Resulta inevitable. Damos diez pasos hacia delante y luego, de repente, retrocedemos veinte. Es algo que no tiene lógica, pero sucede. Lo llaman ciclos históricos. En Estados Unidos con la elección de Donald Trump, votado por casi la mitad de la población que no tiene reparos en hacerse eco de su discurso ultraderechista, xenófobo y machista tras haber elegido a un presidente “progresista”, y en España manteniendo un gobierno que nos ha hecho retroceder casi treinta años en conquistas sociales y nos ha hundido aún más económicamente de lo que estábamos con esta crisis mundial. Pero la esperanza de mejorar no muere, o muere con uno mismo.
Voy a hablar de hipocresía moral. De algo que me toca. Y de redes sociales. Y de lo mojigatas, cuando no tremendamente estúpidas, que pueden llegar a ser. Voy a poner el foco en una de las más potentes. En Facebook. Y en sus códigos de conducta que me retrotraen exactamente a cuarenta años atrás, cuando España estaba inmersa en una dictadura que castraba la sed de sabiduría de sus ciudadanos, sus apetencias de disfrutar de la vida, en los términos más extensos, y prohibía la disidencia.
El franquismo español, régimen paternalista y fascista, entre otras cosas, ejercía una férrea censura cinematográfica y en otros ámbitos (había que cruzar la frontera para leer según qué libros; otros estaban incluidos en el índice de libros prohibidos, lo que estimulaba a leerlos), que tenía como consecuencia que llegaran pocas películas de fuera (sobre todo el veto se extendía a las perniciosas películas francesas que alardeaban de mitos sexuales como Brigitte Bardot, pero también a las películas norteamericanas, que llegaban censuradas, y con los argumentos, algunas veces, tergiversados, de tal forma que para ocultar un adulterio en la película Mogambo de John Ford se insinuaba un incesto, paradoja del censor que agravaba el pecado) y se cubrían escotes, piernas y demás partes procaces del cuerpo femenino, no del masculino (eran los tiempos del péplum en el que los actores de Hollywood se depilaban hasta las cejas y lucían espectaculares torsos aceitosos para deleite de los homosexuales y las mujeres: hasta allí tampoco llegaban los censores). Pues bien. Volvamos a la censura. No quiero imaginar lo que pasará en ese Estados Unidos gobernado por Trump, pero antes de que llegara ese constructor de muros metido a presidente de la nación más poderosa del mundo, el líder de las redes sociales ya llevaba tiempo censurando. Hay que tener un cuidado exquisito a la hora de mostrar un cuerpo femenino en esa red social, Facebook, que parece controlada por meapilas herederos de las esencias de los pioneros que se abrían camino por el Nuevo Mundo Biblia y wínchester en mano. Tienen, y en eso encuentro otros ejemplos más chocantes, incluso entre las mujeres llamadas progresistas de Estados Unidos que desfilaban con los pezones cubiertos en una manifestación nudista, pero no tanto, contra Donald Trump (o quizá evitaban ser detenidas porque cubrían castamente sus pezones), una especial fobia contra esa parte que puntea graciosamente el seno femenino y tan útil es para la lactancia: el pezón. Hablamos siempre de los femeninos, porque los masculinos pueden aparecer tranquilamente. La censura abarca a fotos artísticas (que a nadie se le ocurra colgar una fotografía de Helmut Newton, porque Facebook le bloquea); cuadros (pobre del que suba una deliciosa bañista de Renoir sin cubrir los pechos de sus rubias modelos con bikini o ponga uno de esos coloridos desnudos de Modigliani, porque esos analfabetos culturales no tienen ni idea de pintura); esculturas (Rodin vetado, entre otros muchos, y veríamos qué pasaría si colgáramos una Venus clásica con el torso descubierto).
Esa pezonfobia de la compañía que quiere convertirse en banco ha provocado un sentimiento de hilaridad y enfado en España que se ha saldado con una performance de un centenar de pezones de goma iluminados ante la sede de Facebook. Y, cómo si existiera una extraña vinculación, en Argentina, la actuación policial contra un grupo de mujeres que tomaban el sol desnudas en una playa, ha provocado el tetazo en Buenos Aires, una manifestación de mujeres que exhibían orgullosamente sus pechos.
Los tipos que han elaborado ese código de normas de Facebook, mccarthistas de nueva hornada, los mismos que retiraron la foto icónica de la niña que corría por una carretera de Vietnam abrasada por el napalm por incitación a la pedofilia (hay que ser retorcido, Mark Zuckerberg y acólitos, o inmensamente ignorante) se avergüenzan, al parecer, del cuerpo humano, lo ocultan como si fuera algo pecaminoso o diabólico. Sufrí personalmente su férrea censura cuando me borraron el video promocional de una de mis novelas y me bloquearon durante unos cuantos días la cuenta, y tengo una amiga a la que le han hecho la pascua en la red porque colabora en una revista digital que se llama Sexológicos y le han obligado, si quiere seguir manteniéndose en Facebook, a cambiar el nombre por Sensológicos. Para estos tipos, que deben de pasarse el día pecando con el pensamiento, todo aquello que suene a sexo es malo, olvidando de que si están en este mundo es precisamente debido a un acto sexual (sus padres sabrán si fue o no placentero) en el que seguramente su padre debió excitarse contemplando los pechos, con pezones, de su madre.
Lo malo es que esa oleada de falso pudor, que ya lleva años reinando en Estados Unidos, se extienda, como todo lo que sale del imperio, al resto del mundo, y mucho me temo que llegue aquí, que se prohíba a hombres o mujeres bañarse desnudos cuando les apetezca, que vuelvan las tijeras censoriles a las películas amputando senos, traseros y sexos, que oigamos esos molestos pitidos en la televisión cuando alguien produzca una palabra “malsonante”, y que compremos partidas de pezoneras a alguna boyante empresa norteamericana. Lo dicho, vamos hacia atrás, y no sólo en política, eligiendo a lo peor de lo peor que hay en cada casa (veremos qué eligen en Francia, el país vecino a España) sino en costumbres, revirtiendo todo aquello que se consiguió a través del Mayo 68 de París y en los campus de Berkeley de Estados Unidos.
Mucho me temo que ya no estaré a tiempo de ver la reacción a esta ola de puritanismo y conservadurismo que nos invade, el avance de esos cincuenta pasos que habrá de dar la humanidad para progresar.