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Reseña de Quince mil latas de atún, de Jorge Enrique Lage.

Paco Bescós

Jorge Enrique Lage.

Suburbano Ediciones. 2013.

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‘¿Conoce usted la Cuba de Jorge Enrique Lage? ¿Tiene idea de lo que ahí sucede?’

Estas dos frases abren la presentación (lo que en una edición física llamaríamos solapa) de Quince mil latas de atún, el nuevo libro del joven autor cubano Jorge Enrique Lage. Ciertos adjetivos poseen tanta significación que conforman un prejuicio en sí mismos (prejuicio no necesariamente a favor ni en contra). El adjetivo ‘cubano’ es uno, y cuando sigue al sustantivo ‘escritor’ brota en la mente de quien lo escucha multitud de imágenes previsibles: Lezama Lima, malecones, guerrilleros, arroz con frijoles, guajira guantanamera, etc. Pero Lage demuestra que se puede lucir unas señas de identidad plenamente cubanas haciendo algo que nada tiene que ver con lo que tradicionalmente entendemos por aquello. El lector no sabrá cómo, pero detectará una especie de Caribe imposible en los párrafos de Quince mil latas de atún. Quizá resida éste en el bullicio, en el color y en la sensualidad de los textos, además de en la sensación de que siempre hay algo severo oculto bajo cada oración amistosa. Una buena vuelta de tuerca.

 ‘Le pregunto al taxista si no le da miedo la criatura que sobrevuela La Habana.

–¿Eso? Eso no le da miedo a nadie. –Hace un giro brusco para no atropellar a un grupo de personas que aparecen huyendo y gritando–. Además, yo siempre digo una cosa: primero las pizzas, después el terror.’

 Quince mil latas de atún reúne tres relatos de corte eminentemente surrealista, con todo lo que implica el surrealismo más canónico: la importancia de los sueños y del inconsciente (tanto en lo que se relata como en el acto de escribir) y el recurso a la asociación de ideas incompatibles con un resultado o bien humorístico o bien atroz.

 ‘Hemos pensado hacer el evento en las afueras, allá por el Hospital Psiquiátrico, lejos de la locura del centro. Si le parece bien empezamos mañana mismo.’

 En este caso, el estilo viene actualizado por un delicioso gusto por la cultura de masas más actual: el comic, el cine de acción, la literatura de género…

En Gato Samurai, un hombre describe su viaje onírico de sensaciones absolutamente lisérgicas. En Quince mil latas de atún y no tenemos cómo abrirlas, un escritor se embarca en una peculiar aventura contrabandística con la metaliteratura como pieza de cambio. En Pure fiction days, Stephen King visita La Habana como artista invitado, muy a su pesar.

Los relatos de Quince mil latas de atún se encuentran salpimentados de criaturas voladoras, otakus, disfraces de puercoespín, cyborgs, patinadoras… Todos estos elementos pueblan de manera tan abigarrada los textos que las tramas van quedando en un segundo plano, desplazadas por la fuerza que aportan el color, la velocidad y el ruido.

Pero la influencia del comic en los textos va más allá de la pura iconografía e invade la propia técnica narrativa. El autor cuenta las escenas como si describiera planos de un anime o las viñetas de un manga. El libro acaba por parecer un fresco pintado por el híbrido de Boccioni y Murakami (el pintor, no el escritor).

También se aprecia en Quince mil latas de atún la sensualidad del lenguaje y la descripción, además del acierto en las metáforas. Esto lo convierte en un texto para paladear despacio, deteniéndose en las figuras e imágenes fácilmente perceptibles con los sentidos.

‘Recientemente, vía Feria del Libro de Guadalajara, había llegado a Texas un poeta que usaba las dendritas y los axones como si fueran alambres de púas.’

 ‘Habló de su cuerpo con una voz tremenda que no era la suya. Una voz que rebotaba en las paredes declarando que el cuerpo de Laura era un territorio inorgánico, una superficie experimental o tóxica.’

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Muela

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