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Peregrinajes poéticos

 

¿Qué significa peregrinar? Quizá haya tantas respuestas como experiencias de peregrinaje. Yo he buscado claves en expresiones poéticas.

 

Hace tres años, mientras me preparaba para un viaje con tintes de peregrinaje cultural a la India, leí el poemario Ladera Este de Octavio Paz. Al describir su peregrinaje a Afganistán en el poema “Felicidad en Herat,” el mexicano escribe:

Vine aquí
como escribo estas líneas,
sin idea fija:
una mezquita azul y verde
seis minaretes truncos

Son versos de libertad y espontaneidad exploratoria. El poeta visita la bellísima Mezquita Aljama de Herat. Recorre sus alrededores, aprecia sus azulejos iluminados por el Sol, se embelesa con la escritura cúfica en sus minaretes de cúpulas turquesa, con la arquitectura de sus jardines, patios y portales.

 

Pero no experimenta la visión mística del sufí ni la iluminación del Bodhisattva. No trasciende a otra realidad. Se conecta en cambio, con el entorno natural y descubre la belleza inmanente en este mundo nuestro:

 

Vi un cielo azul y todos los azules,

del blanco al verde

todo el abanico de los álamos

y sobre el pino, más aire que pájaro,

el mirlo blanquinegro.

Vi al mundo reposar en sí mismo.

Vi las apariencias.

Y llame a esa media hora:

Perfección de lo Finito.

 

El poema inspiró visiones de mi propio peregrinaje a la India, donde imaginé que cultura y naturaleza entrelazadas me transformarían.

 

Participaría en un encuentro filosófico entre India y Latinoamérica en Delhi y conocería el estado de Rajastán. Me preparé durante un año. Leí filosofía clásica y contemporánea de la India, así como historia y literatura. Hice una lectura minuciosa de la Baghavad-gita. Investigué destinos culturales y naturales de interés en Delhi y Rajastán. Planifiqué mi viaje con una minuciosidad inusitada para mí. Pero en la semana programada me engripé de forma tan brutal que no podía ni siquiera levantarme de la cama.

 

Cancelé el viaje. Me dolió en el corazón. Me había esforzado tanto para prepararme que agoté mis energías y decimé mis defensas. Una gripe común me revolcó. Había hecho lo contrario que Paz al peregrinar a Afganistán: yo pretendía viajar a la India con una idea fija.

 

Recapacité sobre la vivencia del peregrinaje. Encontré una voz amiga en el poeta contemporáneo Mark Nepo. En su Libro para renacer cada día escribe:

 

Viajar sin sufrir cambios,

es ser un nómada.

Cambiar sin viajar,

es ser un camaleón.

Viajar y verse transformado durante el viaje,

es ser un peregrino.

 

Peregrinar es viajar con apertura para el cambio, sí. Pero la transformación acontece durante el viaje, no antes. No se puede planear ni predecir. No es un itinerario ni un pronóstico. Ni siquiera es una profecía. Es una experiencia que se vive en el presente, no en el futuro.

 

Con este aprendizaje, acepté mi fallida peregrinación a la India.

 

Hace tres meses, unos versos de Rumi, el poeta persa, revivieron mis reflexiones sobre el peregrinaje. El místico sufí escribe sobre el peregrinar hacia una persona:

 

En cada viaje ten un solo objetivo:

conocer a aquellos que son tus amigos

dentro de la presencia.

 

Aunque te quedes en casa,

mantén el mismo propósito:

conocer la presencia más íntima en el interior de las personas.

 

Sé un peregrino a la kaaba dentro de un ser humano

y La Meca aparecerá por sí sola ante tu vista.

 

Al leer esto, sentí una corazonada. Se terminaba el 2020, año pandémico de distanciamientos humanos tan radicales. Me preparaba para ir a una gira cultural y naturalista al Caribe costarricense con un grupo de personas de sensibilidad social y ambiental, en su mayoría desconocidas para mí. No sabía qué acontecería y, a pesar de los protocolos sanitarios, había un cierto nivel de riesgo. Pero era hora de reencontrarme con personas de carne, hueso y saliva y compartir la presencia. Presentí un peregrinaje. Pero no quise fijarlo de antemano.

 

Viajé abierto a las posibilidades y atento a la vivencia del encuentro. Y en los senderos boscosos y playas blancas del Parque Nacional Cahuita, en su vibrante comunidad aledaña, en los rompeolas de Punta Uva y en un rancho engarzado entre río y mar, me encontré con seres humanos de tal profundidad y amabilidad, que La Meca, con su santísima kaaba, apareció múltiples veces frente a mí, transformándome.

Ahora sé que podré viajar de nuevo hacia lugares y personas, ir por el Mundo sin idea fija, emprender peregrinajes poéticos.

Al hacerlo, me encontraré con un poeta admirado frente a una mezquita azul y verde en Afganistán, con un grupo de nuevos amigos en una playa caribeña acariciada por el Sol, con una Luna llena que emerge sobre Punta Cahuita y deja su estela sobre el mar, y con personas y territorios que no puedo predecir ni profetizar.

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