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La marca del no-editor. Entrevista a Edgardo Dobry

Maquetación 1Edgardo Dobry (Rosario, 1962) es un tipo tranquilo, filosófico, amable, que observa con desconfianza. Desde hace unos años, paralelo a sus ensayos y poemas, traduce a Agamben, Ashbery, Penna, Calasso… Para hablar sobre este último nos vemos en La Central, a un paso de la Pedrera, aquel lugar que hiciera tan feliz a Gaudí y sin embargo los catalanes confundieran con un parqueo para zepelines. Para la ocasión, además de una cerveza, Dobry coloca junto a nosotros su último Calasso, La marca del editor, recién editado por Anagrama, y una antología de Copi, aquel gran “loco” argentino desconocido aún para muchos…

En una entrevista que le hiciste al autor de La folie Baudelaire, éste te decía: “La estética nunca es sólo estética. La estética es siempre mucho más”. ¿Qué piensa el Dobry escritor de este “mucho más”?

Sin duda estoy de acuerdo, solo que, creo, mi “mucho más” no es igual que el de Calasso. Ese “mucho más” está en la lectura, es lo que cada uno interpreta o expande en el texto. A Calasso le interesa, según creo, la emergencia, en lo que lee, de fenómenos vinculados a cierta sacralidad o ritualidad, que la cultura occidental ha olvidado o tiende a olvidar en su vida consciente pero que reaparece, como sueño o como latencia, en la literatura. A mí, personalmente, me interesa más cómo aparece, en la poesía en particular, el acontecimiento de lo político, no como contenido necesariamente explícito, sino como lo que está presente aunque sea callado.

¿Podríamos considerar la obra de Calasso, desde El loco impuro hasta sus últimos textos, como una reflexión sobre esta emergencia/noemergencia que apuntabas antes? ¿Cuáles son las claves fundamentales para entender a un narrador como Calasso?

Calasso trabaja sobre una tesitura particular del ensayo. Aunque Anagrama ha publicado casi todos sus libros en la colección Panorama de Narrativas, es evidente que se trata de ensayos: sobre Tiepolo, sobre Kafka, sobre Baudelaire; curiosamente, algo muy parecido sucedió con algunos libros de un escritor muy distinto, Ricardo Piglia (libros como Formas breves, o El último lector, que salieron en la colección Narrativas Hispánicas), pero que le da también una textura novelada a su especulación ensayística. Ahora bien, también es cierto que los ensayos de Calasso se alejan de lo académico y buscan una forma peculiar de reflexión, que no se suma a ninguna de las corrientes ya conocidas o imperantes; ese, creo, es su mayor mérito: enfrentarse a temas ya muy estudiados y conseguir una perspectiva original. El ensayo sobre Baudelaire es paradigmático en esto: vuelve sobre un poeta del que pareciera que ya no puede decirse nada nuevo, y consigue sin embargo articular un libro muy interesante, hecho de tramas históricas, biográficas, literarias, artísticas a contracorriente de la línea benjaminiana que domina en los últimos años los estudios baudelairianos. Calasso conoce muy bien el ámbito de la poesía y del arte franceses del siglo XIX (ya en La literatura y los dioses había capítulos muy interesantes sobre Mallarmé y Baudelaire) y eso le permite moverse en ese terreno con gran soltura. Por ejemplo, el libro empieza con una carta en la que Baudelaire le cuenta un sueño a un amigo, el sueño del “burdel-museo”; es interesantísimo, y, que yo sepa, nadie le había prestado atención; Calasso la usa como punta del ovillo para entrar en el orbe Baudelaire, y termina con un capítulo sobre la relación patética y cómica a la vez que Baudelaire tuvo con Sainte-Beuve. Prefiero este Calasso al del libro sobre Kafka, que se ampara con frecuencia en la paráfrasis.

Anagrama acaba de publicar tu traducción de La marca del editor, libro a medio camino entre las memorias, el discurso, la hagiografía… ¿Ves alguna relación entre el Calasso-editor (recordemos que es la figura central de la mítica Adelphi) y el Calasso-escritor? ¿Qué muestra y qué esconde (en su literatura) un escritor que a la vez tiene que rechazar manuscritos y formas de escritura en su trabajo cotidiano?

No creo que en los libros del Calasso escritor se cuele nada que tenga que ver directamente con su labor como editor, pero sí al revés. De hecho, en La marca del editor hay un capítulo titulado “La edición como género literario”. Creo que en esto es heredero de una gran tradición italiana, capaz de hacerse cargo del legado de la Europa meridional, pero también del pensamiento alemán (no hay que olvidar que la primera edición crítica de las obras de Nietzsche la hicieron, en los cincuenta, dos italianos, Colli y Montinari). Si uno mira el catálogo de Adelphi nota enseguida que su apuesta fue la de fundirlo todo en una única colección donde convivan toda clase de textos, avalados por el criterio de un editor que los considera interesantes o, como diría él mismo, “únicos”. Es precisamente esa labor editorial como intermediación entre texto y lector lo que, según denuncia en La marca del editor, puede perderse en el mundo digital y en la era de las grandes concentraciones editoriales multinacionales. Calasso cree en el editor como una figura intermedia entre el libro y el mercado, que conoce ambos ámbitos y sabe trabajar como puente. Según él, ese modelo de editor corre el riesgo de ser reemplazado por un “gerente”, que solo atiende a los resultados a cortísimo plazo; y por un digitalizador de textos, que alimenta la ansiedad del acceso inmediato fomentada por Internet, y le quita al libro material buena parte de su esencia y significado.

¿Piensas que existe una escuela Calasso de la misma manera que existe una escuela Borges o Bernhard o Carver o Hemingway? ¿Hasta dónde piensas llega la influencia de la escritura del autor de K. en la narrativa contemporánea?

No sé si existe una escuela Calasso; sin duda, tiene lectores, precisamente por lo que decíamos antes, esa capacidad suya para llegar a un público que no es necesariamente lector de ensayos eruditos, y que sin embargo lee los suyos porque el modo discursivo de su trabajo le da una facilidad de acceso; el lector puede no entender o no conocer algunas cosas pero no se siente excluido; puede “dejarse llevar”, como en una novela. Ahora bien, he tenido en ocasiones la sensación de que, más que fundar una escuela, él se ve a sí mismo como el último (o uno de los últimos) representante de una estirpe: el de una tradición ilustrada que la horizontalización propia de la cultura de nuestro tiempo tiende a abolir. A veces, leyéndolo o traduciéndolo, me parece que hay algo de crepuscular en su visión de la literatura, de la edición, de la cultura, que hay un cierto mohín de desagrado aristocrático frente a lo contemporáneo.

¿Estás traduciendo algo nuevo del italiano en estos momentos o de otro autor?

Estoy traduciendo, sí, un libro de Calasso, L’ardore, en el que vuelve sobre un tema en el que ya trabajó en Ka: el Veda, la mitología de la India antigua, sus ritos, sus textos clásicos, su forma de entender lo sagrado, muy distinta de la occidental.

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