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Soledad Montoya

Soledad: lava tu cuerpo, con agua de las alondras,
y deja tu corazón, en paz, Soledad Montoya.
—García Lorca

 

Una cálida tarde de Kendall Lakes, llegué a la casa de Carito —mi excompañera del chilingui— alegre como un gitano, tras cobrar un par de sueldos atrasados que le devolvieron la vida a mi billetera sintética. Saludé con efusión y besos a todas mis amigas presentes, también a una bella piel-canela que aún no conocía:

—Hola Panchita, hola Marina, hola Carito, hola Ninette, hola Amy y… hola Soledad, no me extraña tu presencia…
—Buenas tardes, no recuerdo que nos hayan presentado, ¿cómo supisteis mi nombre?… me contestó Soledad, con un tono que trataba de ser serio, aunque su mirada la traicionaba y sus labios de cerámica trataban de esconder una sonrisa misteriosa.
—Solo tuve que leer las letras en tu collar, y la etiqueta del cuaderno que tienes en la mano— respondí.
—Deja ya de escanear a la doctora Montoya y ni se te ocurra hacer uno de tus comentarios extra-large, que mi amiga es una dama delicada— intervino Panchita.
—No te preocupes Panchita, que este fijón, de Soledad no sabe nada— acotó Ninette.

—Digamos mejor que casi nada —respondí—; solo sé que Soledad es soltera, viene de España, es zurda, psicóloga, habla francés, inglés y español, nació entre febrero y marzo, juega tenis, practica ballet, acaba de llegar a Miami, parece estar «en esos días» y a sus padres les gustaba García Lorca.
Soledad lanzó una mirada panorámica a todas las chicas y les dijo, sin dirigirse específicamente a alguna: «Veo que habéis hablado de mí, aunque hay cosas que no recuerdo haberos contado».

Ante la incomodidad de mis amigas, que juraban no haberme chismeado nada, creí oportuno confesarles que solo había tratado de aplicar el método deductivo de Sherlock Holmes —al parecer con cierto éxito— debido a mi antigua afición por las novelas policiacas, especialmente las de Conan Doyle.

Aunque de entrada parecí no gustarle, ahora Soledad me miraba con un interés entre científico y «estrogénico»:

—Solo fallaste en lo del tenis, pues lo que practico es squash, eh… ¿cómo supiste lo demás?

—Cuando entraba te escuché decirle a las chicas que algún día llegaría el amor de tu vida, eso sumado a tu audaz manera de vestir, a que no llevas anillo nupcial y a tu acento, me hizo pensar que estabas soltera y venías de España; la posición de la oreja de tu tasa de té y tu lapicero, sobre la mesita de centro, me indicó que eres zurda; el «Dra. S. Montoya» en la cubierta de tu libreta y el dije de tu collar, con la letra griega Psi, me recordó al emblema que suelen llevar los psicólogos, lo cual corroboré por los libros que llevas en tu bolso abierto: Maladie mentale et psychologie, de Foucault, y The Psychogenesis of Mental Disease, de Jung, que también me dieron una pista de los idiomas que dominas; y el otro dije, con el signo piscis, me hizo suponer que naciste entre febrero y marzo; lo del tenis o squash lo saqué viendo la musculatura de tu antebrazo y codo izquierdos; lo del ballet, observando tu porte, la elegancia de tus movimientos, la fortaleza de tus pantorrillas y la rudeza y malformación de los dedos gordos de tus pies, por entre tus sandalias; tu reloj pulsera marca una hora diferente a la de Miami, por lo cual supuse que acababas de llegar y no recordaste cambiarla.

—¿Y cómo supiste que a mis padres les encantaba Lorca?
—«Las piquetas de los gallos cavan buscando la aurora, cuando por el monte oscuro baja Soledad Montoya» tu nombre deben de haberlo copiado del Romance de la pena negra, de Lorca, aprovechando tu apellido…— respondí.

—Y lo de «en esos días»— interrogó Ninette, picarona.

—«Cobre amarillo, su carne, huele a caballo y a sombra. Yunques ahumados sus pechos, gimen canciones redondas» bueno, no quisiera incomodarlas, chicas, pero recordando el mismo poema y gracias al generoso escote de Soledad, no pude dejar de notar la turgencia de sus «yunques» y recordar que fui niño explorador y desarrollé un olfato de sabueso» (en realidad fue un torpe farol —del cual me arrepiento— que acertó de casualidad)
—Ayyy, sucio, cochino, dijeron las chicas a coro.

Las chicas se reían de buena gana y me hacían gestos como que me iban a pegar —Marina me regaló un par de manazos en el hombro— no así Soledad que se había quedado muda, pero me seguía con la mirada y aunque tardó en reaccionar, me dijo, muy psicóloga ella:
—Tu narcisismo habrá quedado satisfecho, te sentirás muy inteligente, pero en realidad solo tuviste suerte, habían otras posibilidades, pudo pasar como con lo del tenis…
—Así es mi querida Soledad, la perfecta exactitud de los métodos deductivos solo se ven en la ficción… Sí, tuve suerte, más aun en conocerte— le dije, impostando la voz y fijando la mirada en sus ojos oscuros como el olvido, que será muy oscuro en el tango, pero no tiene ese par de magníficas cejas liztaylorianas que lucía la Montoya.

Sentí que Soledad «aflojaba», pero no pude oír su respuesta, pues Carito me tiró del brazo recordándome mi promesa de llevarla a Walmart —razón de mi presencia en su casa—, para que hiciera sus compras, ya que andaba «descarriada» (con su automóvil en reparación).

Pedí las disculpas del caso y con un «hasta luego chicas» salí con Carito y abordamos mi viejo Volvo con dirección al shopping center. No tardó en hablar:
—No me digas que te impresionó la flacuchenta esa, toda insípida, siliconeada y fingida… creidaza.
—Yo diría más bien: guapa morena verde luna, delgada, con turgentes acentos estratégicos, audazmente elegante, y hasta distinguida…
—¡Hazme el favor… con esos dedos gordos de chacrera «a saca’ camote con el pie»… no creo que puedas enamorarte de una mujer así, falsa y encima resbalosa…!
—Podría, pero ya sabes que hace tiempo estoy felizmente retirado del amor y del sexo.
Me puede haber impresionado un poco, pero ahí nomás queda. No pienso caer de nuevo, moriré soltero y solo, como una araña.
—¿Retirado? ¡Ja! ¿y todo lo que hicimos juntos…?
—A veces hago excepciones pasajeras: tómalo como un «choque y fuga» o un «raspa y gana»— le dije, por molestarla.
—Hasta me escribiste un poema: estabas enamoradazo de mí…
—Sí, pero preferiste irte con el adefesio ese…
—¡Y en venganza te tiraste a mi hermana!
—¿Hay mejor manera de pasar la página…?
—Eres un perro vengativo. Una comete errores, pero tú abusas… ¿De veras no te interesa la Soledad esa?
—No. Mañana amanecerá en el cajón del olvido. Si pude olvidarme de ti, puedo olvidar a cualquiera…

«Por abajo canta el río: volante de cielo y hojas. Con flores de calabaza, la nueva luz se corona» …

Más de una hora estuvimos de compras; más de cuatro veces traté de cambiar de tema, pero Carito seguía rajando de Soledad Montoya y recordándome los tiempos felices que pasamos juntos, antes de que me abandonara —con premeditación, alevosía y ventaja— por un joven personal trainer de gimnasio de cuarta.

Dicen que no puede haber amistad pura —y menos, duradera— entre dos personas que antaño fueron amantes.
Parece ser que es así, porque cuando llegó la noche —noche que noche nochera— volví a pecar con Carito y hoy la Soledad me espera.

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Muela

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