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Reseña a At night we walk in circles de Daniel Alarcón

Por María José Navia

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  Hay algo de hipnótico en At night we walk in circles, la última novela del escritor peruano Daniel Alarcón. Tal vez ese caminar en círculos de los presos en la cárcel, absorbidos por sus pensamientos o el peso de sus sueños (o, como dice la novela “haciendo todo lo que podían para imaginar que estaban en otra parte”); o esa historia que se esconde tras tantas otras, donde la memoria es una representación continua y sin ensayo, donde las preguntas llevan a más preguntas y casi nunca a respuestas.

 Sí, hay algo de hipnosis, pero una hipnosis que no produce aletargamiento ni somnolencia, sino que un curioso estado de maravilla y alerta. Porque a cada vuelta de estos círculos, la historia va cambiando como en un maravilloso caleidoscopio. El lector no alcanza a apoyar un ancla en una versión de los hechos cuando estos ya han cambiado otra vez.

  At Night cuenta la historia de Diciembre, un grupo de teatro que recorre un país andino sin nombre haciendo la representación de su obra de teatro The Idiot President, obra que con anterioridad se representara en tiempos de guerra  y le costara a su dramaturgo y actor principal una importante estadía en la cárcel. La obra se representa una vez en prisión, esta vez con Rogelio como uno de los actores, un joven que parece accesorio pero cuya presencia va aumentando más y más en esta historia hasta volverse central y fulminante.

 En la última gira de Diciembre (la gira de reencuentro, post-guerra y post-cárcel), Nelson, un joven actor cuyos sueños de viaje se ven truncados por la muerte de su padre, que lo deja como responsable de su madre – aunque su hermano Francisco siga persiguiendo sueños en el extranjero; él, el afortunado que nació afuera, el del pasaporte que le da libertad  y también su cuota de distancia y miedo- tiene la oportunidad de conocer distintas provincias y a su ídolo, Henry, el actor renombrado, la leyenda. Su interpretación en la obra lo lleva a encarnar el que tal vez sea el papel más importante de su vida: el de hacerse pasar por otro en un pueblo perdido, en momentos en que él quiere ser alguien que no puede ser en la vida de Ixta, la mujer que ama.

La novela da vueltas y vueltas, aunque no en círculos, sino que en espiral, que van descubriendo distintos niveles y alturas de la historia: con mujeres que no pueden dejar de amar a quien no les conviene, pero sin embargo se cansan y deciden no hacerlo (“You don’t stop loving someone like Nelson,” she told me later. “You just give up.”); con madres que no aceptan la realidad o se hacen las que no con algo de resignación (“She belonged to a culture and a generation that respected the cold above all else, a culture that did not trust warmth, but saw it as an occasional and temporary illusion. Cold is permanent, eternal, reliable. The day begins and ends with it”), con la violencia que se esconde como posibilidad detrás de cada elección.

La prosa de Alarcón, la textura de su historia, recuerda la atemporalidad y belleza de las mejores obras de Italo Calvino: esas situaciones que pueden pasar en cualquier parte (“One could call it serendipity or coincidence or luck (which comes in two, often linked, varieties); one could also just call it life”), esa atención al lector que, a falta de mejor palabra, habría que calificar de entrañable. Pulula también en esta novela la inminencia de muertes anunciadas, y el abismo que puede llegar a ser un corazón roto: una verdadera casa de fantasmas, un pueblo de provincia de versiones encontradas y nombres y miedos que no se pueden pronunciar ( “…it was the lack of heat she feared, the lack of heat that made her tremble. She imagined the barren months to come, then the years, the decades, and felt something approximating terror. She and Mindo didn’t fight; that would have required some essential spark they’d already lost. They floated in parallel spaces, all their conversations reduced to the necessary minimum, stripped of whimsy or invention or humor).

La novela comienza con un epígrafe de La Sociedad del Espectáculo de Guy Debord al que la memoria vuelve una vez terminada la novela: “The spectator feels at home nowhere, for the spectacle is everywhere”.  Y es que esta historia conjura a un lector a la intemperie, expuesto a las versiones de los hechos que el narrador (que hace entrevistas, lee diarios de vida, persigue pistas y testimonios) parece traer a la luz con paciencia de restaurador de obras de arte.

Sí, el espectáculo está en todas partes en esta reciente novela de Alarcón, un espectáculo a ratos grandilocuente, a ratos íntimo y doloroso, pero siempre magnífico.

Una maravilla de novela.

 

 

 

 

 

 

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