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SICARIOS DE LAS ONDAS HERTZIANAS

Días atrás el dirigente político Juan Carlos Monedero, uno de los ideólogos de Podemos que hubo de dejar la primera línea tras una brutal cacería que arrojó un sinfín de basura informativa sobre su persona, afirmó que, mientras en Latinoamérica se silencian las voces discordantes a tiros, en España se asesina civilmente a quienes son un grano en el culo del sistema.

     La afirmación sobre el asesinato civil viene al hilo de un escándalo, uno más, en la jungla política de mi país. Unos audios comprometedores, grabados por uno de los participantes de una conversación que es un excomisario de policía corrupto llamado Villarejo (que está en la cárcel y por eso avienta todo lo que ha grabado como hacen los mafiosos a los que se les deja en la estacada), revelan cómo un periodista muy mediático, propietario de una de los canales televisivos más populares de este país, la Sexta, Antonio García Ferreras, conspira junto a otro periodista indeseable, un tal Eduardo Inda, que no está presente en la conversación, para difundir un bulo sobre una supuesta cuenta en el paraíso fiscal de las Islas Granadinas a nombre de Pablo Iglesias (en aquel momento dirigente de Podemos y antes de que fuera vicepresidente del gobierno de Pedro Sánchez) en la que Nicolás Maduro habría ingresado 270.000 dólares, que tampoco es tanto: puestos a mentir que hubieran puesto tres ceros más. La noticia falsa, como el 90% de las que atañen a la formación política a la izquierda del PSOE, desembarcó en el momento en que todas las encuestas daban la victoria a esa formación. En esa conversación, Antonio García Ferreras se jactaba de que, trabajando en un medio supuestamente de izquierdas como La Sexta (que sintonizan votantes del PSOE y de Podemos, que espero dejen de hacerlo), el impacto que tendría esa supuesta corruptela sería mucho más demoledor para el posible electorado. Podemos, en esas elecciones, no sorpasó al PSOE.

     En España, una democracia muy imperfecta por joven (nos lastran cuarenta años de dictadura franquista), como bien señaló en su momento Pablo Iglesias antes de dejar el gobierno, lo que le costó una infinidad de críticas, incluso de sus socios socialistas, los sicarios son periodistas (aunque me resisto a aplicarles esa categoría que no merecen) a sueldo y no hace falta que disparen balas de plomo para conseguir sus objetivos de abatir al contrario. La cantidad de mentiras y noticias sin contrastar que se lanzan a diario desde los medios de comunicación, casi todos ellos controlados por la derecha, incluida esa supuesta cadena progresista que es La Sexta, es estratosférica. La basura mediática sirve para destrozar formaciones que supongan un peligro para el sistema (Podemos era peligrosa en su momento, según los que se encargaron de destrozarla por tierra, mar y aire) y se apoya en un estrato judicial de praxis muy laxa que admite querellas sin fundamento que luego, una vez conseguido el daño que se quería perseguir, son sistemáticamente archivadas porque ni Irán ni la Venezuela de Maduro estaban detrás de la formación morada fundada por Pablo Iglesias como se obstinaron en decir una y otra vez de forma machacona, ni sus dirigentes tienen cuentas en paraísos fiscales. La secuencia es fácilmente entendible y se revela, además, en esos benditos audios que, como venganza, ha puesto en circulación ese comisario siniestro que es Villarejo que graba todas sus conversaciones por lo que pudiera pasar. Se fabrica una prueba falsa, un papelucho con una serie de sellos que justifican un ingreso de una cantidad en una cuenta inexistente de un banco foráneo; se exhibe en los medios de comunicación el citado papelucho dándole una apariencia de verosimilitud; se lleva ese papelucho a un juzgado (en este caso concreto era tan papelucho que ni se atrevieron, pero hubo otros montajes, menos burdos, que dieron lugar a que se admitieran querellas) que, no se sabe bien cómo (yo sí: se explica porque el 80 por ciento de la clase, porque es una clase bien clasista, judicial es de derechas o de extrema derecha) admite a trámite la querella (la suele presentar un colectivo vinculado a la extrema derecha), lo que da lugar a más titulares en los medios de comunicación (se hacen eco hasta los que no son de derechas para esparcir la mierda) y, luego, en el momento de la verdad, se sobresee el caso porque no hay una sola prueba consistente y el juez se juega ser acusado de prevaricador si sigue adelante. La rectificación, si la hay, aparece en minúscula mientras la falsa acusación ha estado copando titulares semanas. Detrás de todo este montaje establecido por sistema hay intereses de partidos políticos de derecha y extrema derecha y grupos empresariales que siempre prefieren un gobierno de derechas a uno de izquierdas y harán lo que sea para laminarlo.

     En el mundo mueren muchos periodistas por defender la verdad (en todas las guerras y en estados fallidos) y otros, como Julian Assange, están a la espera de una extradición por denunciar los crímenes de una gran potencia como es Estados Unidos, que supondrá su muerte física tras haber sido asesinado ya civilmente durante ocho años de encierro forzado. Frente a esa inmensa mayoría de periodistas que realizan un trabajo honesto, muchas veces a costa de su propia vida (la lista de periodistas asesinados en México es atroz, querido Javier Valdez Cárdenas: la tuya no fue la última), están esos otros que viven bajo el amparo del sistema con sueldos de futbolista, lacayos que les sirven en bandeja un sinfín de bulos para destrozar al adversario político, que carecen de toda ética y son una vergüenza para la profesión. En España no se mata con bala como en Latinoamérica; la balacera viene de las ondas hertzianas. “Las malas personas no pueden ser buenos periodistas”, dijo Ryszard Kapuscinski.

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