américain en voie de disparition), hecha por Jean Autret. Literalmente dice «traducido del americano” en esta versión de la colección Folio, catálogo de libros de bolsillo del gigante editorial Gallimard. Me recriminé que era mejor leerlo en la lengua original, pero me motivó el tamaño del libro, ¡96 páginas no están pegadas al cielo! Cuando estás aprendiendo una nueva lengua, hay una satisfacción colosal unida al placer de completar un libro. Así que es mejor empezar por los compactos y, claro está, ir por etapas. No importa que al principio leamos un librito sobre mi papá es un dinosaurio o poesías clásicas para niños de ochos años. Hay que imaginar el libro como un elemento radiactivo: al exponernos a su lectura ionizante, de a poquitos nos va mutando la plasticidad del cerebro. Esto aconsejo, haciéndome el coach optimista, pero la verdad no es tan sencilla: habré comprado el libro de Kerouac en octubre de 2022, lo comencé pocas semanas después y lo abandoné de súbito porque no entendía nada. Más de tres años me tomó sentirme preparado para afrontarlo. Leyéndolo en voz alta, masticando las vocales y las consonantes, desdeñando las letras innecesarias que ahora sabía evitar, lo terminé durante el invierno del 2025, en la mecedora junto al balcón.
El vagabundo americano en vía de extinción es una suerte de ensayo sobre las personas que viven en las calles, un alegato nostálgico a su valía, pero también a la libertad perdida en manos de la obsesión del progreso. Vagos, mendigos, indigentes, loquitos de pueblo, trotamundos antisistema, millonarios itinerantes, son reivindicados por un Kerouac que les comprende muy bien. Está en sintonía con su destino errante que calza mal con un sueño americano cada vez más represivo y policíaco, que sanciona la calma y persigue la improductividad. Más que un relato, es una bella apología al nómada, al andar ligero por la vida, al caminar sin ruta ni objeto. Kerouac mismo confiesa haber vivido así, como un vagabundo, pero literario, pues sabía que un día sus escritos darían fruto y así fue, recibió comisiones y regalías por derechos de autor que lo llevaron a cobrar sus cheques, personalmente, en donde fuera. Viajaba sin un peso, usando medios bastante temerarios, mezclándose con los entornos y los personajes, viviendo con lo justo y agradeciendo cualquier ayuda.
El vagabundo americano… de mi edición viene precedido por una novela viajera titulada Gran viaje en Europa, fiel testimonio del espíritu aventurero de Jack. Contexto: es1957, resulta que Kerouac está en New York y le avisan que debe cobrar un cheque por derechos de autor en Londres. Su editor lo espera allá. Pero, bien lo sabemos, ningún viaje con Kerouac es en línea recta. Se embarca en un buque de carga yugoslavo que parte de la terminal Brooklyn Busch. El destino: la ciudad de Tánger, Marruecos. Durante doce días de odisea, atraviesa el Atlántico y teme por su vida en más de una tormenta. Tras varios días en Tánger, se va a París donde rebrotan sus raíces francófonas (el apellido Kerouac le viene del lado de Quebec, Canadá, el francés fue su lengua materna). De París se dirige a Londres, pero cuando está por entrar a Inglaterra, es arrestado porque declaró que solo contaba con 15 chelines en el bolsillo. Los policías no podían creer que un escritor reconocido viajara como un andrajoso, pero una foto junto con Henry Miller en una revista literaria le salvó de pasar la noche en la prisión.
Con Kerouac, el camino no se teje solo de itinerarios, también del diálogo con otros escritores que moldean su visión del mundo. El viaje, un argumento en apariencia simple para un libro que me demandó un cerebro mutante acostumbrado a la radiación simbólica. Nivel avanzado de francés, puros verbos en pasado simple, el tiempo que nadie usa en el habla y solo se registra en los libros. En teoría, no me resulta difícil aceptar esta imposición: soy del bando que considera la escritura literaria como un lenguaje artificial, pero humano, necesario para regresar a la raíz, a la semilla. Es decir, este migrante feliz que, en su lengua materna, les traduce su experiencia de lectura, el relámpago de un viaje en la voz –traducida– de un vagabundo que cruzó el mar el siglo pasado por unos cuantos chelines.
Sebastián Arce Oses