Search
Close this search box.

¿Qué culpa tiene Fatmagül… de su ADN mitocondrial?

De un cigarro preso entre tus labios,
va saliendo poco a poco el humo,
que al meterse dentro de tus ojos
ha cambiado su color…
—Rita Pavone

Estaba saboreando un «canelazo» caliente en Country Walk —perfecto para los extraños días fríos del inexistente invierno miamense—, en la sala de estar de la despampanante Gloria Patricia, rubia colombiana, pereirana, pero con pinta de espía soviética —silueta de Mata Hari y todo lo que un macho latino pueda desear— cuando llegó Xiomara, su prima, más triste que té frío con pan duro, contándonos que no encontraba por ningún lugar a su perrito Totó, vieja mascota enferma que se había fugado de casa.

—Esta mañana, cuando salí a correr, vi, como a tres millas hacia el sur, a un grupo de buitres revoloteando en círculos, cerca del canal principal de agua. Por qué no te das una vueltita por allí, a ver si lo encuentras; quizás esté agonizando o ya se haya muerto, digo, por su edad —le aconsejé.

Xiomara me miró con cara de mentada de madre y muy molesta me dijo:

—Tú siempre con tus comentarios odiosos… ¡por qué serás así de tarado!

—Sorry, solo quería ayudar…

—¡Pues anda a ayudar a tu abuela! —me dijo, malagradecida, antes de salir tirando un portazo.

En el inmenso televisor de plasma, terminaba el especial del History Channel sobre las razas, nuestro antepasado común —la Eva negra africana— y el ADN mitocondrial, y Gloria Patricia le pidió a Jairo, su marido, que cambie al canal latino para ver su telenovela favorita ¿Qué culpa tiene Fatmagül?

Mientras  operaba el control remoto, Jairo, barriéndome con la mirada, a lo De Niro, me soltó:

—Ooiga, paarce, no se me moleste, pero yo creo que usté debería hacerse el examen de ADN ese, a ver si de repente no me le sale saliendo pariente del doctor Merengue, el de las SS nazis… y si no lo es, pues que le está haciendo mucho mérito, mi hermano…

—Mengele, Jairo, se apellidaba Mengele… Bueno, no conocí a mis antepasados teutones, pero quién sabe…—le respondí, para su comodidad, aunque, como en la caricatura de «El otro yo del Dr. Merengue» —a la cual me hizo recordar— más me provocaba decirle «¿por qué no te haces tú la pruebita, a ver si eres pariente de Pedro Alonso López, el monstruo colombiano que mató a doscientos niños, ya que eres su vivo retrato…?», pero Jairo era tan buena persona y tan buen chef, que preferí mantener las buenas relaciones y seguir disfrutando de su cocina, de la amistad de Gloria Patricia y el hermoso panorama de sus curvas.

—Mi tío, que era profesor de historia en Cali, escribió el árbol genealógico de mi familia, así que sin necesidad de estudios de ADN ni vainas de esas, yo ya sé que desciendo de tres razas diferentes… dijo Jairo, con orgullo latino.

—Las partidas de nacimiento y los libros municipales y parroquiales registran la historia oficial, pero solo un estudio de ADN puede descubrir si hubo interferencias o colaboraciones externas imprevistas, digamos: un lechero, un cartero, un bombero, un vecino, un jefe, un cura, un ginecólogo, etc., que podrían haber alterado el equilibrio de tus  razas oficiales…

—Conchamare, parce, que usté sí que es intrigante… no sabe que los científicos dicen que hay una sola raza: la humana…— intervino Gloria Patricia

—Dudo que un científico de verdad diga eso, más bien lo dirán algunos sociólogos «progresistas», buscando siempre los eufemismos más cojudos y los discursos políticamente correctos. Es como ir a comprar una mascota y pedir un perro, porque solo hay una raza: la perruna; al final vas a por un chihuahueño para tu abuelita parapléjica y sales con un san bernardo o un rothwailer y se jodió la vieja…

—Pero solo nos diferencian máximo un dos por ciento de los genes —replicó.

—Sí, un poquito más que de los chimpancés y no somos monos. Un porcentaje menor de carbón diferencia al hierro del acero… No solo es el color de la piel ni el de tus ojitos almendra, tenemos muchas diferencias fisiológicas hereditarias, para bien y para mal.

—Mejor no repita estas maricadas que se va a volver inmammable y se va a quedar sin amigos, parce… dijo Jairo, preocupado.

Gloria Patricia intervino, filosófica:

—Usté debería empatarse con la Maricielo, que anda —la pobre— tras de usté como si le hubieran hecho la macumba; hasta se ha metido a un gimnasio para poner a la orden toda su artillería pa’ darle caza; no me va a decir que no está bella y muy bien despachá; quizá sea el poquito de cariño que usted necesita para que se le quite lo frío y lo malulo…

—¿Poquito? esa mujer tiene furor uterino… —contesté.

—Pues aproveche, mijo, tómese sus vitaminas y cúmplale, disfrute de la vida, oiga y no siga gallinaceando que va a pescar una peste de esas malas y va a terminar bajo tierra—intervino Jairo…

—Hágale pues hombre, la Maricielo es aún joven y le pueden salir unos hijitos hermosos, con ojitos zarcos…—dijo Gloria Patricia, gloriosa, con la mano en su cintura de avispa, iniciando, sin querer, ese movimiento que nos gusta tanto, al sacudírsele su perfecta tetamenta.

—Tener hijos es un mal negocio. Mucho gasto y sufrimiento para tan poquitos momentos de  alegría. De esto se dieron cuenta hasta los Neanderthal, por eso se extinguieron, como se extinguirán los europeos y solo quedarán chinos, moros, judíos, negros y latinos…

—¡Usté siempre tan intenso, parce…! —dijeron a dúo

Gloria Patricia nos entregó dos platos de  arroz con coco (para gozar), preparados por Jairo a manera de «onces» o refrigerio y un par de Águilas bien heladas (para mojar), para taparnos la boca y mantenernos ocupados mientras veía a la  famosa Fatmagül, hermosa turca —tratada como gorro de payaso, por la estupidez machista islámica— quien luego de ser violada días antes de su matrimonio,  por un grupo de jovencitos de la rica sociedad otomana, le caen siete años de mala suerte, como le pasa a todas las violadas en esos territorios, en donde son estigmatizadas y encima cargan con la culpa de los verdaderos victimarios y terminan encarceladas o muertas a piedrazos. Fatmagül, ya sea por envidia, por conveniencia o por simple maldad, es martirizada capítulo a capítulo, por casi todos los que se le cruzan en frente, especialmente por una gorda malvada, más fea que el culo de Yoko Ono.

Al terminar su telenovela, Gloria Patricia se acordó de ponerse solidaria:

—Ay, mi virgencita del Jordán, pero yo qué me le hago aquí pues, en vez de estar con mi pobre Xiomara en su pesquisa,  ¿será que me estoy volviendo distraída?

—Será el sereno, pero yo creo que te interesaba más Fatmagül que el perro pulgoso de la Xiomara…

—Ay, cállese, cállese hombre, no empiece a martirizarme con sus fijonerías…

Mientras una atribulada Gloria Patricia salía presurosa hacia la casa de su pariente —haciendo adiós con sus manitas de Barbie— me despedí de Jairo con un apretón de manos, agradeciendo las bondades de su Colombian cuisine; cogí mi chaqueta Levi’s y me dispuse a ahuecar el ala…

Ya saliendo del carport del chalet, vi a pocos metros —desde la ventana de mi viejo Volvo—,recortada sobre el horizonte y viniendo desde el sur, la inconfundible silueta estilizada de Xiomara —también de Pereira, también bella— que se acercaba sollozando, con Totó en los brazos, más tieso que caballo de fotógrafo.

Relacionadas

Suburbano Ediciones Contacto

Facebook
Twitter
LinkedIn
Pinterest
WhatsApp
Reddit