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Ochentoso

     Este mes de junio se cumplieron cuatro décadas desde que me gradué de secundaria. 1983. Cuarenta años. Cifra que, como todo el concepto del tiempo, me cuesta trabajo procesar. ¿Adónde se fueron esos 14.600 días, más o menos? ¿350.400 horas? Los científicos hablan de entropía, o de cómo el tiempo es una flecha que, según avanza, conduce al desorden, al desgaste, a la decadencia y a la desaparición.

     Sabiamente esto resumió la escritora chilena Isabel Allende en 2020 al ser entrevistada en vivo por LN+, el canal del diario argentino La Nación: «Uno viene al mundo a perderlo todo. Mientras más uno vive, más pierde».  A eso agregó: «Hay que relajarse un poco, tratar de gozar lo que tenemos y vivir en el presente». Esa última parte es la que presenta desafíos, dado que el presente luce bastante desesperanzador. Y ni hablar del futuro.

     No pretendo vivir en una burbuja de melancolías pasadas o flotar en una nube de nostalgia agridulce, pero cuando me remonto a la década de los 80, es mucho más lo positivo que rescato que lo que veo hoy a mi alrededor.

     Para nada obvio los aspectos desagradables de aquellos tiempos: epidemias de crack, cocaína y sida, reyertas entre pandilleros en las grandes ciudades estadounidenses, la Guerra Fría latente, las hambrunas en África, el monumental crecimiento de la codicia corporativa, el asesinato de John Lennon, la explosión del transbordador Challenger, las guerras civiles en Centroamérica, las voladuras de aviones de pasajeros, las locuras de Muammar Gaddafi…

     A pesar de todo eso, me atrevo a aventurar que muchos de los que vivieron esa época no son inmunes a sentir saudade por los 80 de vez en cuando.

     Razones me sobran, entonces, para pensar qué rejuvenecedor (en todo sentido) sería montarme en un auto DeLorean, como el del filme Back to the Future (1985) y volver a esos años en los que…

  • Estábamos a tiempo de evitar el desastre climático de hoy día.
  • No habíamos entrado en la sexta extinción de las especies.
  • Caían las dictaduras.
  • El equipo de hockey de los EE. UU. (conformado por estudiantes), les ganaba a los veteranos de la Unión Soviética en las Olimpiadas de invierno de 1980.
  • Triunfaban la perestroika y el
  • Se derribaban el Muro de Berlín y la Cortina de Hierro (1989).
  • Brillaban las estrellas en Hollywood.
  • Las celebraciones de premios (Oscar, Emmy, Tony, etc.) eran entretenidas.
  • Los efectos especiales de cine no eran generados por computadora (CGI).
  • Valía la pena ir al teatro para ver en la pantalla grande Risky Business (1983), The Breakfast Club (1985), o Moonstruck (1987).
  • Las películas de horror contaban historias originales: The Shining (1980), A Nightmare on Elm Street (1984), Hellraiser (1987).
  • Brian de Palma era el nuevo Hitchcock: Dressed to Kill (1980), Blow Out (1981) y Body Double (1984).
  • Esperábamos con ansias los vídeos musicales de MTV.
  • Comprábamos discos de vinilo y casetes tras pasar horas en una tienda de música.
  • Éramos punk.
  • Éramos goth.
  • Éramos new wave.
  • Éramos los new romantics.
  • The Cure era nuestra cura.
  • Teníamos a David Bowie, Tina Turner y Roy Orbison.
  • Madonna todavía se parecía a Madonna.
  • El hip hop era la poesía de los barrios.
  • El paso “moonwalk” de Michael Jackson nos embelesaba.
  • Frankie Goes to Hollywood nos decía que debíamos “Relax”.
  • Nos enamoramos del color violeta gracias a Prince.
  • Nos enamorábamos de manera romántica, sin las dating apps.
  • Abrazamos la invasión británica de Culture Club, Eurythmics y Pet Shop Boys.
  • Queríamos irnos a “Rio” con Duran Duran.
  • El rock argentino primaba en Latinoamérica.
  • Bailábamos salsa y merengue.
  • A nadie en el club le importaba si eras hetero, gay, lesbiana, o lo que fuese.
  • Jugábamos con el Rubik’s Cube (1980).
  • Carecíamos de teléfonos celulares.
  • No estábamos tan polarizados.
  • No nos ofendíamos por todo.
  • A pesar de las hombreras, la ropa era cool y con estilo único.
  • Mientras más elevados los peinados, mejor.
  • Las series Dallas y Dynasty eran expresión sublime del camp en la TV.
  • Leíamos más libros (57 porciento de la población estadounidense).
  • Vivían Cortázar, García Márquez, Morrison y Vonnegut.
  • Nos suscribíamos a periódicos y revistas.
  • Nos llamábamos por teléfono.
  • Nos reuníamos en casa.
  • No existían las redes sociales.
  • No pregonábamos a los cuatro vientos y a todo momento, qué hacíamos, cómo nos sentíamos, con quién estábamos y hacia dónde íbamos.
  • No conocíamos la droga de las fotos
  • Yo estudiaba en Nueva York.
  • Podía maravillarme ante las Torres Gemelas.
  • Vivía enamorado.
  • No se me habían muerto tantos seres queridos.
  • No había enterrado varias mascotas.
  • No acumulaba despedidas.
  • No se habían desparramado mis amigos.
  • Mis padres estaban jóvenes.
  • Mi hermano surfeaba.
  • Yo no era un viejo, como me dice la sociedad que soy.
  • Tenía tiempo de sobra para mirar hacia adelante y hacer más que lo que me queda ahora. No había entrado, como dicen los alemanes, en mi propio
  • En 1983, estaba muy lejos de 2023.

 

 

 

 

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