Ni siquiera en el reino animal las madres matan a sus hijos. Los padres sí, excepcionalmente. Algunos osos y leones son padres desnaturalizados que devoran a sus cachorros. Hasta hace poco en China mataban a las niñas al nacer por la política del hijo único. El resultado de esa barbarie infanticida, promovida por el rígido régimen comunista chino empeñado en reducir la población, son millones de hombres que jamás encontrarán pareja si son heterosexuales. Pero quiero hablar de Saturno, el dios romano que devoraba a sus propios hijos, al que Goya rindió homenaje en una de sus pinturas negras más conocidas.
Hay muchos saturnos en la sociedad española últimamente y sus crímenes repugnantes y cobardes son fruto de esa epidemia de violencia machista que se ha acentuado desde que las mujeres reivindican sus derechos y exigen una igualdad con respecto al hombre. Las cifras de mujeres asesinadas en España no alcanzan el grado del feminicidio de Ciudad Juárez pero son un goteo constante que no cesa a pesar de la alarma social que suscita este tipo de crímenes.
En muchas mentalidades masculinas (y también en algunas femeninas) está interiorizado que la mujer es una posesión que se adquiere por contrato matrimonial. Los cuarenta años de franquismo han moldeado este tipo de mentalidad que convierte a la hembra en reposo del guerrero y ama de casa que cocina, plancha y friega. Con la liberación femenina, ese tipo de violencia contra las mujeres se ha exacerbado. La frase La maté porque era mía está en la cabeza de esos dementes asesinos que no admiten divergencias en su pareja y menos que ésta se harte de él y decida emanciparse. Otra frase refuerza esa argumentación: Si no eres mía, no eres de nadie.
Pero vayamos a Saturno. A otro tipo de crimen más repugnante y execrable, si cabe, que ese de asesinar a su pareja. El asesino machista, cegado por la ira, busca en su conducta retorcida hacer el mayor daño posible a esa posesión que se le escapa de entre las manos. ¿Qué puede hundir para toda la vida a una mujer? Asesinar a sus hijos. Y ese padre malnacido, que nunca tenía que haber engendrado a ningún hijo, asesina a los suyos con el único fin de atormentar a la madre de por vida. El foco está puesto en la violencia contra la mujer y nos olvidamos de esa otra violencia, mucho más grave si cabe, contra sus hijos por parte del padre.
Para quien asesina a un niño, a su propio hijo, para hacer daño a un tercero, para semejante monstruo no debería existir la piedad. El sistema penal español, por fortuna, no contempla ni la pena de muerte ni la cadena perpetua porque prevalece la voluntad de reinserción sobre el castigo de privación de libertad, pero esos desalmados, condenados a veinte o treinta años de cárcel, viven su encierro como el infierno que merecen, siempre temerosos de que alguien les aplique la ley de la cárcel, y esa no tiene piedad de ellos.