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Nochebuena

a Pedro Medina León, Gastón Virkel, Camilo Pino y Hernán Vera Álvarez

En la esquina del hotel Deauville, en la Collins Avenue, hay una farmacia que abre las veinticuatro horas. Las letras grises brillan con la brisa cálida y las palmeras de la playa refulgen estridentes con las luces violetas de la pileta.

Busco un paquete de pan y un estuche de queso amarillo pálido, envuelto en papel celofán. Luego voy a la caja. Una mujer rubia, altanera, le consulta en inglés algo que no entiendo a la dependienta. Es la Nochebuena. En la avenida apenas pasan unos pocos autos desolados. La dependienta, cansada, le contesta en un inglés impecable. La mujer de la consulta termina su trámite y sale apurada. Para pagar hay en la cola otra mujer, morocha, caderona, amable. La dependienta le pregunta, quizás por intuición, ¿Puerto Rico? La Morocha dice que sí. Abona con el cambio justo.

Cuando llega mi turno, me mira. Le hablo en castellano. Ella me cuenta que es un día terrible. Hoy salió a comprar a la mañana, antes de su turno. Buscaba un regalo de navidad para sus hijos. Era un desastre, dice. El local tenía todas las cosas tiradas. La gente se abusa en esa época. Yo lo vivo desde adentro, dice, y se seca la transpiración con el dorso de la mano. Por un regalo, la gente se pone como loca. Busca y tira todo. No respeta nada.

Yo sólo respiro profundo y siento que en su voz se cuela el dolor de la extranjería.

Son casi las diez de la noche y la cajera tendrá su turno toda la noche.

Sus hijos están solos en la casa, sin su madre. Tienen el regalo en sus manos y miran las luces difusas del árbol de navidad. Las luces se encienden y se apagan sin un por qué.

Me fui a una tienda lejana porque ellos conocen los regalos de aquí, dice. Claro, respondo.

La mujer se pasa la mano por la nariz.

¿Qué sentido tiene todo el desorden?, digo. Una rara pesadumbre roza su cara. Ella tiene la mirada de sus hijos frente al árbol de navidad.

Salgo de la farmacia. Me interno en la playa. Las estrellas titilan como aves tranquilas subidas al cielo. El agua negra choca frenética por el viento fuerte. Pienso en la larga noche que pasará la dependienta montada en una silla, en la soledad que envuelve como una ola muda el rostro de los niños.

 

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