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ser-humano.onion

1

Tomé la chaqueta y el bolso que reposaba sobre la mesa; saqué las llaves del bolsillo, cerré y corrí bajando por las escaleras. Susana, la chica del Uber, giró el encendido de su Mini Coop. Decidí sentarme a su lado. Mirada suave, cabello azul eléctrico, liso hasta el cuello. Llevaba una falda oscura que dejaba mostrar el color crema de sus muslos; botas de milicia y medias negras hasta las rodillas. El retrovisor sostenía un pentagrama amatista que se mecía con el aire acondicionado. Me gustaba. Mucho. ‘¿Vamos?’ – ‘Vamos’ – le respondí sonriendo. Confirmó la info en su celular, viró detrás del motel y volteamos en rojo para salir lo más rápido de Hialeah. Saqué de mi billetera la extraña tarjeta que mi colega me había entregado apenas ayer. ‘¿En dónde te la entregaron?’ – ‘En una fiesta en Brickell, la semana pasada.’ – ‘¿Pero te la entregaron a ti?’ – me preguntó orando por una mentira, como si aún tuviera el chance de evitarse un crimen nefasto que terminaría con ella muerta; o más terrible aún, conmigo con moscas en la boca sobre una cuneta. ‘A mi me explicaron que debía mandar un mensaje de texto a este número antes de pedir el Uber, y fue lo que hice.’ -le respondí, fracasando en mantener mi cool, ‘…el chofer ya vendría avisado; en este caso, tú.’ – ‘Pero tú me conoces?, ¿sabes quién soy?’ – insistió. – ‘No, hermosa… Yo no tengo ni idea de quién eres tu.’

Tres días antes, en el piso 19 de un edificio residencial en Brickell, se celebró la compra millonaria de un formato de ficción con una orgía en donde participaron por lo menos treinta invitados del medio. Cuando sucedió, yo ya me había ido de la fiesta. Al día siguiente me encontré con Santiago para almorzar. Santi es un importante colega dentro del mundo de la producción, quien, según él, tampoco llegó a participar en el bacanal, pero si se quedó para filmarla. Entonces me dijo que al cumplirse las 2am; tres cordiales, muy corpulentos jóvenes con acento extranjero, trajes grises Versace y zapatillas Magnanni, dispusieron a la mayoría de los invitados hacia la salida; y aquellos que permanecieron en la sala, fueron llevados a otra habitación en donde se les ordenó desvestirse completamente. Luego se les otorgó bebidas que debían consumir, sin excepción; batas de seda vino-tinto hasta los pies y máscaras de luchador mexicano. Cuando todos los hombres estuvieron listos, fueron llevados en fila a una tercera habitación en el último piso. Cinco chicas, sin lugar a duda, menores de edad, esperaban para ser tomadas por una jauría de ejecutivos, dueños de los programas de reality y talento más lucrativos de la televisión hispana.

Brinqué de mi estado de shock cuando llegó la camarera a nuestra mesa. Una jovencita, posiblemente estudiante, a quién Santiago le confesó que sería fantástica frente a las cámaras. Sonriendo, con la ingenuidad de una recién llegada a este país, se fue con nuestra orden. Cuando volvimos al tema de la fiesta, le confesé a Santi que, a pesar de que en el momento se sentía sabio aprovechar el ímpetu de los tragos, haber tratado de vender mi formato a cuanto invitado había allí, fue muy mala idea. Así que me retiré temprano con el poco de dignidad que me quedaba. Sin embargo, Santi se quedó y conectó con Sergey Lebedovich, un célebre empresario ruso reconocido por apostarle a formatos que siempre tenían éxito fuera de la formula, sin importar que tan controversial pudieran ser.

Santiago sacó de su billetera una extraña tarjeta y me la mostró… ‘Antes de la culeadera, el señor me entregó esto.’ – ‘¿Qué es eso?’ – ‘Esto tiene un enlace, un ‘link’, que te lleva al otro lado de la web… Pero no puedes abrirlo en cualquier sitio, en el laptop de tu casa o cel… esto es ilegal. Si te pillan, o te meten preso, o te hacen algo peor.’ Solté una carcajada, porque sus ojos desorbitados fuera de sync con el ridículo corbatín verde que siempre se ponía sumaban demasiado al melodrama.

— ‘Bueno. Juguemos… Dame la tarjeta. ¿qué tengo que hacer?’

2

Dejábamos a todos los automóviles atrás. Susana me parecía una niña, y sin embargo, sentía que esto era rutina para ella. Tomó su celular, ‘ya estamos llegando’ – dijo- y colgó. Giró a la derecha y estacionó el auto frente a dos hombres rubios, hinchados. Se montaron en la parte de atrás y me pidieron, muy amablemente, vendar mis ojos. Lo último que pude ver fue a Susana clavándome su mirada hasta enterrármela en ese sitio donde nacen los terrores; inmediatamente después, me cubrió un velo de oscuridad.

Luego de decenas de giros y vueltas en el auto, nos volvimos a detener. Abrí la puerta, saliendo de rodillas para vomitarlo todo, seguramente en el pavimento… Pero no me atreví a quitarme las vendas. Me levantaron de brazos, limpiaron con delicadeza mi boca y caminamos. Mientras elevaban lo que sonaba a una puerta de galpón, escuché el Mini Cooper de Susana disiparse doblando bruscamente hacia la izquierda, ya muy lejos de donde sea que me habían traído. Un fuerte olor a distintos perfumes me alertó, porque de entre tantas fragancias, el hedor a carne podrida se involucraba con el funesto desbarrancadero de aromas baratos. Bajamos por unas escaleras que parecieron eternas. Con mis brazos enredados a los de mis acompañantes, doblamos dos veces más, atravesando una locación húmeda con brisas intermitentes que parecían venir de ventiladores. Luego, un olor a comida cacera, guiso y carne, se juntó con el fuerte tufo de sudor que emanaba de mis secuestradores. Subimos las últimas escaleras y llegamos a un cuarto fresco, frío. Seco. Me detuvieron con cuidado, y me quitaron las vendas.

Era un salón como de galería de arte. Oscuro. Las paredes cubiertas con proyecciones de películas caseras, con fecha de los años 90’s con calidad de VHS. Piñatas, cumpleaños; situaciones de familias desconocidas. Al fondo, siete cabinas privadas, como confesionarios. Una joven rubia, sacada de un magazine de modelaje, se acercó marcando un fuerte eco con sus tacones. – ‘Do you have the card?’ -me preguntó con su acento de Europa del este. -‘Yes, here it is”. Se dirigió a un cubo que reposaba sobre una media columna. Depositó la tarjeta y abrió un compartimiento secreto. De allí sacó un sobre de metal fino, dorado. Lo puso en mis manos, señalando la quinta cabina, el quinto ‘confesionario’. ‘That one is empty, Good Lucifer.’ Sonrió, metió su lengua en mi boca y me llevó al confesionario 5. Detallé un tamboreo de flashes que salían por debajo de los otros confesionarios. ‘No soy el único’ – pensé- y entré.

El interior tenía solo una luz púrpura que rodeaba la base de la butaca. El asiento se extendía brevemente hasta llegar a una mesa de cristal opaco que soportaba un gran monitor. Conectado a los bordes de la butaca había un teclado curvo, negro y un pequeño cilindro transparente lleno de agua. Me senté y abrí el sobre: INSTRUCCIONES – 1. Sostén en tus manos el cilindro que se te obsequia y quiébralo justo en la mitad sobre la burbuja. 2. Cuando el líquido se ilumine, desatornilla el extremo izquierdo del cilindro y bebe su líquido. (nota: el proceso no podrá continuar si el líquido no es ingerido). 3. Oprime el botón de ‘Encendido’ en el teclado y escribe el color del líquido que acabas de ingerir: Anaranjado. 4. Escoge de entre los ‘Links’ que se te presentan en la pantalla, aquél que mejor describa la sensación que estás experimentando… Me sentía bien. Muy bien. Ok, la 4. Escoger de las opciones: “quiero cojerme a un/una”, “extraño a mis padres”, “siento que voy a morir”, “me siento muy bien.” Presioné la 4C.

Se abrió una página llamada: TOR. Una especie de red con la habilidad de hacerte invisible en la web.   Reconocí que en la lista de links, nada terminaba en ‘.com, .org, o .net’, sino en ‘.onion’. Cualquiera que presionara me daría acceso completo al contenido más peligroso del internet. Bienvenido al ‘Darknet’

El primer link me condujo a una guía de mapas secretos de túneles subterráneos bajo la escuela de Virginia Tech, (Beneath VT); el lugar en donde uno de sus estudiantes, Seung-Hui Cho, inspirado en la película de ‘Oldboy’, masacraría a 32 personas un 16 de abril hace nueve años atrás, para luego quitarse la vida de un plomazo en la sien. Estos mapas ilegales, invitan a los más osados a arriesgar sus vidas explorando en detalle los cientos de pasadizos secretos bajo tierra que protegen las tuberías de vapor de toda la universidad. La página cierra con una advertencia casi dantesca: “Beware all ye that enter …” Nada muy rudo.

El siguiente ‘link’, (Cebolla Chan 3.0), me llevó a un foro en español con las instrucciones para formar parte de las células operativas del grupo terrorista ISIS dentro del país. La página se cargó sola revelando un video en donde figuraban varios militantes con los rostros cubiertos, gritando y amenazando a la cámara, sosteniendo cuchillos; preparándose para decapitar a unas jóvenes que parecían turistas. Ellas, tomadas y sometidas por los cabellos, suplicaban llorando de rodillas que por favor no les hicieran daño. Todo, con subtítulos en español. Cerré de inmediato la ventana. Por un segundo consideré no seguir con esto. Esperé un largo momento, pero continué.

El siguiente link me condujo a un foro para contratar asesinos a sueldo. Cuatro líneas más abajo encontré un mercado negro para todo tipo de armas y drogas, las cuales se podían comprar con el uso de ‘bitcoins’; documentos que educaban sobre diez maneras de matar a un hombre con las manos, un manual de telequinesia y otro para hacer bombas caseras. Abrí el siguiente; una lista de videos ‘snuff’ para compartir. El primero involucraba a una chica, posiblemente filipina. Ese no lo cerré. Lo vi hasta el final. Cuando por fin acabó su horrenda violación, recibió un balazo detrás de la cabeza. El mismo grupo de hombres ultra-excitados tomaron turno para desmembrarla cubiertos por una música industrial. Apreté con fuerza mis ojos, me tapé la boca con las manos. – ‘¿Serán reales, por Dios? – pensé. La lista tenía una centena de entradas audiovisuales de ese tipo; violaciones, asesinatos, mutilaciones, linchamientos, canibalismo. Seguí presionando y abriendo ventanas. Un dolor que me perforaba la cabeza me hizo vomitar de nuevo. No podía apagar los gritos que salían del computador. Las ventanas ya no se cerraban. El confesionario se prendió con un coro de gritos; adentro del computador se vivía una terrible agonía, un horror puro; y parecía ahora venir de todas partes, esto realmente sucedía en el día a día, en todas partes… La TV se infectó con imágenes de personas pateadas por las escalinatas de una pirámide centroamericana, luego de ser sacrificadas; se infectó con circos romanos, repletos de gente, celebrando el festín de leones hambrientos, se infectó de familias en campos de concentración, en cámaras de gas, en crematorios; se infectó de multitudes arrastradas a una futurista trituradora industrial, de proporciones gigantescas. ‘Esto ha sido así siempre, y siempre seguirá siendo así’ –me gritaron. Este es el Ser-Humano.onion, Buen Lucifer. Tu público. Y en cada uno de sus televisores portátiles, tú. Perdí el equilibrio, el sentido, y caí de boca sobre el cristal.

3.

Cuando desperté sobre los vidrios, noté que había mucha sangre; seguramente me había cortado la cabeza, pero no sentía dolor. Me levanté y arranqué los cables de aquella especie de TV, desconectando lo último de vida que le quedaba a esa maldita cosa. Al abandonar la cápsula, la rubia que me recibió, confundiéndome con Lucifer, yacía en en la mitad del salón con dos disparos en el rostro. En lugar de las películas caseras, ahora habían hoyos de bala en las paredes. Lentamente fui descubriendo en el interior del resto de los confesionarios, los cuerpos sin vida de otros espectadores como yo. Mis secuestradores, aquellos que amablemente me trajeron a este lugar, ejecutados cerca de un gran portón de hierro que, al empujarlo, salí directo a la calle. Estaba en el centro de Wynwood, rodeado de restaurantes y cafés. Era de noche y el distrito estaba inundado de gente, de artistas, de grafiteros en sus murales; de ‘Food Trucks’ vendiendo comida, de músicos en las esquinas, de policías vigilando a la chicas de short corto. Me paralicé en todo el epicentro de ese continuo y brutal oleaje de humanos que iban y venían; completamente ajenos a lo que me acababa de suceder. ‘Espectadores y actores’ – formulé en mi cabeza, sin darme razón alguna.

Una luz se me acercó violentamente de frente. Esperé el proyectil. Esta será la última ejecución a quema ropa, la mía. Pero resultó ser una cámara en mi cara. La voz se me hizo familiar. Era la de Santiago al lado del camarógrafo. – “Listo, lo tengo. Oye chico, límpiate ya ese ‘sirope’ de la jeta y vamos a celebrar con Susana que nos espera en ‘Wood Tavern’. Esperando… Aquí me mataron y este es el limbo. Ni se sintió. No logro comprender nada. El camarógrafo bajó la cámara, apagó la luz, y le puso la tapa al lente. Tomó su celular y se retiró hacia la calle, lejos de donde estábamos. Yo me sentía como atorado entre escenas, como en coma, pero despierto. – “Adentro hay mucha gente muerta, Santiago” – dije, sin poder reconocer mi propia voz. – “Adentro lo que están puestas son esas cámaras que querías, con el contenido más brutal jamas producido. Tú y yo, ‘chiquitín’. De verdad que quedó genial. Ya tenemos el Piloto, Pablo. Ese ruso se va a cagar”.

Me abrazó con fuerza, clavando su estúpido corbatín en mi cuello, obligándome a caminar a su lado lo más lejos posible de aquel sitio; no sin antes darme cuenta, por haberme forzado a voltear, que la policía ya recibía la orden para entrar, armados hasta los dientes, a la galería.

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