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Mezo Bigarrena, otro hijo de la tempestad

A veces, cuando estoy cansado y camino por la noche, pienso en Mezo Bigarrena. Pienso en su música, que es una extraña simbiosis de rock, bossa nova y espíritu español profundo, y en el destino de aventura que eligió lejos de su tierra.

Cuando llegó a Buenos Aires a mediados de la década del 80, había dejado atrás una estancia de años en multitud de países de Sudamérica: Brasil, donde tocó y se hizo amigo de Milton Nascimento y Chico Buarque –grabó en el disco “Chico Buarque en español”, de 1982–; Cuba, para operarse la mano izquierda que casi pierde por un viaje accidentado por el Amazonas; Bolivia, donde coqueteó con la guerrilla; Venezuela, donde a falta de otros oficios que Mezo desempeñó para vivir, ejerció el periodismo  –Tomás Eloy Martínez le dio la oportunidad de hacerlo en el diario El Nacional, de Caracas–.

Mezo Bigarrena (foto)

De su natal Algorta, en el País Vasco, se había marchado a los 18 años. Con ojos llenos de hambre se inmiscuyó por las noches de París, Estocolmo y Londres. A muy pocas cosas Mezo dijo que no.  De cada ciudad se llevaba el idioma, historias y cierto aire cosmopolita que se refleja en su música.  En el subte de Londres conoció a otro español tan joven como él y que escribía poemas que iba llenando de personajes marginales. Mezo no era un personaje, pero sí un marginal, así que a veces ironizaba respecto a los esfuerzos de aquel otro español por querer ser lo que nunca sería.

“¡Yo le robo las mujeres y él me roba los versos!”, dijo años después cuando el muchacho comenzó a vender muchos discos. Pero en ese entonces, lo que le llamaba la atención y en el fondo admiraba  Mezo era que ese joven siempre arrastraba una maleta llena de libros. Sólo cuando necesitaba una guitarra la pedía prestada por ahí. Dicen que se peleó con Joaquín Sabina por mujeres, pero es sólo un rumor. Más allá del motivo, cuando Sabina se enteró de la muerte de Mezo, en medio de una entrevista que en ese momento le estaba haciendo un periodista en Buenos Aires, tuvo que suspenderla para la mañana siguiente. Al otro día le mostró la canción que había escrito durante esa noche, Flores en la tumba de un vasquito.

 

***

Excepto las de la imaginación
había perdido todas las batallas.
Un domingo sin fútbol nos contó,
vencido, que tiraba la toalla
y nadie lo creyó.
 
Pero, esta vez, no iba de farol;
al día siguiente se afanó una cuerda
y, en lugar de rezar una oración,
mandó al mundo a la mierda
y de un “palo borracho”  se colgó.
 
Debía luca y media de alquiler,
dejó en herencia un verso de Neruda,
un tazón con pestañas de papel
flotando en el café
y una guitarra tísica y viuda.
 
Lo poco que tenía lo invirtió
en un hueso de lujo para el perro
y en pagar al contado la mejor
corona que encontró…
para que hubiera flores en su entierro.
 
Veinte años atrás lo conocí
en Londres, conspirando contra Franco.
Era el rey del aceite de hachís
y le excitaba más robar un banco
que el mayo de París.
 
Por Florida lo vi la última vez,
con su traje anacrónico y marchito,
estudiando  el menú de un cabaret,
“¡hay comida, mi plato favorito!”
gritó para joder.
 
Debía luca y media de alquiler,
una lágrima de Líli Marlen
flotando en el café
y una guitarra tísica  y viuda.
 
Lo poco que tenía lo invirtió
en un hueso de lujo para el perro
y en pagar al contado la mejor
corona que encontró…
para que hubiera flores en su entierro.
 
Parece que fue ayer cuando se fue
al barrio que hay detrás de las estrellas,
la muerte, que es celosa y es mujer,
se encaprichó con él
y lo llevó a dormir siempre con ella.

***

Mezo Bigarrena llevaba una cicatriz que le atravesaba parte del lado izquierdo de su cara. Solo a los amigos les había confesado que era el saldo de un accidente doméstico cuando era un niño. Sí le gustaba, en cambio,  comentar sus estadías en las cárceles de Inglaterra por traficar con algunas sustancias. Decía que se había escapado, aunque en verdad estaba bajo libertad condicionada. Un día se cansó de tener que explicarle a la policía cada mudanza y se marchó de Europa.

Cuando llegó a Buenos Aires, Mezo tenía 35 años y no había grabado ningún disco con sus canciones. A la Argentina cayó por una joven de la que se enamoró en una playa brasilera, pero el clima festivo/cultural que vivía el país –luego del corsé de la dictadura militar– también lo sedujo al instante. En Buenos Aires conoció a Luca Prodan, otro europeo en el exilio, y músicos como Miguel Abuelo, Rodolfo García –baterista de Almendra–, Horacio Fontova, Adrián Abonizio, el Indio Solari y Skay Beilinson de Los Redondidos de Ricota.

Mezo era un tipo que se había hecho solo. Nunca nadie le había dado nada –tal vez le habían querido robar algo– y no había tenido que mostrar una sonrisa para conseguir la aceptación como una dádiva en el supermercado cultural. Mezo no era un tipo hipócrita en un mundo colmado de ellos. Tenía talento, y a veces alcanza para un contrato discográfico.

mezo b Viaje de Ida

En 1987 firmó con la EMI Odeón y grabó «Viaje de Vida». En el disco colaboran Osvaldo y Hugo Fatorusso, Rubén Rada, Pedro Conde, Juan Carlos Baglietto, Beto Satragni y José Luis Sartén Asaresi. Los temas capturan esencialmente un momento inspirado en la vida de Mezo, un momento que se ha convertido en perpetuo ya que es su legado más perfecto.  Allí están Himno de regreso a Jauja, Yuppies, El rock de siempre y especialmente los clásicos En este barrio – luego  versionado por cantautores como el argentino Juan Carlos Baglietto y el cubano Santiago Feliú –y La rosa fantasma, en palabras de Rodolfo García, el mejor tema de rock en español que habla del SIDA.

***

 

 Un fantasma de rosa, recorre el mundo
una rosa fantasma clavando espinas
que escondida en esquinas
y en almohadones
mete miedo entre piernas
y en algodones.
 
Es el rastro borrado
de un puñal mudo
es la risa cobarde que alegra hienas
puritanas y frígidas sin corazones
que hielan los tajos
y los cojones.
 
Quien fue el que te parió
asesino de probeta
que con cara de profeta
y predicando redención
quieres venderme la muerte
o el condón.
 
Como es que se te ocurrió
amargarme así la vida
con este invento del sida
y tu falsa información
que me trata de cretino
o maricón.
 
Pienso que eres misterio de laboratorio
perro de bata blanca
que odias todo
y no dejas que nadie disfrute a su modo
sin que sea un rito mortuorio
Quieres hacer del mundo un santuario
un lugar de espejismos limpio de todo
donde el amor te lo sirvan empaquetado
envuelto en la tela de un sudario.

 ***

A la incorrección para moverse en el circuito cultural había que agregar otra cualidad de Mezo: detestar todo intento de promoción de su obra. Lidiar con periodistas, ir a programas de televisión, las elementales concesiones para mostrar su disco lo ponían en una situación incómoda. A Mezo le importaba el aplauso, la aceptación de sus canciones, pero creía que si eran buenas, todo lo demás era perder el tiempo.

Por problemas internos en la discográfica, además, la publicación del álbum se pospuso.  Cuando salió por fin, en 1990, la Argentina atravesaba un momento económico paupérrimo, con una inflación galopante y la gente no tenía precisamente ganas de comprar música. “Viaje de vida” es buen disco que se editó en un mal momento. Recuerdo haber leído una reseña  en la revista Pelo, en esos días el medio gráfico más importante para el rock local. Muchas veces su influencia fue nefasta. El  periodista le objetaba a Bigarrena lo ecléctico de su estilo, no entendía que alguien proveniente del rock pudiera tocar bossa nova y folclore. Con los años Mano Negra y principalmente Manu Chao le enseñarían a buena parte del periodismo argentino que el mestizaje era posible. Al provenir de Francia, por supuesto, se aceptó sin objeciones.

El golpe sonó fuerte. La última temporada de Mezo en la tierra es la crónica de un derrumbe.  En ese viaje pocos pero fieles amigos le extendieron una mano, que era un abrazo en la intemperie.  “Avión”, su segundo disco – el productor decidió no poner el dinero acordado–, que salió en 1993, unos meses después de la muerte del músico, es una complicidad de ese descenso existencial. Mezo iba al estudio de grabación sin dormir, a veces sólo despierto en ginebra, más rabioso que nunca. En el vaivén artístico hay inclusive grandes canciones como Hijos de la tempestad.

 

***

 

Muestro mis dientes de negro en el Bronx,

como basura de un tacho en Perú.
no tengo nombre ni hogar.
 
Muero de sida en cualquier hospital,
muero de amor en alguna ciudad.
No tengo nombre ni hogar.
 
Madre de los condenados,
lunita en el callejón.
Mientras otros visten santos,
yo me desnudo antes vos.
 
Yo soy los hijos de la tempestad,
gente con la que no te has de juntar.
No tengo nombre ni hogar.
 
Soy el infierno que inventaste vos,
cielo que se hunde en un electroshock.
No tengo nombre ni hogar.
 
Madre de los condenados,
lunita en el callejón.
Mientras otros visten santos,
yo me desnudo antes vos.
 
Estuve crucificado en París,
huyo de la gran hoguera en Brasil.
No tengo nombre ni hogar.
 
Mi historia no tiene inicio ni fin,
soy los mendigos del año dos mil.
No tengo nombre ni hogar.
 
Madre de los condenados,
lunita en el callejón.
Mientras otros visten santos,
yo me desnudo ante vos.
 
Madre de los condenados,
lunita en el callejón.
Mientras otros visten santos,
yo me desnudo ante vos.
 
Yo me desnudo, yo me desnudo,
ante vos.

 

***

“El día del loco nací y el día del loco voy a morir”. Como si fuera una buena canción, Mezo Bigarrena solía repetirla a quién quisiera oírla, y entender, si hiciera falta.  Su última morada fue un galpón atrás de la casa de una familia amiga en las afueras de Buenos Aires. Llevó algo de ropa, unos libros, casettes y una soga acerca de la que sus amigos, más de vez, le hicieron alguna broma macabra.  Pasaba días tirado en la cama sin hablar con nadie. En un momento tuvo fuerzas, esas fuerzas  que había acumulado con desesperación durante tanto tiempo. Así salió a la calle con su bolsito y tomó un colectivo. En el trayecto hasta los bosques de Palermo,  vaya a saber en qué pensó, qué fragmento de su vida, como alguna vez hizo, quiso retener.

El cuerpo de Mezo Bigarrena apareció colgado de una árbol la madrugada del 22 de enero de 1993.  Había partido a los 18 años de su pueblo y nunca más volvió.  A los pocos días, en la mesa de noticias del diario Página 12, de Buenos Aires, un periodista recibió una llamada. Por el sonido, inconfundible para la época, era larga distancia. Del otro lado del teléfono una mujer alcanzó a preguntar: “¿Qué hicieron con mi hijo?”

 

***

 

Hablaban siempre de dinero,
y planeaban asaltar un banco,
pero al llegar otro febrero
soñaban con fugarse en un barco,
y año tras año se iban yendo así
creyendo que la vida era un velero,
sueño tras sueño quedaban allí,
crucificados en un sumidero.
 
Uno se hizo maricón,
otro se hizo marino mercante,
aquel cree en la revolución,
mientras su hermano es un traficante,
de calle en calle los muchachos van,
buscando hembras para el levante,
lunes tras lunes se repite igual,
a esta vida ya no hay quien la aguante.
 
Dicen que quieren rock and roll,
y algunos hasta se fuman un porro,
hay quien sueña con Washington,
y hay quien anda con la cara de perro,
en este barrio también esta el que
se caga en todo y hasta en Nueva York,
no adora el dólar y claro lo ve
que este Norte no es la solución.
 
Hablaban siempre de dinero
y planeaban asaltar un banco
y al llegar otro febrero
soñaban con fugarse en un barco.
 
Quien se quedó critica al que se fue
y todo el mundo sabe lo que pasa,
no sé si yo me quedo o si me iré
ya me canse de mi barrio y mi casa.

 

 

 

 

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