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La pandemia de la COVID-19, dos años después

El pasado 11 de marzo se cumplieron dos años desde que la Organización Mundial de la Salud (OMS) determinó que la propagación del coronavirus era una pandemia.

            El saldo de la plaga ha sido pavoroso: más de seis millones de muertes, y un enorme costo económico y social, y también para la salud. Por ejemplo, solo en el primer año de la pandemia la prevalencia mundial de la ansiedad y la depresión aumentó el 25 por ciento, según la OMS.

          En América, un reciente informe de la Organización Panamericana de la Salud (OPS) señala que la pandemia ha tenido un impacto desproporcionado en las mujeres en áreas como la salud, el empleo y el bienestar social, contribuyendo a un aumento de la desigualdad de género. La directora de la OPS, Carissa F. Etienne, afirmó: “La desigualdad de género es una crisis social, económica, política y sanitaria permanente, que se ha visto exacerbada por la pandemia”.

           En Estados Unidos, donde surgió un fuerte movimiento contra la vacunación, ha habido casi un millón de fallecidos al momento de escribir este artículo: 993.749, la mayor cifra de decesos en todo el mundo. Son más de 2.900 muertes por millón de habitantes, una proporción superada por pocos países, entre ellos Brasil, Polonia, Chequia y sobre todo Perú, con más de 6.000.

           No obstante, la incidencia ha bajado considerablemente a nivel mundial, y ya se avizora que este año la pandemia se convertirá en una endemia. Muchas restricciones para combatir la COVID-19 ya se han levantado en Estados Unidos, y en cuanto a las mascarillas solo unos 7 millones de norteamericanos ­–el dos por ciento de la población– viven en un condado donde los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC), la agencia nacional de salud, aún recomienda usar mascarillas en interiores.

           Europa también ha dado pasos hacia la fase de gripalización de la epidemia, es decir, vigilar la enfermedad con un sistema similar al de la gripe común, eliminando las medidas de confinamiento y aislamiento y el uso de mascarillas.

            Sin embargo, el secretario general de las Naciones Unidas, Antonio Guterres, afirmó recientemente que “sería un grave error considerar que la pandemia ha terminado”.

            Guterres también señaló la escandalosa desigualdad en la distribución mundial de las vacunas. Los países ricos tienen altos índices de vacunación (con la excepción de Estados Unidos, donde aún cerca del 30 por ciento de la población no se ha inmunizado por diversas razones: políticas, ideológicas, religiosas). Pero muchos países de bajos ingresos –sobre todo en África– han vacunado a un porcentaje muy reducido de su población debido a la insuficiencia de fondos para comprar vacunas a las farmacéuticas.

           “El mundo no puede permitirse una recuperación de dos niveles de la COVID-19”, subrayó Guterres.

           Mientras nos acercamos al fin de la pandemia (pero no de la COVID-19, que se mantendrá como una endemia, al menos por el momento) no podemos bajar la guardia. Lograr una distribución equitativa de las vacunas, que deben estar al alcance de todos los países, no solo de los que pueden pagarlas, y apoyar a la comunidad científica y médica para estar mejor preparados para posibles pandemias futuras, son dos de las tareas más urgentes de nuestro tiempo.

Pueden leer mi ensayo Biden y el legado de Trump y mi novela La espada macedonia, publicados por Mundiediciones.

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