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Poemas mínimos para la primavera

     Mientras avanza la primavera brooklynense he procurado la compañía literaria de Lidia Elena Carballo y su poemario Enso: haiku y poemas mínimos (Miami: Ediciones DarmaPath, 2012).

     Los cerezos y las magnolias empezaron a florecer en marzo. Ahora, en abril, han brotado los botones lila de los amores del Canadá y se han abierto las flores albirrosadas de los cornejos. Retoña y aflora la vida. Sin embargo, los quehaceres docentes y administrativos en el campus de Brooklyn College se multiplican y me abruman.

     Por ello busco amparo en detalles simples de Natura naturata, expresiones mínimas de la vitalidad creadora de Natura naturans: el canto de un mirlo primavera al rayar el alba; el llamado de un cardenal, fruto rojo posado en un peral floreciente; los intensos colores de jacintos y tulipanes en los jardines; el vuelo de un gavilán colirrojo sobre el prado de Prospect Park; los verdes retoños en el bosque que despierta.

     Asimismo, busco compañía en la poesía minimalista de Lidia Elena. Cuando tengo poco tiempo para leer, me parece un tesoro hallar sapiencia en la economía expresiva y sencillez del haiku.

     Enso es una bella colección de poemas cortos. Algunos vienen acompañados de fotografías, editadas con colores saturados superpuestos sobre fondos borrosos, de los detalles de la naturaleza que los inspiran: hojas, raíces, manglares, gotas de agua, atardeceres, ríos, mares. Aunque la mayoría de los poemas de tres versos sigue la métrica de 5-7-5 sílabas (on), pocos son estrictamente haiku pues no yuxtaponen dos ideas (kiru) o referencian a las estaciones del año (kigo). Eso sí, la mayoría reflejan un inusitado poder de observación de las maravillas que la naturaleza ofrece a quien le presta atención. He aquí uno que me sorprendió:

     Las hojas crean

     sobre el pavimento

     islas de humedad.

     Hojas húmedas sobre el pavimento (kiru). Imaginé las calles y aceras de Brooklyn, cubiertas de hojas caídas, secas y dispersas, conteniendo gotas después de un aguacero. Así, aunque el poema no referencia a ninguna estación el año, en mi mente se convirtió en un haiku otoñal (kigo). Pensé también en nosotros, los brooklynenses, y nuestros cuerpos como islas de humedad. Así el poema tomó dimensiones existenciales.

     Varios poemas, los más poderosos, asocian esos detalles mínimos de la naturaleza con chispazos sapienciales. Este me dejó meditabundo por un buen rato:

Muere la hoja

sin sospechar siquiera

todo el árbol.

     En realidad, días después aún estoy meditándolo. Pronto florecerán las azaleas y empezarán a cantar los grillos. Gracias al recordatorio de Lidia Elena, quiero percibirles y contemplarles con plena conciencia de que somos hojas del mismo árbol, parte y parcela del Todo natural.

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