El día que recibí la tercera carta, sentí la curiosidad de saber quién era aquel que decía ser mi doble. Esa mañana fui al periódico como de costumbre y escribí un artículo sobre ello en la columna de cada semana. La noticia tuvo acogida y muchos amigos, como una avalancha, me pedían que fuera a buscar a aquel tipo y contara el desenlace de la historia que yo no quería emprender.
Esa semana fue intensa. Recibí un correo electrónico de un tal FB que insistía en conocerme. Yo no le creí. Un día después recibí una llamada. Una voz ronca abrió el diálogo al otro lado.
– Soy Francois Brunelle, te llamo desde Canadá, pero llegaré en un par de días a Perú. Tengo la dirección exacta de tu doble. Necesito tomarte unas fotografías, te voy a pagar por eso, no te preocupes. Esto va a dar la vuelta al mundo.
Colgué al instante. Me pareció absurdo. Dos días después encontré un mensaje de voz en el teléfono. Era Brunelle. Me pedía encontrarnos. Esa tarde decidí escribir sobre él en mi columna, con nombre y apellido esta vez, como quien deja constancia si es que sabe que algo malo le va a pasar.
Fui a la cita. Brunelle era un tipo oscuro, extraño, de mirada perdida. Venía de Toronto. Hablaba con dificultad el español. Aseguraba tener en mente un proyecto fotográfico que titularía Je ne suis pas un sosie! Decía haber viajado por Estados Unidos y Europa durante diez años. Al comienzo no le creí nada, parecía un charlatán, pero accedí al recibir la fotografía de un tal Roberto Signori. El parecido conmigo era increíble: solo un poco menos de cabello y unas cejas más pobladas. Su mirada tenía la misma satisfacción que yo había perdido años atrás, cuando me quedé solo.
Decidí ir a buscar a mi doble cuando investigué a Brunelle y comprobé que efectivamente se dedicaba a la fotografía y había encontrado mucha gente idéntica en el mundo. Le habían hecho muchos reportajes y hasta tenía una página web con una infinidad de seguidores. Escribí la publicidad en el diario, le hice una crónica y a los pocos días fui a casa del otro yo.
– Buenos días, busco a Roberto Signori.
– Soy yo – me respondió cortante.
– ¿Usted?
– Seguro usted debe ser amigo de Brunelle – me gritó aterrrado.
Me quedé mudo. El hombre me miró con sorpresa, me inspeccionó y cerró la puerta de golpe. Nunca le encontré ningún parecido conmigo.
Intenté comunicarme por todos los medios posibles, pero nunca más supe de él. Le envié varias cartas donde le pregunté sobre su vida, sobre lo que hacía y de qué manera había conocido a Brunelle. Nunca recibí respuesta: el tipo desapareció del mundo.
Hoy, hace unas horas, recibí una llamada suya. El número era el mismo que escupió mis esperanzas años atrás.
Francois Brunelle había creado toda la historia para acrecentar su popularidad, para tomar sus fotografías, hacerse más famoso y más rico de lo que ya era. Había contactado a muchas personas alrededor del mundo para inventar la misma historia que yo creí leer en un escritor argentino. A Brunelle solo le importó que el mundo lo conociera, que aquellas fotografías retocadas se creyeran reales y así cobrara una fortuna por venderlas.
Ahora, después de escuchar a aquel hombre contarme sobre la muerte de Brunelle, ya no me interesa aquel impostor. Sin embargo, aún me queda la duda de saber cómo pudo haberlo asesinado, en su propio estudio fotográfico, un tipo tan idéntico a él.
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- D. Este cuento fue inspirado, modo personal, en la impresionante cantidad y calidad de fotografías que encontré de Francois Brunelle. Investigué sobre él y todavía me parece inverosímil el trabajo que hace. Después de todo, creo que puede ser cierta la teoría de que todos tenemos un doble, impostor o no, en alguna parte del mundo.
Más información en http://www.francoisbrunelle.com/