El rechazo violento de la caravana de migrantes es una vergüenza para los Estados Unidos.
El presidente Donald Trump lo había advertido. Los militares apostados en la frontera con México cerraron el paso a los integrantes de la caravana de migrantes centroamericanos que el domingo 25 de noviembre trataron de entrar en suelo estadounidense desde la ciudad mexicana de Tijuana. Y lo hicieron con violencia, lanzando gases lacrimógenos y disparando balas de goma contra los migrantes, hombres, mujeres y niños.
Vea aquí imágenes del rechazo en la frontera.
“Tratamos a estas personas —estos refugiados económicos— como si fueran zombis de The Walking Dead”, dijo indignado el periodista Geraldo Rivera en Fox News, la estación favorita de la derecha norteamericana y de su máximo líder, Trump.
Desde que la caravana integrada principalmente por inmigrantes de Honduras, El Salvador y Guatemala comenzó su marcha hacia el norte, Trump ha estado alertando contra una “invasión” del territorio nacional y ha presionado al gobierno de México para que detenga la riada humana. Fiel a la retórica racista que ha usado desde su campaña a la presidencia, el presidente norteamericano sigue calificando de criminales a los fugitivos del desastre económico y social en países del sur. Y envió a miles de soldados a reforzar a la Guardia Fronteriza y no dejar entrar a ningún inmigrante.
Trump viola el derecho a la petición de asilo, un derecho que los gobiernos norteamericanos han respetado. Ha militarizado la frontera con México y la respuesta violenta de las tropas al intento de los migrantes de cruzar la valla es un atropello y una vergüenza.
Como dijo Rivera refiriéndose a los inmigrantes: “Estas son personas desesperadas. Han caminado 2.000 millas. ¿Por qué? ¿Porque quieren violar a tu hija o robarte tu almuerzo? No. ¡Porque quieren un trabajo!”
La caravana de los migrantes es una evidencia del fracaso de la imposición de políticas económicas neoliberales en Centroamérica. Y una prueba del deterioro de las instituciones gubernamentales bajo el asedio de las pandillas, las temidas y poderosas maras que en Honduras constituyen un gobierno paralelo que somete a la población bajo un reino de terror.
Los migrantes huyen de la amenaza mortal de los pandilleros y de la desesperanza económica. Saben que en los Estados Unidos hay millones de empleos por llenar que esperan por ellos en la agricultura, en la construcción, en el sector gastronómico. No vienen a vivir de la ayuda federal, como afirma Trump y como creen muchos de sus despistados seguidores; los indocumentados no reciben ninguna ayuda del gobierno. Tampoco vienen a delinquir; de hecho, entre la población inmigrante la tasa de delitos es menor que en la población general. Pero el inquilino de la Casa Blanca y sus cohortes operan en una realidad alternativa, diseñada a la medida de sus intereses, sus prejuicios y sus fanatismos.
La caravana de los migrantes es un episodio de una crisis en países centroamericanos a la que hay que buscar una solución humanitaria. Los fugitivos de la violencia en el istmo deben recibir ayuda y amparo, no el rechazo militar violento ordenado por Trump, que afea la imagen de los Estados Unidos y va en contra de las mejores tradiciones norteamericanas, de la propia esencia de esta nación de inmigrantes.