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La voz que conduce las biografías de Fernando Vallejo

La historia de vida, según Pierre Bourdieu, en su ya clásico artículo “La ilusión biográfica”, es una de esas nociones del sentido común que “presupone al menos, lo que no es poco, que la vida es una historia y que una vida es inseparablemente el conjunto de acontecimientos de una existencia individual concebida como una historia y el relato de esa historia”,  la cual se elabora en orden cronológico, desde un comienzo, un origen; desde un punto de partida; desde un inicio hasta su término que es también un fin, una realización.

Pues bien, nada más opuesto puede haber en las biografías Barba Jacob el mensajero y en Almas en pena chapolas negras (la primera, la del poeta colombiano vanguardista Porfirio Barba Jacob y la segunda del también poeta colombiano y figura insignia del modernismo latinoamericano José Asunción Silva) escritas por Fernando Vallejo.

En ambas la estructura narrativa se aleja de esta noción; no hay una intención de dar cuenta de la totalidad de una vida, y las omisiones de capítulos, notas, pies de páginas, epílogos y epígrafes refuerzan este propósito.

Ahora bien, en la estructura formal de ambas destaca la simulación de una conversación, de un diálogo, en el que una voz (la del biógrafo-narrador) sostiene el relato; una simulación de oralidad con la que este biógrafo escribe negándose con sus gritos y diatribas a la estructura lineal y organizada de la escritura de una biografía.

Otro refuerzo a esa negación de dar cuenta de la vida de los biografiados es la decisión de un narrador en primera persona, quien simultáneamente relata sucesos de su propia vida y de su intimidad, mezclando sus experiencias con la de ellos, expresando sus propios gustos y odios, pero sobre todo deambulando por un umbral entre la ficción de su propia vida y el relato de esa vida que se pretende contar con un orden cronológico y temático.

Como sucede en toda la narrativa de Fernando Vallejo, la ambigüedad, el desorden, la ironía, y su característica diatriba, toman cuenta de ambos textos, que se reconocen como biografías por la búsqueda de verdad sobre los personajes que trasmite ese biógrafo-narrador peculiar. Pero fuera de esto, se encuentra el lector con un texto híbrido donde hay memorias, y un relato autobiográfico, de corte ficcional, conducido por una voz similar a la de El río del tiempoLa virgen de los sicarios y/o de El desbarrancadero. Quienes ya hayan leído algunas de estas obras no dejarán de “oír” en estas biografías una voz similar; esa que se caracteriza por su carga iracunda, digresiva e irónica.

Una voz que, no obstante, necesitó de tiempo y dedicación para que se pudiera oír y escuchar como se “oye” y es “escuchada” en estas biografías, como sucede al leer, por ejemplo Barba Jacob el mensajero. Tiempo porque este libro, que fue su primer libro literario, si bien ya había escrito en el 83 Logoi. Una gramática del lenguaje literario (un tratado sobre las diferentes formas y figuras del lenguaje escrito, que palabras más palabras menos, según el mismo Vallejo lo escribió para aprender a escribir) fue en primera instancia, una biografía más bien encuadrada en los moldes clásicos del género biográfico; escrita en tercera persona y que se limitaba a develar la vida del poeta colombiano. Sin embargo, ya en esta versión se percibe lo que Cesar Mackenzie en su artículo “Ceremonias del exhumador: lectura descriptiva de El mensajero y Chapolas negras” llama de “feroz embrión de la voz posterior de Vallejo”; fuerza primigenia que se identifica en trechos como el siguiente:  “Buenaventura es una ciudad de negros, de casas lacustres levantadas sobre las sucias aguas del Pacifico…” . O en este otro donde ya se expresa la diatriba identificable en obras posteriores de Vallejo contra Colombia y lo que pertenece a ella: “Bogotá en 1927 tenía doscientos veinte mil habitantes y era una ciudad de ladrones. Hoy tiene cinco millones, camino de seis, y es una ciudad de ladrones. Los pueblos como las personas difícilmente cambian…”

Son trechos como estos y también una intromisión, cerca al final de la biografía, en la cual Fernando Vallejo biógrafo- narrador introduce una voz en primera persona para expresar la relevancia del yo que escribe como si hablara, las primeras muestras de la identidad de esa voz altisonante de este autor, que es uno de los escritores contemporáneos de lengua española más estudiados en la actualidad.  Desde entonces la identidad de esta voz toma protagonismo en las obras de Vallejo, como queda evidenciado en Los días azules(1985), su primera novela, la cual es, a su vez, el primer volumen de la pentalogía autoficcional El río del tiempo.

Sin embargo y si bien esta voz desde entonces iba a ser la conductora de sus novelas, el autor, fiel a sus obsesiones,  regresa a Barba Jacob el mensajero, un libro que por más que expresara por momentos la oralidad y la personalidad del posterior yo vallejiano, era más bien, como se ha dicho, un libro encuadrado en las formas clásicas. Por esto, en el 91, Vallejo, a partir de un narrador en primera persona, da rienda suelta a una fluidez alevosa que no da respiro al lector, donde las digresiones del yo del biógrafo se mezclan con el intento por reconstruir una vida. El proceso de obtención de la información con la que se escribe la biografía es también contado en el mismo texto, lo que hace que la narración se parta en dos tiempos: el histórico en el que se narran los sucesos que acontecieron en la vida de Barba Jacob, y el del presente, en el que el biógrafo escribe.

Desde entonces, desde esa versión del 91, Fernando Vallejo impuso la fuerza de su voz en  sus textos biográficos; una voz en conversación, que avanza y retrocede, que reconstruye el pasado y narra desde el presente, nutrida por el recuerdo del proceso de obtención de información para la reconstrucción biográfica construyendo un verosímil de oralidad en la escritura; una voz que simula estar escribiéndose en el ahora, como quien habla en este preciso instante. Esta estructura se consolida en Almas en pena chapolas negras(obra publicada por primera vez en 1995 con el título de Chapolas negras); un relato digresivo, irónico y mordaz sobre la vida del que es para el autor el mejor poeta de la historia de Colombia.

Por último, fiel a su estilo, en 2012 Vallejo volvió a sus andadas con una de sus obsesiones: Rufino José Cuervo, a quien retrató en El cuervo blanco.  Nuevamente un personaje que tiene mucho de Vallejo, o Vallejo tiene mucho de él.

Al igual que con Barba Jacob y con José Asunción Silva, poetas atormentados y polémicos en los que el autor se espejó, Cuervo es una fuerte referencia para el biógrafo, al punto que las gustos y obsesiones del biografiado se funden con los del biógrafo. Un ejemplo es la pasión de ambos por la gramática y el cuidado del lenguaje, lo que hace que,  por la autoridad de ese yo biógrafo que se inmiscuye sin pedir permisos en momentos como estos de autofiguración, queden borroneados los límites de la biografía (si es que todavía se puede hablar de límites en los géneros).

Y es que tal vez, esa rienda suelta del yo que “habla” en las tres biografías, hace honor a lo que dice uno de los máximos estudiosos de este género, tan antiguo como la literatura misma, el británico Michael Holroyd, quien expresa que “toda buena biografía es intensamente personal, porque es, en realidad, la historia de la relación entre un escritor y su biografiado”.

Bibliografía:

Bourdieu, Pierre.“La ilusión biográfica”. En Razones prácticas. Sobre la teoría de la acción.Barcelona: Anagrama, 1997 pp. 74-83.

Holroyd, Michael.Cómo se escribe una vida. Buenos Aires: La bestia equilátera, 2012.

Mackenzie, César.“Ceremonias del exhumador: lectura descriptiva de El mensajeroy Chapolas negras”. En Giraldo, Luz Mary y Salamanca-León, Néstor (ed.). Fernando Vallejo. Hablar en nombre propio.Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2013.

 

 

 

 

 

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