La ambición es siempre el termómetro que permite mesurar la calidad de un trabajo artístico. En el ámbito literario, en este sentido, lo verdaderamente complejo es lo que hace el conde Tolstoi en Anna Karenina, en el capítulo XXIV de la segunda parte, en mitad de la novela, cuando ya Anna se ha enamorado de Vronski, cuando ya su relación dura más de un año, y las historias de los distintos personajes, además de la de la pareja, se han ido entretejiendo. En ese preciso momento, Tolstoi suspende la narración, para llevar a Vronski a participar en una carrera de caballos. Se trata de un relato de alta tensión, intenso, redondo, que podría funcionar como un cuento, de manera autónoma, pero que inserto en el texto, de esa forma, con esa resolución, permite entender mucho mejor la psicología del personaje. Pese a su independencia, forma parte indisociable del global de la novela. Esa estrategia está solo al alcance de unos pocos escritores, de mente preclara, competentes a la hora de componer, como orfebres, cada una de las piezas del puzzle y, a la vez, capaces de no perder en ningún momento la visión de conjunto, la intención que dirige su obra.
De otra forma, en otro sentido, con otros materiales, este parece ser el plan que se esconde tras la obra del escritor Jorge Carrión (Tarragona, 1976). Si recientemente hace un par de meses hablábamos desde este mismo espacio de su última novela Membrana (Galaxia Gutenberg, Premio Ciudad de Barbastro de Novela Corta 2021), el autor nos ha sorprendido en muy poco tiempo con un nuevo libro: Todos los museos son novelas de ciencia ficción (Galaxia Gutenberg, 2022), un texto que contiene una narración futurista en clave de auto ficción, de una exposición que tuvo lugar en el Centro José Guerrero de Granada, ilustrado con algunas de las imágenes de esa exhibición, como un cómic. Es una pieza más del entramado que conforma el proyecto literario-cultural-crítico de Carrión, junto con su serie de podcasts Solaris, y la ya mencionada Membrana. Se trata de un proyecto que intenta mapear todas las conexiones entre los nuevos avances tecnocientíficos, y cómo estos están cambiando nuestra manera de percibir y reproducir la realidad.
¿Puede una exposición convertirse en novela? ¿Puede esa novela formar parte de algo más grande y ambicioso, como hace el capítulo XXIV de la segunda parte de Anna Karenina con el todo que supone ese libro? Pues parece que sí o, al menos, a este lector se lo parece, ya que encuentra un diálogo y complementariedad en las distintas entregas. Si en Membrana los personajes eran trasuntos, a las órdenes de la trama, que narraban unas inteligencias artificiales en plural y en femenino, aquí, con la ayuda de técnicas de auto ficción, sí existen personajes nítidamente caracterizados. No son otros que el propio autor, su entorno social y Mare, una inteligencia artificial que se comunica con él desde el futuro, o algo muy parecido al futuro. Si en Membrana el verdadero personaje son las voces, las inteligencias artificiales, que cuentan las vicisitudes de una serie de seres, algunos de ellos artificiales, o creados artificialmente en inicio —y de esa manera se desarrolla la historia entre Karla Espinoza y Maxi— aquí, la del personaje de Carrión con Mare, contada por un humano, es el reverso de la anterior. Los personajes que el autor desarrolla en esta entrega, sin embargo y tal como el mismo narrador menciona, siguen unas premisas parecidas, están inmerso en una red de contactos, de intereses. No son individualidades aisladas, sino híbridos; también Mare, la inteligencia con la que el personaje de Carrión se comunica:
“El protagonismo de Jiro He —como el de Ben Grossmann o Karla Espinoza, como el de Mare o el mío— es un anacronismo. Por eso escribí Membrana en primera persona del plural, porque ha quedado atrás la época de las individualidades únicas y decisivas […]. Porque todos somos colectivos, colectivas, colectives, colectivxs, incluso cuando escribimos en primera persona” (p. 135).
Y en medio de esa narración autobiográfica y en clave de ciencia ficción, el autor incrusta su otra pieza, la que lidia con los avances tecnocientíficos, que quedan muy bien representados aquí a través del Mare Nostrum, el supercomputador ubicado en el Centro Nacional de Supercomputación en Barcelona, y de las intervenciones de Fernando Cucchietti en torno a la computación cuántica y los futuros imaginables, y que no es otra que Solaris, su producción en formato podcast, que aparece citada. Solo queda agradecer al autor por compartirnos este proyecto, por su ambición de mapear ese todo complejo que nos rodea, que impregna lo real.