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Libros not dead

Toda acción provoca una reacción. Hace poco más de un lustro los profetas culturales auguraron el final de los libros de papel, la desaparición de las librerías y la transformación de las bibliotecas públicas. El universo lector estaría ligado a las pantallas, tanto para adquirir como para consumir literatura.

Pasada la fiebre, aquellas promesas se han diluido. Cada día se siguen imprimiendo libros, nacen nuevas editoriales de papel, las librerías siguen en su sitio y los lectores continúan recorriéndolas. Tal vez las bibliotecas sean las que han sufrido una mayor transformación, ampliando sus servicios y la forma de gestionarlos. Sin embargo, los libros siguen siendo su principal oferta y el mayor reclamo de los usuarios.

Poco se ha escrito sobre los motivos de esta resistencia, y quizá se deba en gran medida a que casi a diario se publican historias sobre la misma. Es un fenómeno en auge que no ha dado tiempo de estudiar. Pero sin lugar a dudas el mundo virtual y las redes sociales han tenido un papel (nunca mejor dicho) fundamental para que los libros sigan en pie e incluso hayan recuperado un prestigio que parecía perdido a finales de la década anterior.

Cada semana aparecen en los medios de comunicación o en los blogs especializados la historia de tal o cual librería que resiste los embates del tiempo o la aparición de una pequeñísima editorial gestionada por valientes dispuestos a plantar cara a las grandes multinacionales o el proyecto de alguna biblioteca pública que utiliza recursos novedosos para promover la lectura. Y son las redes sociales las que logran llevar esa información de forma exponencial. Los recursos tecnológicos y virtuales al servicio de la resistencia analógica.

Pareciera que estas noticias provocan un efecto contagio que se multiplica, por lo menos en el mundo occidental, y que anima a otros a arriesgarse, a seguir apostando por un artilugio con siglos sobre sus hombros pero que parece más vivo que nunca y que se abre camino de pantalla en pantalla: las librerías hacen promoción en las redes sociales, las bibliotecas convocan al público a través de newsletters, los booktubers muestran los libros reseñados e invitan a buscarlos, a adquirirlos, a leerlos.

Esta paradoja será motivo de amplios estudios en el futuro. Un futuro que se vislumbra atractivo por incierto. Todo parecía dicho hace tan sólo unos años: el fin del papel era inevitable. Pero ahora todo sigue en el aire: las pantallas atacan, el papel resiste con su presencia en las mismas. Mientras tanto, los lectores amplían sus horizontes, sus opciones. Sólo ellos, con sus decisiones, decidirán el destino de los libros y la lectura.

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