En Estados Unidos, el automóvil no es sólo un medio de transporte, sino un símbolo de libertad y progreso. Y también de posición social: muchas personas juzgan a los demás por el modelo y el precio del auto que conducen.
Pero esta dependencia cultural hacia el automóvil tiene un costo elevado para el medio ambiente, para la economía de las familias, y para el bienestar de las personas. Un estudio reciente publicado en Science Direct revela que tener que conducir a toda hora afecta negativamente la felicidad de la gente. Hay que preguntarse hasta qué punto estamos sacrificando nuestra calidad de vida por un sistema de transporte centrado en el automóvil.
Conducir es una actividad cotidiana, pero genera estrés. Los atascos interminables, los conductores agresivos e irresponsables, y el alto costo del mantenimiento del vehículo son algunos de los factores que contribuyen al desgaste emocional. Según el estudio de ScienceDirect, los conductores que pasan largas horas al volante reportan niveles más altos de ansiedad y fatiga, así como menos tiempo para interacciones sociales y actividades placenteras.
En las zonas suburbanas y rurales, la falta o la insuficiencia de transporte público obliga a las personas a depender del automóvil para actividades básicas como ir al trabajo, ir al supermercado o llevar a los niños a la escuela. El resultado es un círculo vicioso en el que las comunidades se diseñan para los automóviles, no para las personas, perpetuando los efectos nocivos de vivir al volante como la desconexión social.
El costo de tener un vehículo personal es muy alto. En 2024, el precio promedio de un automóvil nuevo en Estados Unidos superaba los 45.000 dólares. El costo promedio anual del mantenimiento de un automóvil nuevo es de 12.182 dólares, lo que equivale a 1.015 dólares al mes. En cuanto al seguro, que es obligatorio, el costo promedio anual es de 1.715 dólares. A esos gastos hay que sumar el del combustible.
El elevado costo de los vehículos pesa especialmente sobre las familias de ingresos medios y bajos. Estas familias son, desde luego, las más afectadas por el oneroso costo del automóvil personal, pero en la mayoría de los casos no les queda otra opción porque viven en zonas donde el transporte público es inexistente o insuficiente.
La dependencia del automóvil también tiene un efecto nocivo sobre el medio ambiente. Los vehículos de motor que usan gasolina producen un alto volumen de gases de efecto invernadero, causantes del calentamiento global. El cambio climático tiene un impacto devastador sobre el bienestar de la gente, al generar fenómenos extremos como olas de calor récord, sequías, huracanes más intensos y otros desastres naturales.
El panorama no es alentador, pero es posible frenar la dependencia del automóvil y acelerar la búsqueda de soluciones viables. En muchas ciudades europeas como Madrid, Barcelona y Roma, por citar solo unos ejemplos, se puede vivir perfectamente sin usar el automóvil, gracias al trazado de las urbes y a la eficiencia de su red de transporte público. Lamentablemente, pocas ciudades en Estados Unidos han copiado el diseño europeo; Nueva York, Boston y Washington son excepciones. La regla en Norteamérica es la ciudad trazada con un centro urbano (el downtown), donde se concentran la mayor parte de los negocios, las atracciones y los empleos, y donde se puede andar a pie porque todo está cerca, mientras la mayoría de la gente vive en suburbios donde las áreas comerciales están separadas de las residenciales y todo queda lejos. Este tipo de diseño común en Estados Unidos obliga a la gente a usar el automóvil personal.
Recientemente, ciudades como Portland, en el estado de Oregón, y Minneapolis, en Minnesota, han invertido en infraestructura para bicicletas y transporte público, logrando reducir la dependencia del automóvil. Estas iniciativas disminuyen las emisiones de gases contaminantes, y al mismo tiempo mejoran la calidad de vida al fomentar un mayor sentido de comunidad y una movilidad más saludable.
Copiar ese modelo a nivel nacional no es una tarea fácil. Primero que todo, se necesita voluntad política y un enorme cambio cultural. Los espacios urbanos deben rediseñarse para dar prioridad a los peatones y a los ciclistas. Hay que invertir mucho más en un transporte público eficiente y a la vez promulgar políticas y adoptar diseños urbanos que no favorezcan el uso del automóvil privado. También es crucial educar a la población sobre los beneficios de reducir la dependencia del automóvil, destacando que caminar, andar en bicicleta o usar transporte público no son solo opciones más sostenibles, sino también más gratificantes.
La dependencia del automóvil en Estados Unidos afecta el bienestar de la gente y disminuye la felicidad. Reducir esa dependencia requiere un gran cambio en la sociedad, pero sus beneficios serían inmensos. Menos tiempo al volante del automóvil personal equivale a más tiempo para conectarse con las demás personas, disfrutar de la ciudad y proteger el medio ambiente. Es el camino hacia un futuro más sostenible y feliz.
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