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La nueva literatura de lo íntimo: Austin, Texas 1979 de Francisco Ángeles

En la literatura peruana reciente existe, desde hace algunos años, la necesidad de interrogar la historia política y social desde la ficción; en particular, el periodo de violencia interna que vivimos entre los ochenta y los noventa. Los esfuerzos de autores como Iván Thays, quien a lo largo de la década de los noventa se consagró a renovar la literatura, mediante la exaltación de la subjetividad, la valorización de lo estrictamente literario y el desdén afectado contra todo aquello que se consideraba como lastres en la literatura peruana – el realismo, el compromiso, entre otros – parecen, en el contexto actual, relegados a la periferia de la literatura. Quien en nuestros días lee aquellos libros de Iván Thays, no solamente se sorprende de descubrir cuánto han envejecido, sino también con el hecho de que se trata de ficciones que muy poco tienen que ver con la novela que le dio cierta notoriedad internacional, “Un lugar llamado Oreja de Perro”, una ficción que, si bien escrita en primera persona, también ahonda en el conflicto armado. Así, lentamente parece que ha terminado imponiéndose un paradigma novelístico entre nuestros escritores, incluso lo menos propensos a adoptarlo, paradigma que no solamente es garantía de literatura contemporánea sino que, a mi juicio, se impone como criterio de producción y consumo literarios.

Sin embargo, desde hace algún tiempo venimos asistiendo a una progresiva valorización de lo subjetivo, la reflexión y lo especulativo en la novela. El ejemplo  más mediatizado es “Contarlo todo” (2013, Mondadori) de Jeremías Gamboa, una extensa novela en la cual Gabriel Lisboa, el protagonista, cuenta el camino que lo llevó a “ser” un escritor. Otros ejemplos, menos prolijos, más logrados, son, cada uno dentro de su singularidad, “Bocetos para un retrato de familia” (2008) de Julia Wong Kcomt (2008), y “El anticuario” de Gustavo Faverón Patriau (2010). Recientemente, ha aparecido “Austin, Texas 1979” de Francisco Ángeles (Lima, 1977), un texto que se alinea en esta vertiente para enriquecerla y, de esa manera, plantear una forma alternativa de entender y practicar la literatura.

La anécdota de la novela breve es sencilla: el narrador, cuya edad se encuentra alrededor de los treinta años, se separa de su esposa después de siete años de matrimonio. Sin brújula, cayendo progresivamente en la depresión, decide asistir a las sesiones de un psiquiatra quien, mal que bien, le ayuda a sacar la cabeza del agua. Es en una de esas ocasiones que se encontrará, de casualidad, con Adriana, la hija del psiquiatra, con la que iniciará una relación amical y sentimental, y con quien intercambiará secretos, secretos de familia, ominosos y sórdidos.Novela de la crisis de la treintena, tal y como ya lo han señalado algunos críticos, entre otros el escritor chileno Alberto Fuguet, y el mismo autor, “Austin, Texas 1979” es mucho más que eso. Se trata de una novela que, por debajo de su simpleza, manifiesta una mirada penetrante cuando se trata de indagar en las relaciones humanas (filiales y amorosas, básicamente), recela una elaborada concepción de la literatura, así como también muestra un autor dueño de sus recursos.

En ese sentido, me gustaría señalar que, a diferencia de alguno de sus textos precedentes, pienso en el cuento “Mario Vargas Llosa, premio Nobel de literatura”, esta vez Francisco Ángeles ha escrito un libro a la altura de sus ambiciones. Si en el cuento mencionado se anunciaba más de lo que se concretizaba, dejando al lector con la sensación de haber leído algo que pudo haber sido redondeado mejor, esta vez, salvo un pasaje del cual hablaré más adelante, uno se enfrente a una ficción que se lee con facilidad, pese a las exigencias bajo las cuales ha sido escrita. Al mismo tiempo, si tomamos en cuenta la solvencia con la que está escrita su anterior novela “La línea en medio del cielo” (2008, Revuelta), lamentablemente poco conocida, no podemos más que resaltar el saludable esfuerzo del autor por explorar nuevas formas, distintas temáticas que renueven y enriquezcan su literatura.

“Austin, Texas 1979” es una novela breve dividida entres partes. Escrita en primera persona, cuenta los meses que suceden a la separación de Pablo (ese es el nombre del narrador). Narración lineal con saltos en el tiempo, sobre todo hacia el pasado, la novela comienza en el invierno 2007 y termina algunos meses después, cuando Pablo decide ejecutar una acción que en su crueldad manifiesta lo frágil de su personalidad, una acción mediante la cual liberarse del pasado, pero al mismo tiempo condenarse ritualmente a recordarlo. Dicha acción, que el lector descubrirá en su lectura, encarna una de las inquietudes medulares del libro: la gestión de la memoria, pero no cualquier forma de memoria sino aquella que evoca, recupera y reelabora momentos importantes en la trayectoria de los individuos, momentos en los cuales sus vidas pudieron tomar un giro novedoso, radical. Digo pudieron pues los distintos personajes que atraviesan las páginas del libro se caracterizan por haber vivido historias que anunciaron algo jamás cumplido, no tanto porque las circunstancias no se dieron como por la renuncia de ellos mismos, quiero decir los personajes, a precipitar los hechos.

Por eso, no es una casualidad que la novela comience con el narrador acudiendo al psiquiatra en un esfuerzo por ordenarse las ideas, mediante su exteriorización y, de esa manera darle una forma a la experiencia, gracias a la participación del otro, el oyente. Lo que se cuenta, lo que se transmite a otra persona, posee en la novela un valor especulativo en la medida en que la trayectoria de los demás, las decisiones que tomaron en momentos críticos, evocan para Pablo lo que le toca vivir después de su separación. Sin embargo, no solamente se trata de eso porque el contar a los demás también permite, a quien cuenta, regresar a su pasado, pero no a cualquier tipo de pasado, sino aquel que nunca se experimentó, aquel que está hecho de renuncias. La palabra, y con ella la imaginación, se despliega para llenar un vacío vital.

Vivir mediante lo que cuentan los demás y en sus relatos encontrar un sentido al suyo. Dicho sentido se formula al ser contado pero no se explica, es como si se le rodeara sin entrar en él pues todo lo que encierra no puede ser más que hipótesis. En ese sentido, es hacia el final de la novela, otra vez mediante las palabras de otro, en este caso el padre del narrador, que adquiere sentido el título del libro:“No pude dejar de pensar como si todo fuera un movimiento trascendente que nos iba a llevar, a tu madre y a mí, a algo más, en vez de entregarme a la pura inmanencia de ese momento irrepetible con esa chica, en un salón vacío de la Universidad de Texas, esa tarde de mayo de 1979” (p.123). El título remite a un evento preciso, la renuncia a enamorar una joven estadounidense, contado poco antes del final de la lectura, lo cual obliga a leer con otra mirada la novela. Lo contado hasta ese momento, esos problemas treintañeros del narrador, encuentran no solo un eco en el pasado de su mismo padre sino también una razón para entender de un mejor modo por qué está en el mundo. El narrador está en el mundo porque en mayo de 1979, mucho antes de nacer, su padre decidió renunciar a enamorarse de una estudiante y apostar por la relación con su mujer, tal y como se lo cuenta su mismo progenitor. Los hechos que determinaron su nacimiento son justamente aquellos que nunca tuvieron lugar, aquellos que nunca ocurrieron pero que siguieron un rumbo en el recuerdo, la especulación, también el silencio.

Por eso, el estilo utilizado por Francisco Ángeles busca darle forma a la confesión. El autor utiliza periodos largos, párrafos macizos, que desarrollan lo relatado por cada uno de los personajes que toma la palabra. Asimismo, encontramos largos excursos propios de la expresión oral que, en la novela, permiten ondular lo contado sin caer en la divagación. Antes bien, siempre se regresa, de un modo o de otro, al nervio, a la inquietud medular que guía, consciente o inconscientemente, a todos y cada uno de los personajes: la memoria y su exhumación mediante la palabra para, de un modo o de otro, deshacerse de ella, conservándola. En este momento podemos recordar un pasaje en el que el narrador reúne escritura con dolor:“(escribir)/ La sangre y la escritura/el temple suficiente para hacer un buen tajo/hay que desgarrar la piel de raíz/sin cerrar los ojos después todo fluye”. (p.77).

Entre los elementos menos convincentes de la novela, me gustaría resaltar el hecho de que en un capítulo, aquel en el que Adriana le cuenta a Pablo las razones que determinaron su concepción, el autor se pierde en suposiciones e hipótesis que, imagino, se encuentran orientadas a darle múltiples ángulos a lo narrado, subrayar la imposibilidad de aprehender de manera cabal la experiencia. No obstante, lo que se consigue es un abultamiento de suposiciones que termina por cansar al lector. De hecho, en lugar de complejizar la multitud de posibles, lo que se logra es, más bien, acumular razonamientos o explicaciones que resultan descosidos del hilo conductor. Con todo, se trata del único pasaje disonante de un conjunto que durante toda la lectura me ha parecido de una factura acabadísima.

En un momento como el actual, en el que abundan las novelas dedicadas al periodo de la violencia interna, lo cual debería llevarnos a interrogar los alcances éticos de esta corriente, una novela como la de Francisco Ángeles refresca el panorama literario nacional y latinoamericano. La literatura peruana, no sé por qué razón tan propensa a lo social y político, encuentra en el nuevo libro de Francisco Ángeles una nueva propuesta de hacer ficción a partir de la literatura, deteniéndose en los tiempos subjetivos, arbitrarios, intensos de los personajes, condenados a pequeños grandes dramas, inquietos por encontrar una certeza en medio de una multitud de signos intraducibles. Como si se tratase de una búsqueda sin tesoro, en la cual lo que cuenta es el trayecto, o el esfuerzo, realizado, “Austin, Texas, 1979” nos enfrenta con lo no vivido, convertido en memoria, ese negativo fotográfico que nos constituye tanto, incluso más, que nuestras experiencias.

 

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