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Patria, la serie

     Recuerdo bien a aquella banda de matones vestidos de blanco, presumiendo de sus gorros de hongo del mismo color y de sus bastones mientras practican claqué en la barriga de su víctima. Hablo de los personajes que protagonizan La naranja mecánica, claro, y que se salen del libro del que surgieron por las imágenes impactantes con las que los arma el director. Podría hablar asimismo de esa otra genialidad que el mismo Stanley Kubrick realizó con el Lolita de Nabokov. También recuerdo que toda la filmografía de François Truffaut se basó en textos literarios, por no hablar de las adaptaciones realizadas en los últimos tiempos por Clint Eastwood, que en muchos casos mejoraban a las novelas en las que se inspiraban. Pero no es este el caso general. En realidad, pocas son las adaptaciones cinematográficas o televisivas de obras literarias que alcanzan las expectativas deseadas. La adaptación que HBO ha hecho de Patria, la novela de Fernando Aramburu no ha sido la excepción.

     La historia que se narra es la misma que la del libro, con cambios mínimos, principalmente de orden en los acontecimientos y de inclusión de tramas de intriga, como la pregunta de quién mató al Txato, que no figura, o no de esa manera, en el texto escrito. Se cuenta, por tanto, cómo el conflicto terrorista separa a dos familias en un pueblo en la periferia de Donostia a partir del asesinato del padre de familia de una de ellas: el Txato. Y la incorporación a la lucha armada del hijo mayor de la otra: Joxe Mari. Y años después, con el abandono de las armas por parte de ETA, cómo se reconforman las relaciones entre esas familias una vez la viuda, Bittori, regresa a su pueblo después de haberse refugiado por años en San Sebastián.

     Para contarlo, la producción televisiva de HBO se articula a través de una escena que vertebra la única temporada de esta serie. Es la escena del asesinato del Txato. Esta escena, con distintos matices y nuevas perspectivas, aparece hasta tres veces en la serie. Acompaña al espectador de manera que le da pistas de cómo sucedieron las cosas. La primera vez, en el capítulo inicial, nos encontramos de lleno con el drama del terrorismo. La víctima sale de su casa. Se escucha el estallido de los disparos. Se observa el correr de su esposa por las calles mojadas, y la soledad de las víctimas. Y empieza la serie. También contemplaremos esta escena en el último capítulo, y ahí descubrimos cómo sucedió el crimen. Entre medio, la escena se utiliza para crear interrogantes sobre el hecho, que agudizan la tensión narrativa.

     Cuando cambiamos el lenguaje en que se expresa una historia, hay elementos que salen beneficiados, mientras que otros pierden en el proceso narrativo. Esto también sucede en esta serie. A diferencia de lo que ocurre en la novela, mediante unas escenas terriblemente reveladoras por impactantes, gracias al formato televisivo, resalta el pasaje en donde se visualizan las torturas que solían recibir los presos de ETA. Los personajes, en cambio, que ya en algunos casos, como se escribió en la reseña del libro, estaban tomados con pinzas, aquí quedan mucho más simplificados. Con dos excepciones: la de Bittori, y la de Joxe Mari. Igual que en el libro, estos son los arquetipos que quedan más matizados, con sus luces y sus sombras. Para muchos de los otros no alcanza el metraje, aunque se hayan dedicado ocho capítulos. Especialmente plano queda Xabier, hijo mayor de la víctima, que en el libro toma actitudes difícilmente justificables y que aquí lo son aún menos por la falta de un sustrato explicativo. También se evapora entre los planos cinematográficos Ramuntxo, el novio de Gorka, el hermano menor de Joxe Mari. El carácter maniqueo de Miren, madre del terrorista y, en mucho mayor grado, de Don Serapio, el párroco del pueblo, en cambio, ya estaban presentes en la novela. No podemos en este caso culpar al medio. Sí podemos hacerlo por la atmósfera. La estructura y las estrategias narrativas que desarrolla Aramburu en el libro, trenzando un relato compuesto de saltos en el tiempo y escenas que hacen que el lector componga su historia en la mente de forma coral, aquí desaparecen. Y como resultado, el acoso a la víctima se presenta inverosímil. La cronología utilizada hace que parezca imposible que una persona sin una clara significación política, como es el Txato, pueda soportar la presión creciente del entorno abertxale. Cuando se encuentra a Joxe Mari cara a cara, resulta poco creíble que siga con sus rutinas cotidianas hasta su muerte, sino él, que queda retratado como un ingenuo, la mucho más desconfiada Bittori. No importa que la escena principal incremente la tensión hasta el final. El juego triple de la escena no subsana este error. A diferencia de la novela de Aramburu, en esta adaptación se les hace un flaco favor a las víctimas, y también a la resolución del conflicto. Por televisión, este relato no gana, más bien pierde, aunque la historia se cierre de la misma forma.

 

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