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Literatura, libros, lectura

     Es cierto que no toda la literatura está en los libros, ni todos los libros son de literatura, ni todo lo que se lee es literatura, ni todo se lee en libros. Sin embargo, son tres palabras que, más allá de provenir de diferentes raíces, describen un proceso y una red. Un proceso que no se ha detenido durante de miles años. Una red de hilos muy finos, donde la tensión depende de su contacto continuo.

     Las palabras son el eje. El puente por el que se extiende este ciclo de vida que culmina, en el mejor de los casos, en una emoción o en una idea, es decir, en una transformación.

     Otro lazo que une estos tres conceptos es que detrás de ellos hay unas manos, unos ojos. En definitiva, un ingenio. Es imposible pensar en literatura, libros y lectura como algo ajeno al ser humano. Y, por lo tanto, son perfectibles.

     La literatura, cimentada en su larga tradición, es quizá la última de las Bellas Artes que no ha logrado desprenderse de esa aura de solemnidad que suele ser la primera barrera ante los nuevos lectores, a pesar de algunos intentos por convertirla en algo más cercano, más familiar, más cotidiano.

     En gran medida, esta solemnidad está alimentada por los mismos escritores, quienes, como en un club exclusivo, se retroalimentan unos a otros a través de obras que complacen a unos y a otros, y entre tanta buena crítica y algún amiguismo, la gran masa lectora se retira poco a poco, al sentirse aislada por las palabras grandilocuentes y las largas disertaciones (no tanto en los libros, sino en sus diálogos públicos).

     La lectura, por supuesto, debería ayudar a ampliar el vocabulario, los horizontes, a alcanzar cotas más altas de pensamiento. Pero para muchos la lectura es un momento de calma, de diversión o descanso. En definitiva: no todos los lectores leen con la misma mirada de los escritores, que viven con pasión la literatura, pero es imposible que todos la compartan.

     A quienes viven de los libros, que los lectores se alejen les preocupa, y más en unos tiempos en que la competencia por el tiempo de ocio es más encarnizada que nunca. Sin embargo, a pesar de su vasta precariedad y sus escasos recursos, las editoriales y los libreros (los distribuidores van por otro camino) parece que no han dado con la tecla. Quizá porque lo urgente le ha ganado la batalla a lo importante y aún no tienen claro si su objetivo fundamental es vender libros o que las personas lean. Por ello, antes que nada, se lanzan a la cacería de títulos que logren venderse de manera masiva. El libro convertido en producto, en mercancía. Pero parece que olvidan la máxima de cualquier negocio: para vender algo hay que tener clientes. Pero ¿cómo conseguirlos?

     En la actualidad existen innumerables canales de comunicación, sobre todo digitales, para promover sus obras, desde posts en las redes sociales hasta sofisticados podcasts o la amplificación de los libros hasta llevarlos a otros formatos, como los audiolibros. No obstante, a pesar de utilizar los medios más modernos sigue existiendo un cierto encorsetamiento (con contadas excepciones) o tal vez una incapacidad para llevar la literatura y los libros a un plano más sencillo, más cercano.

     Alguna vez se ha dicho de otras artes, con algo de desprecio, que se han convertido en algo muy pop. Sin embargo, en siglos pasados las tertulias, los recitales y otro tipo de formas para compartir la literatura eran momentos de esparcimiento y diversión, incluso de simple socialización. Pero la literatura no perdía tensión ni mucho menos el respeto.

     Los lectores son la chispa que permiten que libros cobren vida y aquellos que se dedican a su creación, desde los autores hasta los libreros, puedan tener una. Todo depende de una sola cosa: convertir la lectura, e incluso la escritura, en un hábito tan divertido como escuchar una canción o ver una película.

     Literatura, libros, lectura. Conceptos que abarcan un universo que a veces se ve limitado por ciertas posturas que quizá sería necesario rebajar, aunque algunos egos sean heridos o ciertos clubes sean abiertos. Este es el reto para que esta gran red no pierda la tensión de sus hilos, para que continúen unidos.

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